viernes, 22 de mayo de 2009

EL SUEÑO DE ALICIA (Cap. 14.).





EL SUEÑO DE ALICIA (Cap. 14.).


A solas, Miguel Ángel medita, de nuevo, sobre el futuro... Sobre el futuro, la voluntad, la suerte y el mundo. Y se acuerda de todos sus amigos...

Ahora me vienen a la mente mis amigos de la infancia, temprana amistad que se debilitó y se perdió en la densa bruma del tiempo... Mis amigos del pasado reciente y del presente: Miguel Ángel y Marcelino. Mis compañeros de piso de los años de Universidad: David, Isidoro, Vega, Francisco Javier, Elí, Jorge Brioso, Sosa... Ahora ellos están en la vida real, con sus defectos y sus virtudes, sus problemas, sus ilusiones y sus proyectos, ellos están despiertos. Sin embargo, yo no, yo estoy muy lejos del mundo de la vigilia, donde casi toda la gente tiene prisa, es materialista y egoísta. Yo sigo soñando... y si la vista -o la apariencia de la materia— no me engaña, por allí, a lo lejos, se aproxima una muchacha; una muchacha que, por su alegre forma de caminar, no me cabe la menor duda de que es Alicia Astas.

- ¡Hola, Miguel Ángel!

- ¡Hola bonita!

La chica se sienta en sobre una piedra y cruza sus piernas. Al muchacho le viene a la cabeza toda la historia de la extraña cereza y toda su maleza, pero decide no contarle nada a la princesa... para que no se alarme, y confía en que todo está ya resuelto.

- ¿Y Vir-ilio? –le pregunta Alicia, con su cabeza ligeramente inclinada y una de sus cejas arqueada, mientras hace bonitas helicoides con uno de sus dedos en sus mágicos cabellos.

- No sé, hace mucho que no le veo. Andará por ahí con la bella ninfa de “Las Noticias Ficticias”.

- ¿Ninfa, qué es una ninfa?

- Una muchacha muy guapa que normalmente vive en los ríos, las fuentes, los lagos, los árboles... en los riscos...

- Ajá ¡Qué raro! Nunca he visto yo una ninfa de ésas. ¿Tú has visto alguna, Miguel Ángel?

- Sí, he visto unas cuantas.

- ¡Vamos a buscar nosotros una! Conozco un lugar mágico en el que debe de haber alguna –le propone la chica.

- ¡Vamos!


Alicia y Miguel Ángel, prestos, emprenden el camino esperanzados en poder llegar a ver una dríade. Y se dirigen a una laguna cristalina. Mientras andan, hablan.

- ¿Por qué eres tan alegre, Alicia?

- ¿Cómo?

- Digo que por qué eres tan alegre.

- No lo sé... soy así... ¿Es malo?

- ¡Qué va a ser malo..! ¿A ti... no te preocupa... el futuro, bonita?

- ¡Ay, siempre me preguntas eso! No...

- Por cierto, Alicia, ahora que me acuerdo: ¿Qué sucedió la noche en la que nos rodearon aquellas luces extrañas?

- No paso nada. Las luces se extinguieron al amanecer. Haranís se fue a su palacio, yo regresé a mi castro y tú desapareciste sin dejar rastro... Por la mañana se celebró mi cumpleaños, todo el día y toda la noche.

- Ajá.

De repente, mientras caminan, un artefacto se dibuja a lo lejos, en el éter azul del verano.

- ¡Ala, pedazo de pájaro! –exclama la joven al verlo.

- ¡Es verdad, qué barbaridad!, pero creo que no es un pájaro. Creo que es la ninfa Teleniva.

- ¿La ninfa Teleniva? ¿Las ninfas tienen alas?

- Ella sí...

Aquello se aproxima y pronto descubrimos que, a pesar de tener alas, efectivamente, no se trata de un ave, ni de ningún monstruo o hipogrifo.

- Por el movimiento que exhibe es como un artefacto –le dice el muchacho a su amiga.

- ¿Y parece mágico? –añade la muchacha.

- Más bien mecánico, y está pilotado por alguien... y no es Ícaro, ni Teleniva.


¡Qué bien!


Se oye decir al aeronauta, mientras se balancea en la atmósfera cómo si tal cosa, transgrediendo la “ley universal gravitatoria”. Miguel Ángel y Alicia miran, sonrientes.
Finalmente, un joven aterriza a unos veinte metros de donde ellos están.

- ¡Vayamos, Alicia!

Prestos, se acercan corriendo a verle. Y le alcanzan.

El aeronauta no dice nada, levanta el vuelo y se marcha. El blandir poderoso de sus alas mecánicas esparce, con suavidad, los cabellos de hidromiel fresquito de la hija del gálata. La princesa y Miguel Ángel le ven maniobrar y moverse en el éter como un pez en el agua. Y, ambos, se marchan en busca de la prodigiosa charca...

(...)

- Anoche tuve un sueño, Miguel Ángel –le dice la muchacha, y me mira con una sonrisa esplendorosa en su rostro.

- ¡No me digas!

- Sí, sí. Soñé con un oso.

- ¿De peluche?

- ¡No! Un oso de verdad.

- Y... ¿cómo fue?

- Yo sentada en el bosque y tenía una jarra llena me miel, entonces vino un oso y se la comió toda...

- Qué sueño más breve.

