martes, 19 de mayo de 2009

CAPITULO 8.- GUELLO, EL BRUJO DE LA MARAÑA





GUELLO, EL BRUJO DE LA MARAÑA (Cap. 8.).

Doce de agosto. Miguel Ángel deambula por las inmediaciones del poblado celta. Así lleva dos días, porque espera ver Alica, la muchacha a la que ama. La ama desde que el veneno de la sierpe poetisa se adentro en su cuerpo. Sin embargo, un silencio sobrecogedor envuelve la aldea y sus alrededores, parece un pueblo muerto el da la calavera con cuernos de ciervo, preocupante sensación ésta la que ronda por su cabeza. Y se pregunta:
¿Habrán envenenado los romanos a toda da esta gente?

El muchacho se teme lo peor, pero las puertas del cerco se abren y, al instante, sale alguien:
Alegre, descubre que es Alicia. La muchacha lleva un canasto en su mano derecha.

- ¡Ten cuidado con los romanos, hija! –le dice una señora.

- Sí mamá, no te preocupes.

La princesa da un beso a su madre, se gira y las puertas de Pantagrul se cierran. Embelesado, Miguel Ángel la observa a la muchacha mientras anda. Y piensa:

Es tan alegre... pero eso sí, más infantil que una tienda de piruletas, ¡madre mía, menudas...! Es como si una magia esplendorosa y maravillosa de otro mundo la poseyera y envolviese siempre.

Decidido, el muchacho sale a su encuentro.

- ¡Hola Alicia!

- ¡Hola! ¿Cómo es que vuelves por aquí? ¿Sigues aburrido?

- Sí, pero si quieres... me voy.

- ¡No! ¡No!

La chica acaricia su triste semblante y le da un beso en la mejilla.

- ¿Cómo te llamas? Todavía no sé tu nombre.

- Miguel Ángel

- ¿Por qué eras un sapo, Miguel Ángel?

- Un sortilegio de Haranís, la bruja lo lanzó sobre mí.

- Ay Haranís... Acompáñame Miguel Ángel, ¿quieres?

- Claro que quiero, lo que pasa es que tu padre...

- ¿Qué le pasa a mi padre?

- ¿No recuerdas? Quiere cortarme la cabeza.

- Ah sí, es verdad. Bah, mi padre no te verá.

- Espero que así sea, bonita, porque como me encuentre contigo me hará picadillo.

- No creas, lo malo sería que te hallase solito; si vienes conmigo y te ve ya me encargo yo de disuadirle.

- ¿Y te hará caso?

- Sí, soy su hija preferida.

- ¿Tienes más hermanos, Alicia?.

- Claro, pero no son humanos...

- Ajá

- ¿No son humanos? –pregunta el muchacho, estupefacto.

- No...

- ¿A qué se debe esa obsesión de cortar cabezas?

- Yo no corto cabezas... –le dice la princesa, algo molesta.

- Tú no, mujer, tu padre.

- Ah. Él piensa que si no corta la cabeza a un romano, su cuerpo recobra la vida y vuelve otra vez para luchar. Pero eso no sólo lo piensa él, eso lo creen todos...

- ¿Tú también lo crees, Alicia?

- No sé... podría ser.

- Ajá. Bueno. ¿A dónde vas con ese canasto tan bonito?

- A coger setas.
Le dice la “francesa” a Miguel Ángel, y le guiña su bonito ojo izquierdo.

- ¿A coger setas en este tiempo?

A el muchacho le parece, muy, muy raro

- Sí, ¿vienes o no?

- Pero las setas salen en el invierno, y ahora es verano.

- Sí, pero yo conozco un lugar húmedo donde crecen todo el año. Me lo enseñó un druida.

- ¿Vienes o no?

Y Alicia le mira, sonriente. Finalmente Miguel Ángel se decide a ser su acompañante.

- Sí, iré contigo, Alicia.

No es fácil decir no a una joven tan exuberante. Así que el muchacho va con ella a pesar de peligro que para su cabeza ello conlleva.

Mientras pasean por el bosque, hablan.

- Mañana es mi cumple, Miguel Ángel.

