viernes, 15 de mayo de 2009

CAPITULO 3.- LA PARRILLA DE ORO





LA PARRILLA DE ORO (Cap. 3.).



Mientras camina, Miguel Ángel habla, y parece que lo hace para las plantas.

Me pregunto si los jabalíes serán agresivos. Me parece a mí, creo recordar, que alguien una vez me dijo: “únicamente atacan las cerdas –salvajes— cuando han parido y alguien se acerca a los jabatos, pero en general atacan todos los jabalíes cuando se les molesta.” Así que mejor va a ser no acercarse a esos bichos.
Pero... ahora que lo pienso, qué más da que sean fieros o mansos si esto sólo es un sueño. Además, aquí la naturaleza no parece salvaje y desagradable como en la vigilia, aquí los seres vivos no se despedazan unos a otros, no impera la ley del predador más fuerte, ¡no! Aquí la naturaleza es idílica: nadie se come a nadie, nadie tiene prisa, nadie es egoísta, ni consumista... Las hojas de los árboles son de plata y las que no lo son están cubiertas por un intenso verdor. Hay plantas de todos los sitios por todas partes... y se puede oír el lejano croar de los anuros en los lagos, así como el distante chirrido de las chicharras –y los grillos— en las parras de la vid salvaje.

Miguel Ángel tiene razón, todo parece precioso e idílico. El muchacho alcanza una laguna, y es tan cristalina y limpia que no duda en beber. Cuando calma toda su sed, observa que sobre la superficie transparente desemboca una corriente cuyas aguas se deslizan, suavemente, por claros mármoles de las más diferentes tonalidades. En el fondo divisa pececitos de colores, ranitas y salamandras... Y le dice a los animalitos:

Amigas y amigos, me quedaría aquí siempre, pero éste no es el único lugar hermoso que se puede contemplar en tan maravilloso ambiente, así que me voy ahora mismo.

Se aleja de la laguna y se adentro en los bosques. Camina solo por entre los inmensos árboles, en medio del frescor tibio que exhala la tranquila tarde en el verano... Pero de pronto:

¡Una parrilla de oro!

Esto se encuentra junto al recio y retorcido tronco de un árbol gris, un árbol gris y fantasmagórico. Mira a un lado... mira a otro lado... arriba... y hacia abajo.

¡Por aquí no hay nadie! ¡Qué fuerte!, ¡qué buena suerte!

Alegremente, agarra el tesoro...

- ¡Eh!

Pero alguien le llama.

¡Mierda todo! Ya me parecía raro, tanta suerte -piensa.

Miguel Ángel se gira y ve a una mujer muy anciana –a la que le falta un ojo— que cubre su arrugado y encorvado cuerpo –así como su cabeza— con un montón de harapos y telas de araña, usa un cayado helicoidal y plateado para andar y muestra en su hombro izquierdo un enorme cuervo cuyas pupilas rielan como las de un espectro en la oscuridad. De repente, un silencio sepulcral lo envuelve todo.




- ¿Qué desea usted, Señora? –le pregunta el muchacho, con la parrilla áurea en su mano derecha.

- ¡Rejuvenecer!! –le responde, ansiosa y temblorosa.

- ¿Rejuvenecer?

- ¡Así es!, yo era bella como la escarcha, pero el macabro sortilegio del tiempo acabó con mi esplendor. ¿Qué puedo hacer? ¡Dime!! ¿Qué puedo hacer? –pregunta con desasosiego. Su único ojo se muestra tan abierto que parece que quisiera escapar de su demacrado rostro.


- No sé... ¿Ha probado ir a la corporación ésa..?

- ¡No! ¿cómo puedo llegar a ese lugar?

- Bueno, el problema es que esto es un sueño y... ¡Bah!, olvídalo.

La mujer le mira con detenimiento...

- ¿De dónde demonios has salido tú?

- ¿Yo?

- Sí, tú.

