sábado, 16 de mayo de 2009

CAPÍTULO 6.- LA VENGANZA DE HARANÍS




LA VENGANZA DE HARANÍS (Cap. 6.).


Miguel Ángel continua con su periplo por el bosque, toda la niebla que había cuando estaba en el poblado bárbaro ya se ha disipado. Ahora, el sol luce en el cielo, es un día templado del verano. Mientras camina, el muchacho habla:

¿Dónde estará Vir-ilio?
Bueno, mejor será que no aparezca, pues no le encuentro una vez que no suceda una desgracia.


El poeta no aprece, pero si encuentra con la pitonisa... parece enfadada, no tiene muy buena cara. Descansa recostada sobre el tronco de un roble en el fabuloso bosque, en el que las más variadas y fantásticas formas de vida vegetal y animal tienen un lugar. El joven, al verla, le habla:

- ¡Haranís!

- ¡No me dirijas la palabra, desgraciado! ¿Has visto la que has liado? Lo has echado todo a perder... ¿Por qué tuviste que aparecer?

- ¿Yo? ¡Pero si ha sido Octavio! Yo no hice nada.

- ¡Serás “gili...”!

- ¡Ja, ja, ja! Además no dije nada que no fuera cierto. No puedes hacer magia, no puedes hacer magia ni en el mundo de los sueños. Ni adivinar nada...

- ¿Te crees muy listo, verdad?

- Vamos, mujer, si yo no he tenido la culpa –le insiste a la pitonisa, con cierta guasa.

- Si tú no hubieras aparecido por allí yo no habría tenido que salir y... en fin, tú eres el causante de todo. Así qué:


¡Zash, plasf, plosf, bam!


- ¿Haranís, cómo lo has hecho?

La bruja ha conseguido que una jaula, del tamaño de una cabina de teléfono, se forme a alrededor del joven.


- ¿Sigues pensando que no puedo hacer magia? –le pregunta—, ¡Ja ja ja ja ja..! –y se burla de él con una risa macabra.

- ¡Haranís, lo siento mucho, te prometo que no volveré a decir nunca más que eres una farsante! ¡Por favor, Haranís, has que pueda salir de aquí!

- Lo siento, chaval, pero he de irme, aquí ya no hago nada.

- ¡No puedes abandonarme así! ¡Por favor!

- ¡De modo que yo no debo dejarte ahora ahí encerrado, pero tú si puedes aparecer aquí en el mes de agosto y arruinarme el negocio!

- Haranís, no era esa mi intención... ¡Por favor!

- Está bien, haré que salgas de ahí.

- ¿De verdad?

- Sí, sí.

- ¡”Cojonu...”! Pues venga, haz que todos estos recios barrotes de acero se disipen en la atmósfera como el humo de un pitillo, ¡seguro que puedes hacerlo, Haranís!

- Tienes razón, puedo hacerlo, pero no lo haré.

- Entonces cómo vas a sacarme de esta prisión “do agora yago”, al margen de las risas, al margen de los llantos.

- Se me ocurre una idea mejor —le dice la bruja, en un tono ciertamente preocupante.

- ¡Una idea mejor! –exclama Miguel Ángel, temiéndose lo peor.

- Así es.

- Bien, ¿qué es lo que vas a hacer, Haranís?

- Te convertiré en un asqueroso y repugnante sapo, así podrás salir de esa jaula a través de sus barrotes, ¡ja ja ja ja..!

- ¡Qué fuerte! –dice algo o alguien, o alguna planta.

- ¡No, por favor! ¡Qué va a ser de mí si en un sapo me transformas?, además, que una bruja convierta a alguien en un sapo no es nada original... Eso está super visto ya. ¿No podrías hacer que fuera piloto de Iberia o un prestigioso médico en la seguridad social?

- ¡Ni hablar!

Pero Haranís se dispone a efectuar tan ominoso sortilegio con frialdad. Parece que no hay vuelta atrás. No manifiesta la más mínima piedad. Finalmente la pitonisa pronuncia las palabras mágicas con solemnidad:

¡QUÉDIFÍCILENCONTRARUNBUENTRABAJO, PLUS PLIN PLAN!


¡Croag, croag, croag !

La bruja ejecuta el hechizo, y le dice al sapo:

- Ahora, si quieres volver a ser el “gili” que eras, que algo es algo, encuentra a una pastora o a una princesa que se capaz de darte un beso, ahora que tienes tan asqueroso aspecto.

¡Qué imaginación, qué original! Anda que no está visto esto ya –piensa el aruno, para sus adentros.