- ¿Sí?

- Sí.

- ¿Cuántos años cumples?

- Veintitrés. Haremos una gran fiesta.

- ¡Qué bien!

- ¿El tuyo cuándo es?

- Ya ha pasado.

- Bueno, pues al mío estás invitado.

- Yo iría encantado... lo que pasa es que... ya sabes.

(...)

Alicia y Miguel Ángel se adentran en el corazón del espeso bosque. En un rincón apartado y oculto empiezan a recolectar hongos benignos. No hay muchos, pero algunos hay. El muchacho -en el mundo de la vigilia- no sabe distinguir las setas buenas de las malas, pero en el de los sueños sí.

- ¡Mira ésta, Alicia, es grande!

- Ya lo creo, ¡cógela!

- Toma... ¡Mira esta otra!

- ¡Ostras, esa sí que es buena, Miguel Ángel! ...¡Mira ésta de aquí!

- Alicia.

- Sí.

- Ten cuidado, no te agaches tanto que se te van a salir las setas.

- No importa, ¡hace tanto calor!

- He dicho las setas, bonita.

- Ups


Y la princesa y Miguel Ángel finalizan la cosecha.

(...)

En el retorno, los jóvenes se topan con un extraño árbol, retorcido y enorme.

- ¡Mira, Miguel Ángel, qué árbol más fantasmagórico! –le dice la princesa a su amigo.

Parece una encina, una espectral encina gris sin hojas. Su robusto tronco carcomido se muestra retorcido, formando una increíble helicoide. Un amplio y lúgubre agujero se puede ver en el centro de la madera podrida, plagada de hongos. Sus ramas son como los brazos de un gigante iracundo misteriosamente congelado en el espacio y en el tiempo. Una espeluznante apariencia antropomorfa produce en todo aquel que contempla este vegetal –enigmático- una extenuante zozobra y un profundo malestar. Lo más inquietante es que a Alicia parece no asustarle, es como si el árbol la hubiera hechizado, y la muchacha se acerca tanto que hasta roza su corteza.

- ¡No lo toques! –le advierte Miguel Ángel.

Él, por el contrario, se aleja.


- ¿Por qué? ¡Si no muerde! Sólo es una encina... aunque sí es verdad que la pobre está algo enferma.

- ¿Está muerta, Alicia?

- No, aún no... pero lo estará muy pronto.

La muchacha trata a la planta con una sobrecogedora ternura, como si fuese alguien de su familia. Pero a pesar de ello, no parece preocuparle mucho el hecho de que el vegetal vaya a morir. Y es que la princesa y su gente no temen a la muerte, es como si se creyesen inmortales o algo así.

- ¿No oyes la música que sale de su interior? –le pregunta la chica a su amigo, cuando toca con sus cabellos, su mejilla derecha y con parte de sus bellos senos la madera carcomida.

- ¿Música? no oigo nada. ¡Alicia, apártate de ahí! Algo en mi interior me dice que esa planta no esconde nada bueno.

- ¡Bah!, tonterías. ¡Eres más supersticioso que Octavio!

- ¡Alicia, soy tan desdichado que las desgracias me las veo venir! No es superstición.

- ¡Bah! ¡Qué no pasa nada, hombre! ¡Qué no pasa nada.

Alicia se asoma al amplio y lúgubre agujero del tronco.




¡¡Gulp!!


Atónito y horrorizado, Miguel Ángel ha visto como tan ominoso vegetal ha engullido a la muchacha, de la misma forma que un camaleón hambriento se hubiera tragado a un nutritivo insecto. Ahora de Alicia sólo queda el canasto que alegremente llevaba cuando era una princesa celta; ahora de Alicia sólo se ve el triscelo que adornaba sus largos cabellos; de Alicia sólo quedó el recuerdo de su dulce risa en medio de las estivales brisas... estivales brisas estas que mueven y acarician las ramas desiertas de tan pérfida planta.


Completamente desesperado, y aturdido, por tan terrorífico suceso, el muchacho se acerca, corriendo, al árbol. Mira en el agujero y lo único que allí hay es una amplia oquedad vacía con un montón de telas de araña.