- Pues estaba en mi casa aburrido, me tendí en el suelo, me quedé dormido y aparecí aquí.

- ¿Entonces estás soñando?

- Sí, eso parece...


Al oírle decir eso, la vieja empieza a manifestar síntomas de una enigmática alegría... Por arte de birlibirloque, extrae un vasito de plástico de la nada. El recipiente contiene un líquido y se percibe, a través de la translúcida materia que lo alberga, como ese fluido misterioso se mueve sobre los dedos inestables y huesudos de su mano derecha.


- Quiero que te bebas este líquido –va y le dice a Miguel Ángel, ahora muy contenta.

Pero su voz es espeluznante, electrónica y extraña, y al muchacho se me hace un nudo... un nudo en la garganta, y se le hiela el cuerpo... el cuerpo y el ánima.

- ¡Paso de beber nada!

- ¡Bebe!

- ¿Para qué, si se puede saber?

- ¡He dicho que bebas!

- ¿Y si me pasa algo malo?

- ¡¡Qué bebas!!!


Ella insiste, muy nerviosa... El enorme córvido que le acompaña también se muestra algo alterado, el ave parece tratarse de una criatura a medio camino entre el mundo de los hombres y el de los grajos...

Glu glu glu glu...


- Bueno, ya está.
Miguel Ángel se toma el misterioso brebaje.

- ¡JA, jA, jA, jA..!
Y la anciana se ríe a carcajadas.

- ¡CRACK, CRACK, CRACK..!
Y el pajarraco también.

- ¿Se puede saber dónde está la gracia? –pregunta el joven, algo molesto y muy confuso.

- Ahora yo rejuveneceré y recobraré todo el encanto que me arrebataron los años –le asegura la anciana, eufórica.

- ¡Ah sí! ¡No me digas! ¡Ja!

- La has “cagado”, chaval. Al tragarte ese líquido prodigioso has convertido en una realidad lo que sólo era un sueño estival –dice de repente, la bruja.

- ¡De verdad!

- Sí.

- ¿Entonces... ya no voy a despertarme más en el aburrido mundo ese de la vigilia? En el que casi toda la gente tiene siempre prisa, es egoísta y materialista…

- No, nunca más volverás a ese mundo tremebundo. Te quedarás aquí para siempre.

- ¡Cojonudo!


Y la bruja se esfuma en un abrir y cerrar de ojos, dejando un misterioso cúmulo que exhibe un suave movimiento helicoidal ascendente –como si fuera un pequeño y pacífico torbellino plateado—.




En su soledad, Miguel Ángel camina por entre unos árboles enormes cuyas ramas se mueven lentamente por el empuje suave del viento, y el sonido que se origina es tan subliminal que en la naturaleza no hay otro igual. El muchacho medita, en voz alta, sobre los sueños, y con frecuencia se dirige a gentes inexistentes:

El universo onírico es realmente raro. Por norma general cuando sueñas no eres consciente de ello, crees que estás despierto y que todo lo que en tu mente sucede –aunque sea ridículo, disparatado, incongruente— está realmente aconteciendo. Sin embargo hay otras veces en las que sabemos que todo es un sueño... Esto mismo me está pasando a mí ahora: hay unos momentos en los que sé que todo es irreal, hay otros en los que pienso que todo es absolutamente cierto... No sé si habréis oído hablar de las fases R.E.M. y No R.E.M., del aminoácido tritafón... Bueno, estos son temas científicos que no me atrevo yo a abordar; sólo os diré que si queréis tener buenas pesadillas comed queso antes de iros a la cama...



- ¡Eh!

Pero su discurso se interrumpe, alguien le llama.

- Quién me reclama –se dice, y mira a su alrededor—. Habrá sido mi imaginación, no veo a nadie.

- ¡No es tu imaginación! ¡Soy yo, la planta de laurel que está justo detrás de tí!

Miguel Ángel se vuelve y observa el aromático arbusto.

