viernes, 15 de mayo de 2009

CAPITULO 4.- LA EMBRIAGUEZ DEL PATRICIO




LA EMBRIAGUEZ DEL PATRICIO (Cap. 4.).



Liberado del tesoro, Miguel Ángel se acerca hasta el lugar idílico en el que el poeta y la ninfa aún conversan, al cobijo de la fresca sombra de una enorme higuera. Mientras camina, el muchacho habla para sí mismo:

Vir-ilio podrá decir lo que quiera, pero esa muchacha es la joven periodista de “Las Noticias Ficticias”. La he visto y oído todas las mañanas durante mi primer año de desempleo no remunerado. Parece que ya se va…

Vir-ilio, al ver regresar a su amigo, le recibe y le pregunta:

- ¿Qué tal tu paseo, amigo?

- ¡Calla! No sé ni como estoy vivo... ¿Y qué tal tú con la... la...?

- Dríade.

- ¡Eso, dríade! ¿Habéis echado un...?

- Ja ja ja... ¡Qué ordinariez! Ja ja. Ya echaba de menos tus improperios y tus mofas. Te diré que esa afable joven bella –y lisonjera— y yo únicamente hemos hablado al solaz de las ramas de esta higuera, mas sus palabras para mí han sido como un melodioso paseo por las tierras de un paraíso lejano, todavía me alcanza su embriagante fragancia... Aunque no hace mucho que se ha ido, todo un siglo me parece a mí que ha transcurrido... esa oréade y yo hemos saboreado el licor etílico que se esconde, tras la piel suave del fruto idílico, en los tallos de vid salvaje...

- ¡Ya te vale!

- Reanudemos nuestro camino pues, que la vida es efímera y el paso del tiempo implacable. “Dum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero”. Primum vivere, deinde philosophare.

Vir-ilio cita al poeta Horacio: Odas 11, 1, 7-8. “Mientras hablamos, huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día, y no confíes lo más mínimo en el mañana”.

Vir-ilio y Miguel Ángel caminan por la selva, en silencio. Y mientras pasean el muchacho piensa:

Antes mi amigo interior era borde, desagradable, incluso –a veces— detestable; ahora parece culto y delicado. Yo no era ningún poeta refinado, pero nunca usaba palabras soeces, feas o insultantes; ahora empleo, con frecuencia, expresiones toscas, machistas y malsonantes, “expresiones características del populacho más rijoso y pendenciero”, como suele decir el patricio... ¿Sería mi amigo incorpóreo, en otra vida, el alma de un gran poeta?, me pregunto... No lo creo. Además, Virgilio era muy comedido, enemigo de los excesos y la pasión ciega... Ovideo era más hedonista, más amante de los placeres y de las cosas mundanas... lo que, por cierto, más de un disgusto le costó con el César Augusto.


Miguel Ángel le cuenta al romano ilustrado todo lo que me ha sucedido, le habla de la bruja del báculo helicoidal:

- ...Y me aseguró que ya no me despertaría más, que lo que sólo era un sueño estival había pasado a convertirse en una realidad. ¿Qué piensas tú de todo esto, Vir-ilio? La verdad es que estoy algo asustado...

- No debes preocuparte, sólo son supersticiones bárbaras.

- ¡Supersticiones bárbaras! ¿Dónde estamos, Vir-ilio?

- Espérame aquí, mi muy querido y plebeyo amigo. Espérame aquí que voy al río a calmar la sed de mi virtuoso cuerpo, que la de mi espíritu ya se saciará al cruzar las puertas del paraíso.

- ¡Vale, vale!, ve a beber. ¡Supersticiones bárbaras!...

Vir-ilio va a beber al río y solo queda Miguel Ángel en la espesa floresta. Mira a un lado... mira a otro lado... y piensa:

¡Supersticiones bárbaras...!

De pronto:

- ¿Y este líquido que cae?

El muchacho mira hacia arriba y:

- ¿Pero qué haces? ¡Eh, tú, bonita, dríade, o cómo te llames, podías bajar de los árboles!

- ¡Lo siento, lo siento, pero si te pones debajo de este sauce te pasa esto.

- Entiendo... Oye, una cosa: ¿Tú no eres por casualidad, además de dríade, periodista?

- No.

- ¿Estas segura?

- Ya te he dicho que no.

- ¿Entonces quién es la chica que sale por la mañana en el espacio “Las Noticias Ficticias”.

- Tú sabrás, chaval.

Miguel Ángel mira al río... observa que el poeta ya viene. Y dirige su vista de nuevo hacia arriba...

- ¡Ya se ha ido!

Cuando llega Vir-ilio con su exuberante y limpia túnica, le habla de lo sucedido.

- Pero, ¿qué historia absurda es ésa, amigo plebeyo?

- ¿Absurda? ¡Ponte debajo de ese sauce si no me crees!

- ¿Para qué?

- ¡Ponte, ponte!

Y el poeta le complace.

- Está bien, está bien. Bueno, ya estoy aquí, ¿Qué he de hacer ahora para que el fluido caiga?

- No hagas nada... espera, sólo espera.

El patricio espera... pero no cae ningún líquido, ni aparece nadie... no sucede nada. Entonces Vir-ilio habla:

- ¡Oh! ¡Tibia cascada de miel dorada por mi soñada, que descienda la ambrosía y el néctar de mi dulce amada!

Ante tal invocación, un líquido dorado cae, y Vir-ilio se lo bebe.

- ¿Te gusta? –le pregunta Miguel Ángel, perplejo.

- ¡Cómo no ha de gustarme!

- ¡Ufff... qué fuerte!

La guapa muchacha –que sonríe— derrama una botella de vino desde las ramas altas, y el patricio se lo bebe todo y se emborracha.

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