- ¡Qué mala suerte! ¡Qué fuerte! –se lamenta, con lágrimas en mis ojos.

Y recoge el pasador con el que la muchacha sujetaba su pelo, y se lo guarda en uno de los bolsillos de si raído pantalón vaquero.
Sentado sobre una piedra, el muchacho llora y se lamenta.

(...)


De pronto, misteriosamente, como caída del cielo, la bruja Haranís aparece. Y un atisbo de esperanza se vislumbra en medio tanta desdicha.


- ¡Haranís!

- ¡Caray! ¿Qué haces tú aquí? –la pitonisa, que le odia, se extraña mucho al ver de nuevo a Miguel Ángel con apariencia antropomorfa—. Por cierto, ¿Tú no eras un sapo? –le pregunta, mirándole de reojos y con cierto desdén.

- Sí, pero hice lo que dijiste, una princesa me dio un beso y me libro de ese estado.

- Entonces ¿por qué estás tan triste, por qué lloras?

- Porque esa joven yace ahora dentro de ese árbol, y mañana es su cumpleaños.

- ¿Qué me dices? ¿Acaso te has fumado algo?

Haranís no puedo creer lo que oye.

- No, el árbol se la ha tragado y lo ha hecho un plis plas, a través del agujero ese que tiene en su tronco. Ella se acercó y miró en su interior.

- ¡No fastidies! ¡Ostras!, entonces ése es un árbol espectral por el que se entra al Submundo Vegetal!...

- ¿Es... qué?

- Nada, cosas mías. ¿Y quién es la muchacha? ¿No será Alicia, verdad? –le pregunta la hechicera, temiéndose lo peor.

- Sí, es ella –le confirma Miguel Ángel.

- ¡Qué horror! ¡Cuándo se entere su padre...! Pero, ¡un momento!, ¿dices que mañana es su cumpleaños?

- Así es.

- No puede ser, mañana es once de agosto.

- ¿Y qué pasa?

- ¡Qué extraño!, esa muchacha nació en mayo.

- Bueno, pero estos galos son muy raros...

- ¿Cómo puede ser que algo así le haya pasado a Alicia? -se pregunta Aranís, confusa.

- Sí, por estar a mi lado, soy tan desdichado que todo ser que a mi se acerca... ¡Qué mala suerte! –le asegura el muchacho a la vidente, con tristeza.

- ¡Que fuerte!

- ¡Haranís, por favor, ayúdame! –le suplica el joven a la pitonisa, casi de rodillas.

- ¡Está bien, está bien! Te ayudaré. Conozco mucho a Alicia y me cae superbien –la bruja consuela a Miguel Ángel—. No te preocupes, hombre, estas cosas tan raras de vez en cuando pasan. Ha debido de ser Guello. Esta noche vendré, me adentraré en esa “encina” y buscaré a la princesa en el profundo, lúgubre y caótico mundo de Guello o Lilipúrpuri Guellogüín. Buscaré a la princesa en el La Maraña, en el Submundo Vegetal.

- ¿Lilipúrpuri Guellogüín? ¿El Sub-mundo Vegetal?

- Así es. Guello es el Brujo de la Maraña Subterránea, el Rey de los Ladrones y de los Hurtadores. Vive bajo tierra. Es un viejo algo verde y enamoradizo, así que imaginó que cuando Alicia se asomó al agujero del árbol él la vería y quedaría fascinado con tan linda muchacha, y se la ha llevado.

- ¡Uff... qué fuerte! Entonces ese brujo o mago, tendrá poderes... ¿no?

- Claro, tiene unos poderes espectaculares.

- ¡Yo iré contigo si hace falta!

- Bueno, pues a la noche nos vemos aquí.

- De acuerdo.

La pitonisa ya se va pero... se vuelve y le dice a Miguel Ángel:

- Vamos, vente conmigo, me da pena de que te quedes aquí solito esperando el advenimiento de la noche.
(...)