Haranís se pierde en la espesa floresta –tan contenta— y Miguel Ángel se queda así, de esa guisa, en medio de la salvaje naturaleza.


¡Croagh!

Y piensa:

Anda que si me viese el poeta de esta guisa, seguro que se moriría de la risa... Uff, pero ya veo que no es necesario que esté Vir-ilio para que me sucedan desdichas... Una pastora o una princesa, la única princesa que conozco es Alicia Astas.
¿Y quién va ahora a ese poblado? Esas gentes estarán ya en plena batalla con los romanos... Pero si no voy allí: ¿qué voy a estar, toda mi vida en la rugosa piel de un anuro?... ¡Menudo futuro!

Con su nuevo y flamante cuerpo de anuro Miguel Ángel prosigue con su periplo por el bosque... Mientras avanza, dando saltitos, le viene a la cabeza la primera vez que vio una rana. Aunque es un sapo, Miguel Ángel puede hablar y como hace de costumbre, cuando piensa, medita o recuerda algo, lo dice todo en voz alta, hace como si le estuvieran escuchando:

Sucedió una mañana; una húmeda mañana de invierno; yo creía que esos bichos no existían realmente, pensaba que sólo eran un producto de la mente, de la mitología y de la fantasía humana. Pero de repente, en una charca transparente, apareció aquella ranita, era blanca y tenía manchitas negras, era tan bonita que mis amigos y yo le pusimos Afrodita.

- ¡Qué asco de las ranas!

Dice de pronto alguien, Miguel Ángel mira a su alrededor, pero no se ve a nadie.

Habrá sido una planta, bueno, como iba diciendo... logramos capturarla y durante unas horas Afrodita se convirtió en un miembro más de la banda... hasta que falleció, misteriosamente. Enterramos a aquel animalito de forma solemne...

Mientras camina, el anuro manifiesta dificultades para respirar. Su piel rugosa está reseca y empieza a echar en falta el frescor de un limpio e hidratante riachuelo. Mientras busca el líquido elemento Miguel Ángel se detiene, pues ve, allá, al lo lejos, a una cigüeña bebiendo en una charca. Y empieza a dudar:

¿Qué comerán ésas? ¿Comerán sapos? ... Creo que sólo se alimentan de insectos y lagartitos, pero no estoy seguro. Me parece a mí que una vez leí un cuento en el que una de estas aves se hartaba de ranas y sapos... Bueno, parece que se va. ¡Adiós guapa, buen viaje!


¡plosf!

El muchacho se de un baño en el limpio charco... Ya se marcha, pero una bellísima melodía comienza a sonar en alguna parte y la música es tan sublime que, casi seguro, debe de pertenecer al fantástico grupo francés “Air”. Alguien le llama:

- Miguel Ángel, ¡croag!

- ¡Parece una rana! Pero por aquí no hay ni un ánima, ¡Croag!

- Soy yo, estoy aquí, a tus espaldas.

El anuro se gira y alucina, pues:
Aquella ranita que encontró cuando era niño, estaba allí.

- ¡Afrodita! ¡Qué sorpresa! ¿Tú no te habías muerto, bonita?

- Sí, pero... el mundo de los sueños no es el de la vigilia, ¡cualquier cosa puede pasar!

- ¡Es verdad, por eso a mí me gusta más!


Embelesado, el anuro observa a su amiga... alrededor de sus ojos brillan unas preciosas y diminutas perlitas... Jamás pensó Miguel Ángel que una rana pudiera ser tan bonita, le recuerda a una chica del instituto de la que estuvo un tiempo enamorado, ¡es igualita!

- Ahora que eres un sapo, sumérgete conmigo en este lago –le propone ella, rompiendo así el mágico silencio musical en el que ambos hemos quedado atrapados.

- Yo contigo, Afrodita, voy a cualquier lado –le asegura él, alucinado.

¡Plosf! Se lanza ella.

¡Plosf! Y se lanzo él.


Afrodita le muestra todas las maravillas del charco.

- ¿A dónde me llevas, Afrodita?

- No tengas miedo.

- ¿A ti no te preocupa el futuro, bonita?

- A mí no.

Llega la noche y, sobre una piedra azul, los anuros contemplan la luna, croan y escuchan la música bajo la luz del plenilunio. Otra vez es la música de ese fantástico grupo francés llamado “Air”.


- ¿Sabes una cosa, Afrodita?

- ¿Qué?

- Me quedaría aquí eternamente, lejos de la maldad y de la falsedad de la gente, a tu lado.

- Ya, pero tu mundo no éste.