- ¡No puede ser, las plantas no hablan! –dice, confundido.

Aparta algunas ramas y explora el interior del vegetal.

- ¡Aquí no hay nadie, ni nada! ¡Qué raro!

Miguel Ángel continúa con su paseo estival, convencido de que todo ha sido una alucinación típica del mundo onírico. Y se olvida de la planta habladora.

- ¡Eh!

Pero vuelve a suceder.

- ¡Otra vez!

- Estoy aquí, junto a tus pies.

El muchacho mira hacia abajo y ve a un pequeño jabalí. El animalito sonríe. Pero Miguel Ángel echa a correr como una libre.

- Creo que lo he perdido... ¡Uf, qué calor!

- ¡Eh! Estoy aquí.

El pequeño jabalí vuelve a aparecer, de forma misteriosa.

- ¡Mier...! ¡Otra vez estás aquí! ¡Vamos, déjame en paz y vete con tu mamá!

- ¡No!

- ¡Bueno... lo que faltaba! ¿Por qué no quieres ir con ella, bonito?

- Porque mi mamá es una cerda.

- ¿Y qué esperabas, que fuera una mantis religiosa? ¡No!, si ya lo digo yo: de "gili..." está la tierra llena. Así nos va a más de uno y a más de una. Aunque por lo menos tú no tiene ninguna responsabilidad ni ocupas un cargo importante.

- A ver si te crees que todo el mundo va a ser tan tontorrón como tú, que no tienes empleo y vives con tus padres. ¡Juas!

Ufff… va y le dice el cerdito.

- Anda mira, que graciosillo eres...

- Eres un vago y un cara dura.

Miguel Ángel no puede salir de su asombro. Y muy molesto, dice:

- Después dicen que si hay cazadores de jabalís, pues pocos hay... tendría que haber por lo menos diez por centímetro cúbico.

- ¿Centímetro cúbico? ¡Juas! Eso es una unidad para medir volúmenes... centímetro cuadrado, querrás decir. Qué paleto el tío, ¡juas! Que no tienes “ordenata”, ni carnet, ni coche, ni amigos, ni amigas, ni novia... que te mueres y no... ¡Juas, juas!

- una ‘pata’ no te va a reconocer ni la cerda de tu madre ni el puerco de tu padre.

Pero al pequeño jabato nada le da miedo, es más, el cochinito se echa a sus pies.

- Pero... ¡qué haces! ¡Vamos, bonito, vete, vete de aquí que me vas a buscar una ruina!

- ¡No! ¿Qué es eso que llevas en la mano? –le pregunta a Miguel Ángel.

- Una parrilla de oro –le dice, con cierto desdén.

- ¿Y eso para que sirve?

- Para asar cerditos silvestres como tú, así que lárgate no vaya a ser que me entre hambre...

- No soy un cerdo, soy un jabalí.

- Esto no es un documental de “La Dos” ni yo soy un biólogo ni me gustan los animales. Así que para mí eres un cerdo... Así que venga, aire... ¡Qué pasa, qué no piensas irte?

- ¡No!

- ¡Me parece a mí que tú estás algo mimado!

- “Cada día yo me levanto to lleno tristeza…”

El cerdito se pone a cantar, qué fuerte.

- ¡Jo, anda que no es fea la canción! –le dice Miguel Ángel.

Pero, de pronto, el jabato se calla y le dice al muchacho:

- ¡Mira detrás de ti!

- ¡Paso! ¡No me da la gana!

- Pues peor para ti.


- ¡Eh tú!

Alguien habla. Miguel Ángel se gira para ver quien le llama:

- ¡Dios mío, qué es eso? ¡Tierra, por lo que más quieras, trágame!