La morada de Haranís es un reducido habitáculo parecido a una pequeña choza de broza; pero eso es sólo por fuera, porque una vez que entras dentro la cosa cambia y te encuentras en un palacio enorme y lujoso. Al parecer, los palacios eran antes simples refugios en los que los pastores nómadas guardaban sus cosas, pero fue Octavio Augusto el que se construyó, en una colina, un cobertizo de éstos por todo lo alto. A partir de ese momento ya los palacios nunca fueron lo mismo, de humildes construcciones de ganaderos pasaron a ser ostentosos recintos de gentes acomodadas. El de Haranís es de estos últimos, aunque desde el exterior parece de los otros antiguos.


- Una piscina interior, ¡qué pasada! Pues es bonita esta mansión –le dice Miguel Ángel, muy impresionado por el lujo y la riqueza.

Hay estatuas de personajes mitológicos y animales fantásticos. Columnas blancas y celestes, de mármol.

- No está mal, ¿quieres comer algo?

- No, gracias Haranís, no tengo hambre.

- Yo tampoco. Pero si querrás echar conmigo un...

- ¡Pero, Haranís!, ¿qué dices, estás loca?

- ¿Qué pasa, tú nunca has echado uno?

- Sí, de vez en cuando...

- Entonces, ¿de que te extrañas?

- De nada, de nada... bueno, vamos a echarlo.

(…)

Movidas palaciegas a parte, cuando llega la noche Miguel Ángel y Haranís regresan prestos al lugar del bosque el que se encuentra el horrible árbol.

- Ya estamos aquí otra vez –dice la bruja—. ¡Bueno Miguel Ángel, vete preparando...

- ¡Un momento, un momento! ¿No ibas a ser tú la que te introducirías en la encina?

- Sí, pero... pensándolo bien, mejor me quedo aquí fuera. No me gustaría entrar ahí y encontrarme de frente con Guello –va y le dice, tan contenta.

- ¡Qué pasa, Haranís, ya te has “rajao”? –le pregunta Miguel Ángel, un poco indignado.

- Además si nos metemos los dos ahí y después no podemos salir, ¿quién demonios va saber lo que ha sido de nosotros?

- Bueno, razón no te falta.

El muchacho se asoma al interior del árbol y observa, impotente, con la ayuda de una vela, que allí está la misma oquedad de siempre, llena de telas de araña, pore no hay puerta ni entrada alguna.

- ¡Tiene “co...”!

- ¿Qué pasa? –pregunta la bruja, extrañada.

- A ver cómo rescato yo ahora a esta muchacha tan guapa si aquí no hay ninguna entrada.

- ¡Ay, tan pesimista como siempre! ¡Claro que hay una puerta, lo que sucede es que no la ves! ¡Has el favor de venir aquí!

La pitonisa dicta unos diez metros de la encina en la que, al parecer, hay una puerta. La oscuridad de la noche es tal que Miguel Ángel apenas puede ver a la pitonisa desde el lugar en el que él se encuentra, junto a la corteza calcomida. Con la ayuda del cirio va hacia su amiga la bruja, y entonces ella le explica:

- En el momento en el que yo pronuncie las palabras mágicas: "QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS BAILANDO", saldrás corriendo desde aquí y, sin pensártelo, te tiras de cabeza en el agujero del tronco. Toma esta cimera con linterna.

El joven, antes de coger el casco luminoso, le dice:

- ¿Tú eres consciente de lo que dices, Haranís?

- ¿Qué pasa, sigues dudando de mi profesionalidad, sigues pensando que soy una farsante, verdad? –le dice, triste.

- ¡No! ¡No! Haranís, ¡no es eso!

- Pues entonces si quieres volver a ver a la princesa no te queda otra alternativa.

- ¡Y si me abro la cabeza! ¡Y si entro ahí y resulta que a la muchacha le ha gustado el viejo ese! Alicia es muy rara.

- Bueno, pues tú verás lo que vas a hacer, guapo; si piensas dejar a esa chica ahí dentro con ese viejo abyecto me lo vas diciendo, que yo me voy. A esa muchacha que fue capaz de besarte cuando eras un repugnante sapo y te devolvió a tu antiguo y actual estado, que algo es algo.