- Sí. Dice mi abuela que cuando una muchacha sueña con sapos o con osos es que necesita... ya me entiendes –le dice Alicia a Miguel Ángel, le guiña un ojo y le sonríe.

El muchacho se pone algo nervioso...

- ¡Ay! –suspira la princesa, en un tono algo libidinoso... ¿Tú no tienes sueños, Miguel Ángel?

- ¿Yo?

- Sí sí, tú, ¿Quién si no?

- Yo, básicamente, eso es lo que tengo: sueños.

- ¿...eróticos? jiji –le pregunta la princesa, con una mirada muy, muy sexy.

- Pues la verdad es que de esos no muchos... –le confiesa el muchacho.

- Ups


Finalmente, Alicia y Miguel Ángel llegan al apacible lugar del bosque en el que una cristalina charca les deslumbra; les deslumbra con su amplia y variada gama de formas de vida vegetal y animal: hay bellísimas plantas que desprenden suaves aromas y embriagantes fragancias; hay mariposas, peces, ranitas y salamandras. Pero Alicia le agarra por el brazo y le mira fíjamente... y se ríe otra vez.

- ¡Salamandras! –exclama Migual Ángel, al ver a uno de esos animalitos muy de cerca, en un intento desesperado de desviar la atención de la princesa hacia otra cosa— Qué bonitas son... ¡mira Alicia!, son negritas con manchitas amarillas...

- Pues a mí me dan un poquito de asco...

- A mí también me daban antes de quedarme dormido, pero ya no...

- ¿Todavía sigues pensando que estás dormido? ¿Qué estás soñando?

- Claro.

- ¡Ya te vale! –le dice la princesa, con cierto desdén.

- ¡Mira, observa! como nadan...

- Bueno, bueno... entonces a ti te gustan las salamandras. ¿Y por qué te parecen simpáticas esas lagartijas acuáticas? –le pregunta la muchacha.

- ¿Sabes una cosa, Alicia?

- No, no sé –le contesta la chica, parece algo enojada, algo frustrada...

- A estos animalitos si le cortas una pata le vuelva a nacer otra exactamente igual.

- ¡Anda! ¡Qué bien, qué alegría! –exclama la bella “francesa”, con ironía.

Y el poeta reaparece.


- ¡Hombre, por fin resurges! –le dice Miguel Ángel, al verle.

- ¡Hola, Vir-ilio! –la princesa le saluda.

- ¡Hola, Alicia! ¡Hola, Miguel Ángel! ¿Qué hace un muchacho tan plebeyo y una joven tan “fermosa” en medio de toda esta flora maravillosa?

- Hemos venido aquí a ver una ninfa... –le explica la “francesa”, y le guiña un ojo al romano.

Vir-ilio capta el mensaje, la entiende.

- Si lo que quieres es ver ninfas, náyades, oréades o dríades, mírate en las cristalinas aguas, Alicia. –le dice el patricio a la muchacha—. No obstante, perdonadme, pero veo que he de marcharme.

- ¿A dónde vas Vir-ilio, amigo mío, con tanta prisa?

- Al otro lado de esta laguna, no voy a ser yo el que con mi presencia desvirtúe este momento tan afable -dice el romano, y le guiña el ojo a la princesa.

Alica mira A Miguel Ángel sonriente.

Una barca arriba en la ribera de la amplia charca. El patricio sube a la embarcación y un navegante espectral orienta la nave hacia la orilla de alguna ínsula perdida. El filósofo, que se aleja, dice adiós a sus amigos desde la lejanía con su mano derecha.

Alicia y Migual Ángel se quedan solos en medio de la naturaleza, rodados por una infinita y subliminal belleza.

- Que bonito! –dice Miguel Ángel, al contemplar toda aquella hermosura ambiental.

- Esto es precioso –le asegura la princesa—. Aquí debe de haber alguna ninfa de ésas, pues este sitio está plagado de misterio y magia. Pero, mientras aparece, ¿te gustaría echar...

...conmigo...

...un...








cigarrito?




- ¡Vale!

(…)


La princesa extrae de su vestido un purito. Lo enciende con un mechero –y esto no es una incongruencia, pues el mundo de los sueños no es el de la vigilia, ¡cualquier cosa puede pasar!, por eso a mí (el narrador de esta histioria) también me gusta más— y le da un par de caladas:

- Ssssssh... Ssssssh...

Y con el humo que exhala origina sorprendentes figuras: forma círculos, triángulos, cuadrados, espirales y helicoides... y se lo pasa:

- Toma, Miguel Ángel.

- Ssssssh... Ssssssh... ¡Qué bueno! ¿De dónde lo has sacado?

- Se lo he quitado al druida, es como el que Vir-ilio y yo echamos a la sombra de aquel árbol –le dice a Miguel Ángel, y le guiña un ojo.

- Sí, y como los que Haranís y yo echamos en su palacio y en el bosque hará un par de noches...

- Ups
(...)

Alicia y Miguel Ángel, cansados, ahora reposan tendidos sobre hierba.

- ¿Qué, te ha gustado? –le pregunta la princesa celta al muchacho, cuando ya a pasado un rato.

- Me ha encantado –le dice él, alucinado.

- ¿Y el cigarrito?

- También.


Y una melodía de ese maravilloso grupo francés llamado AIR (Alpha Beta Gaga) suena en alguna parte.

FIN
(Continuará)


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EL ÚLTIMO VERANO MALO

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