Es una cerda –o un cerdo— de más de mil quinientos kilos. Al ver aquello, el terror se apodera del muchacho y sus pies se adhieren a la hierba. Antes casi flotaba cuando andaba y casi ni rozaba la tierra, pero todo eso se ha terminado ya, paralizado por el miedo empieza a dudar:

¡Quizás no este soñando ya, quizás sea ésta ahora mi vida real, a lo mejor estaba en lo cierto la bruja del cayado helicoidal... Una vez leí un libro que hablaba de la posibilidad de la existencia de realidades “dimensionales” superpuestas y de las supuestas relaciones de estas hipótesis con la mecánica cuántica y la teoría del Bigbang. Se trataba de un libro científico, su autor era un prestigioso astrofísico…

Todo se complica, porque el cerdito empieza a llorar como un condenado y la tremebunda bestia lo acoge con ternura, amor y un evidente instinto maternal de protección. No hay duda, es su madre.

- ¿Se puede saber que le has hecho a mi hijito!

- ¡Me ha pegado y me quiere comer, mamá! –le dice el vástago.

- ¡Señora, le aseguro que yo no le he hecho nada a su hijo! ¿Eso que dices no es cierto, bonito?

- ¡Sí, mami, sí es cierto!

- ¡Ya puedes salir corriendo, “desgraciao”; fíjate que te voy a dar hasta ventaja! –le dice la indómita fiera a Miguel Ángel, muuuuuuuuuy furiosa.

- ¡Señora, por favor, tenga piedad! Créame, yo no le he hecho nada.

- ¡He dicho que salgas corriendo!


Siempre se suele decir, creo que es una ley de Murphy, que cuando una situación está mal es susceptible de empeorar todavía más. Así que de la densa floresta emerge otro cerdo, gigantesco.

- ¿Qué “coño” pasa aquí, que no puedo dormir!!

El puerco, por su horrible aspecto, tiene que ser, por lo menos, el jefe de una manada. Abominable berraco de más de dos mil quinientos kilos.

- ¡Qué va a pasar, que este “gilipollas” le ha “pegao” a tu hijo y se lo quiere zampar! –va y le cuenta la cerda.

- Vamos a ver si me he enterado bien: ¿Qué este “pringao” le ha pegao a Doñanito y se lo quiere zampar!! –dice el gran puerco salvaje, con chulería.

- ¡Sí papi, así es! –le confirma el pequeño jabato, con una risa macabra.

- ¡¡Sal corriendo!! –grita el berraco con un sonido gutural espantoso, con tanta fuerza en su voz que tira al muchacho al suelo.

- ¡Un momento, señor! ¡Su hijo no está diciendo la verdad; por favor, tranquilícese! –le reitera Miguel Ángel al jabalí, desesperado.

- ¿Y para qué “coño” quieres esa parrilla que llevas en la mano derecha entonces, para hacer encaje de bolillos!! —le dice el berraco, enfurecido—. ¡¡Sal corriendo, sal corriendo ahora mismo que te voy a moler a cabezazos y cuchillazos; sal corriendo que te voy a hacer pedazos!!

- ¡Eso, eso, papi! –exclama el cochinito, con otra sonrisa macabra.


De pronto y por fortuna, ante la inminencia de una muerte segura, a Miguel Ángel se ocurre decir algo:

- ¡Está bien, allá ustedes, pero que sepáis que soy portador del virus de la fiebre aftosa!





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Por fortuna, al decir aquello, los cerdos desaparecieron a una velocidad supersónica. Ahora, fuera del peligro, Miguel Ángel piensa:

¿Para qué quiero yo una parrilla de oro en este sueño? No sé cazar, no tengo hambre, no hay ninguna joyería, ni banco, ni mercado... ¡Ala, a la mierda!

Con fuerza, lanza la valiosa barbacoa... ésta, describe una hermosa parábola áurea en el limpio éter azul del verano. Atónito, el muchacho ve que el artefacto no llega a tocar el suelo pues, antes de caer –como si fuera un pájaro dorado— abre sus alas... abre sus alas y se eleva... se eleva hasta que desaparece.

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