- ¡Tiene “co...”! Es muy probable que Alicia lo está pasando mal allá abajo, en ese mundo extraño, con ese personaje macabro... Además, ¡estoy en deuda con ella! ¡Vamos, Haranis! –finalmente Miguel Ángel se decide.

- Bien, pues ya sabes lo que tienes que hacer –le dice la bruja—. Toma esta cimera, este saco y esta hoz.

- ¿Y todo esto para qué, Haranís? Voy a parecer el hijo de Dánae. ¿Ahí dentro no estará la gorgona esa de los pelos “reptilianos”? ¡A ver si ahora me voy a convertir también en piedra!

- Jijiji –alguien o algo se ríe en algún sitio.

- No, tranquilo. Ni tú eres Perseo ni ahí dentro está Medusa –le asegura la hechicera—.

- ¿Entonces?

- La hoz te la entrego para que cortes las raíces que te estorben al pasar, aunque es pequeñita pude cortar todo, así que aprovecho para decirte que tengas mucho cuidado con ella; el saquito es por si te encuentras algo interesante y te lo puedes traer. En el Submundo Vegetal, en La Maraña, hay mucho oro y piedras preciosas.

- Bueno, Haranís, ¿y la cimera con linterna?

- La cimera te la doy por si falla el conjuro y te das de cráneo contra la vetusta madera; y para que veas, con su linterna, si logras entrar.

- ¿Puede fallar? –le pregunta el joven a la vidente, nervioso.

- Pues claro, sobre todo si tienes miedo.

- ¡Me tengo que lanzar a la oquedad sin miedo?

- “Nunca se ha escrito nada de un cobarde”. Con temor no se llega a ninguna parte: ¿Acaso piensas que era miedo lo que albergaba el corazón de Perseo cuando fue a por la cabeza de Medusa? ¿Acaso crees que era temor lo que se hallaba en el corazón de Odiseo cuando emprendió su particular y arriesgada Odisea? ¿Acaso presumes que era pavor lo que movió a los tripulantes de la nave Argón cuando fueron a por el Vellocino de Oro? ¡No, amigo, no! ¡Valor era lo que tenían ésos! Así que ya sabes: si quieres volver a ver a la muchacha has de arrojarte de cabeza en esa oquedad de madera.

- ¡Entiendo! ¿Y después cómo salimos Alicia y yo de ahí?, si es que salimos...

- No te preocupes, tú me das una voz y yo os tiro una cuerda.

- ¿Así de sencillo?

- ¡Así de simple!

- Ummm...

- Una vez salgáis de la tierra estaréis a salvo, ya que Guello no puede andar por la superficie del mundo, su territorio es el subsuelo –le asegura la bruja—.

- Sí sí, muy bonito todo eso; pero en los sueños cualquier cosa puede acontecer. Seguro que sale detrás de nosotros y nos persigue por el bosque.

- ¡No!... Te aseguro que no. ¡Así que ala, “pa” dentro!

- Y si entro y me encuentro con el viejo brujo de frente, o me descubre... ¿qué me hará, Haranís?

- Ufff... no sé pero te aseguro que nada bueno. Confiemos en que al ser de noche esté durmiendo.

- Vaya, me quedo mucho más tranquilo -dice Miguel Ángel,con ironía-.Con la mala suerte que tengo seguero que me lo encuentro no haga más entrar, si es que entro claro, porque yo no veo ninguna entrada ni nada parecido en ese maldito árbol moribundo.

- Bah, no seas tan pesimista, hombre. Vamos, “ala, pa dentro

Haranís intenta animarle...

- Claro, es muy fácil decirlo: “ala, pa dentro”. ¡Cómo no es tu cabeza la que se estampará contra la madera! –le dice Miguel Ángel, ya con la cimera puesta.

Decidido, el joven se prepara y mentaliza, se dispone para correr de la misma forma que si fuese a disputar una final olímpica:

- ¡Bueno, Haranís, cuándo quieras!

- ¡Estás preparado?

- ¡¡Sí!!

- ¡Tienes miedo?

- ¡¡No!!

- ¡Quién es el tío con más “co...”?

- ¡¡Yo!!

- A la de una, a la de dos y... ¡a la de tres!

"QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS SALTANDO"


Con la adrenalina a flor de piel, Miguel Ángel se queda parado y no sale corriendo.

- ¡¡Vamos, vamos!! –grita la hechicera.

- Un momento, Haranís, un momento... ¿No tenías que decir: “QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS BAILANDO”?

- ¿Sí, y qué he dicho?

- Has dicho ...SALTANDO en vez de ...BAILANDO.

- Ups. Bueno, empecemos de nuevo.

- Anda que... -se queja el muchacho.

Y toma aire otra vez y se dispone nuevamente.

- Bueno, Haranís, cuando quieras...

- ¡Estás preparado?

- ¡¡Sí!!

- ¡Tienes miedo?

- ¡Ni una pizca!

- ¡Quién es el tío con más “co...”?

- ¡Pues quien va a ser, el mismo de antes, yo!!

- A la de una, a la de dos y... a la de tres.

“QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS BAILANDO”

- ¡Allá voy, ahhhhhhhhhh!!!

Veloz como una flecha, Miguel Ángel se lanza de cabeza en el agujero de la encina...

(...)


Por arte de birlibirloque y por fortuna para el muchacho, el orificio se transforma en una especie de conducto y como si fuera una enorme y sinuosa madriguera se adentra en la tierra... Un entramado de raíces amortigua la caída. Sorprendentemente, Miguel Ángel sale ileso de tal intrepidez y –una vez de pie— puede ver, con la luz de la cimera, todo un mundo lúgubre y húmedo de raíces gigantes, hay oro y brillantes por todas partes. Con la luz de la cimera descubre todo el mundo tortuoso que tiene por delante. Afortudamente Guello no parece andar por allí.

- ¡¡Haranís!!, ¡Haranis!, Haranís –grita Miguel Ángel desde la profundidad, y su voz suena profunda, fría y espectral, como si estuviera en un pozo muy hondo.

- ¡¡Qué!! ¡Qué! Qué –le responde la pitonisa, y la voz de ella parece proceder de una dimensión lejana e inalcanzable—. ¡Estás bien...bien...bien..?

- ¡¡Sí!! ¡Sí! Sí...

Como si una hormiga camina por entre el forraje del nido de una cigüeña, así va Miguel Ángel por tan profundo y enredado universo vegetal. Oye voces del pasado y del presente de gentes a las que conoció –a algunas de forma esporádica, a otras profundamente—.

¡Eh eh eh..! –le dice de repente una de esas voces fantasmagóricas—. ¿Adónde vas, muchacho? ¿Recuerdas cuando viniste a mi tienda? ¿Recuerdas... recuerdas... recuerdas…? ¡¡Ay!! ¡Ay! Ay... Nuca lo pudiste olvidar... todas esas puntillas se clavaron en tus dedos... desde entonces, no has parado de sangrar...
¡¡Eh!! ¡Eh! Eh ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué no me miras? ¡Qué te pasa! Los seres humanos necesitamos que nos hablen y que nos quieran quieran quieran...

¡Qué eco más perturbador suena en este sitio lóbrego! ¡Qué cosas más raras suceden aquí! ¿Dónde estará Alicia, dónde Lilipúrpuri Guellogüín? Aquí no hay nadie; sólo voces, ecos, raíces y humedad –piensa Miguel Ángel—. ¡¡Alicia!! ¡¡Alicia!! Nada, no responde.

(…)


- ¡¡Miguel Ángel, ayúdame!!

De repente el muchacho oye la voz de la muchacha. Desde algún lugar le llama, parece que llora.

- ¡¡Alicia, dónde estás?

- ¡¡Aquí!! ¡Aquí! Aquí... ¡¡Ayúdame!!

- ¡¡No te preocupes, bonita, tranquila, yo he venido para ayudarte, no llores!!


A trancas y barrancas, Migue Ángel se abre paso por la maraña hasta que logra llegar al lugar en el que la hija del galo se encuentra. La joven está atada una raíces fasciculadas en una especie de cripta con el techo abovedado. El profundo habitáculo es ominoso y lóbrego, pero se ve algo gracias a unos adornos iridiscentes que cuelgan. Hay ratas deambulando y calaveras dispuestas en estanterías de piedra. Rápidamente el muchacho procede a desatar a la princesa con la ayuda de la hoz.

- ¿Y el viejo? –le pregunta a su amiga, mientras la libera de sus ataduras.

- No sé, desde que salí del poblado para coger setas no le veo.

- Ese viejo no, mujer. Este otro, el que te ha raptado.

- Ha ido a robar un libro de magia a una montaña.

- ¿Un libro de magia a una montaña? –le pregunta Miguel Ángel, extrañado.

- Eso dijo.

- Según Haranís el brujo no podía moverse por la superficie del mundo, ¡ya le vale a la adivina, ya le vale! ¿Cómo es el brujo, Alicia?

- Viejo y feo, pero el tío puede adoptar miles de aspectos. Ya hace mucho tiempo que salió, así que tiene que estar al volver.

- Nos tenemos que andar con mucha prisa, pues. ¡Te ha hecho algo malo, Alicia!

- No...

Finalmente, con la ayuda de la afilada hoja falciforme, Miguel Ángel logra cortar todas las ataduras y así liberar a la princesa:

- Bueno, ya está. ¡Vámonos!

Sanos y salvos, la muchacha y el muchazo llegan al entramado de raíces, al punto de partida del corto periplo subterráneo. Con presteza, Alicia y Miguel Ángel, llenan el saquito de oro, perlas, rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes.

- Bueno, Haranís no se podrá quejar, aquí hay una fortuna –le dice el muchacho a “la francesa”. ¡Toma, Alicia, está sortija con este diamante para ti!

- ¡Huy, que bonita, muchas gracias!

- Y este cordón de plata para mí.

El muchacho se amarra la bolsita a la cintura.

- Bueno, llamemos a la bruja. ¡¡Haranís!! ¡¡Haranís!!... ¿Dónde se ha metido la bruja ahora? Espero que no se hay ido porque tiene que arrojarnos una cuerda para poder subir por este conducto subterráneo hasta la superficie. ¡¡Haranís!!

Miguel Ángel la llama, pero ella no responde.

- ¡¡¡Haranís!!! Nada. Seguro que se ha ido, Alicia. Se ha ido y nos ha dejado a nosotros aquí.

- ¡¡Haranís!! –la muchacha también la llama.

- ¡¡Haranís!!

- ¿Qué quieres? –responde la pitonisa, al fin.

- ¡Uf! ¡Menos mal que estás ahí! ¡Tira la cuerda, mujer, que el viejo ese está al llegar.

- ¡Traes el oro y las piedras preciosas?

- ¡¡Sí!!

- ¡Seguro?

- ¡¡Sí!!

- ¿Y Alicia?

- ¡Está aquí, está bien!

- ¡Ahí va la cuerda!

La soga tendría que haberse deslizado por el conducto. Pero no cae.
- ¡Haranís, aquí no se ve ninguna cuerda! –exclama Miguel Ángel.

- ¡¡Pues os he tirado un extremo, el otro lo tengo aquí amarrado a un tronco!! –les asegura la bruja, desde el otro lado.

- ¡Pues aquí no ha llegado! –le dice Alicia.

- ¡Debe de haberse enredado en alguna raíz o algún tubérculo!

Se oye que murmura la hechicera.

De pronto un ruido, similar al que muestran las pesadas y oxidadas puertas al abrirse lentamente, suena en alguna parte:

¡Ñiiiiiiiiiiiggggggggghhhhhhhhhhhiiiaaaaaaauuuuuuugggggggggg!

- ¡El viejo ya está aquí! –exclama la princesa-. Siempre que llega pasa igual.

- ¡Shsss..., baja la voz, Alicia, a ver si no se entera, A ver si no nota tu falta!

Afortunadamente para Miguel Ángel, Alicia y Haranís, el mago ha accedido a La Maraña por alguna otra entrada distante, pero pronto se percata de la ausencia de la joven:

¡Trummm..! ¡¡TROOOMMMMM.!! ¡Trun, trun, trun..!

Un trueno subterráneo remueve la tierra, todas las raíces grandes y pequeñas se encienden como si fueran enormes y diminutos relámpagos:

- ¡Guello viene a por nosotros! –exclama Alicia.

Y hasta una chulísima canción del estilo de las de HEDNINGARNA suena. Guello está loco de atar.

¿Quién se ha atrevido
a profanar la Maraña?,
¿Quién ha entrado
en mi mundo
como en su casa?
¡ji ji ji jí, ja ja ja ja já!
¡Tiki tiki, tack tack!
¡TRUM, TRUM, TRUM..!
¡Quién se ha llevado
a mi muchacha!
¡Quien haya sido
muy caro lo pagará!

Violines, panderos y gaitas...
Danzad en el bosque nocturno.
Niños y viejos...
Brujas, sapos y salamandras



Al fin Haranís consigue que el extremo de la soga llegue hasta los muchachos. La princesa celta, Miguel Ángel y Haranís, in extremis, logran escapar y se alejan del árbol fantamagórico. La pitonisa, al ver a los jóvenes de nuevo y al presenciar todas las valiosas joyas que le traen, se pone muy contenta. Los abraza y les da un beso.

- Si tuviéramos un hacha, podríamos cortar este árbol –sugiere Miguel Ángel, a pesar de que ya están lejos de la retorcida encina.

- ¡¡No!! –grita Haranís.

- ¿Por qué no? –pregunta el muchacho, y mira a la hija de Tórax—¿Tú, qué dices, Alica?

- No sé –responde la chica.

- Pues tú deberías saberlo, Alicia –le dice Haranís, algo molesta, a la princesa celta—. Primero, éste es un árbol espectral, si lo cortas vuelve a aparecer al amanecer. Segundo, yo no conozco otra entrada tan buena como esta que nos conduzca a la Maraña Subterránea. Guello, al raptar a Alicia, nos la ha mostrado. sólo él conoce estas valiosas entradas, nosotros los humanos no las notamos... Y no todos los árboles espectrales son puertas del submundo.

- Sí, pero ahora el granuja ese saldrá y nos buscará –dice Miguel Ángel a sus amigas, preocupado.
- Guellogüín conoce muchas más puertas, no sólo esta. Pero estaros tranquilos, no saldrá... nunca anda por la superficie, su mundo es más profundo –nos asegura la adivina, bajo la luz de las estrellas.

- Te equivocas, Haranís, te equivocas. El brujo me dijo que iba a robar un libro de magia a una montaña, me lo dijo ahí debajo. Y ahora, cuando nos íbamos, él iba llegando –dice la princesa.

- ¡Cierto! –exclama Miguel Ángel.

- Jaja, eso cuando lo dijo sólo estaba bromeando. Él no ha ido a ninguna montaña por ningún libro, siempre está en La Maraña, al viejo le encanta mentir –afirma la pitonisa.

- No sé... En cualquier caso tuve mucha suerte pues me topé con él y pude rescatarte Alicia.

- Sí, gracias Miguel Ángel.

- De nada, bonita. Es a Haranís a quien tenemos que estar realmente agradecidos.

- Pues gracias, Haranís.


De pronto, mientras caminan por el bosque, atónitos, Miguel Ángel, Alicia y Haranís observan como un extraño resplandor se mueve por entre los árboles, es una luz azul.

- ¿Qué es eso, Haranís? ¡Qué miedo! ¡Ves, ahí está el viejo! –le dice Miguel Ángel a la vidente.

- No, no es el viejo...-le asegura la bruja.

- ¿Serán insectos? –dice Alicia.

La misteriosa partícula iridiscente parece inofensiva, sólo se mueve de un sitio para otro. Y de repente la luz se convierte en dos... y las dos en cuatro... y las cuatro en ocho... y las ocho en dieciséis... y así hasta que los tres se ven completamente rodeados por un sinfín de partícula de luz.

- ¡Que bonito! –exclama la princesa.

Es como si una noche estrellada se hubiera originado a en torno a ellos, a tan sólo unos palmos del suelo. Se oye una música a lo lejos, y parece Fatboy Slim.

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