- No sé lo que va a ser de mí cuando me despierte de este sueño estival y tenga que enfrentarme al tedioso mundo ése de la vigilia. Ojalá sea cierto lo que me dijo la bruja del báculo.

- ¿Por qué te da tanto miedo?

- ¿La bruja?

- No, el mundo de la vigilia.

- Porque casi toda la gente tiene prisa y es egoísta. ¡Es un rollo!

- Me parece que te preocupas demasiado, Miguel Ángel; ese mundo tampoco es tan malo, lo que pasa es que hay que ser un poquito más extrovertido y simpático, guapo.

- ¿Tú crees?

- Claro, si eres tan serio y tan solitario, la gente te da de lado.

- ¿Y qué hago?

- Ser más afable con tus semejantes. Déjate llevar por la naturaleza y ya está. Hay que ser más cariñoso pues la gente necesita amor y atención... y tú también. A veces, por no decir casi siempre, eres muy distante con tus familiares, amigos y allegados.

- No sé, Afrodita. A lo mejor tienes algo de razón.


(...)


Lejos de Afrodita, Miguel Ángel camina, resignado y con sumo cuidado, hacia el poblado de la caravera con cuernos, esperanzado en que Alicia le devuelva a su antiguo estado antropomorfo. Pero en el trascurso de tan arduo periplo, el muchacho ve a una pastora sentada a la sombra de un olivo, es una pastora que cuida de un pequeño rebaño de ovejas y recita bonitas estrofas por la ausencia de su amado.

¡Una pastora, “cojonu...”! ¡Y está super buena! Si fuera capaz de besarme me sacaría del apuro, y así no tendría que ir a Pantagrul. –calcula, el anuro, mientras oye a la muchacha recitar sus estrofas:

- ¡Ay amado mío, cuánto te echo de menos. Con tu ausencia, en mi corazón se han extendido las tierras yermas...! ¡Ay amado mío, cuanto te quiero y te anhelo, tu falta en mí aviva un perpetuo fuego...!

No rima mucho, pero bueno... –se dice Miguel Ángel. Decidido, ante ella se presenta:

¡Croagh, croagh, croagh!

Tan bucólica muchacha le ve:

- ¡Huy, qué horror, una rana! ¡Qué assssssssco!

- ¡Será pija! ¡Y no soy una rana, soy un sapo!

Y en esto que aparece el fauno ese del arpa y, al ratito, Vir-ilio.

- ¡Ay, amado mío, porfa, ven presto, esta rana me está acosando con su asqueroso aspecto, su croar detesto!

- En vano padeces, amada mía, pues no ha de osar este ingenuo animalillo en tu espíritu causar tormento si ante él yo me presento.

- ¡Vir-ilio, si soy yo!

Miguel Ángel, atónico, ve como Vir-ilio resurge para acudir al auxilio de la pastora, se percata de que el poeta no le reconoce con su nuevo cuerpo de anuro y también descubre que él aunque le hable a la gente nadie le entiende, sólo escuchan una cosa: ¡Croag!

Así que el muchacho opta por marcharse de allí:
El romano ni me reconoce ni me entiende. No me queda otra, me voy a Pantagrul. A ver si allí tengo más suerte.


(...)

Seis de agosto, once y media de la mañana. Miguel Ángel parece que continúa soñando. Él cree que seguramente éste será su último verano malo, no porque prevea que ya todos los demás serán buenos, si no porque piensa que ni su espíritu ni su cuerpo podrán soportar otra aburrida estación estival. Como dice el refrán: "No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista".

(...)


A trancas y barrancas el anuro logra alcanzar las inmediaciones del poblado celta, alberga la esperanza de recuperar su antiguo estado con la ayuda de la princesa, pero piensa:

¿Estará la princesa dispuesta a besar a un sapo? Ufff... lo dudo. Espero que lo haga, porque de lo contrario toda mi vida estaré aquí, dentro de la rugosa piel de un anuro.

- ¡Menudo futuro! –exclama ese alguien o ese algo, invisible, que parece que siempre le oye y le persigue.


(...)


El sapo al fin alcanza las inmediaciones de la aldea, se esconde tras las hojas de una planta enorme. No os podéis ni hacer una idea de la movida que se ha organizado: las legiones romanas están por todas partes, el poblado está sitiado. Esto parece la película “Espartaco”. Miguel Ángel, estupefacto, observa el panorama, y piensa:

¡A ver cómo entro yo ahora ahí dentro para ver a Alicia!, la muchacha lisonjera que puede devolverme a mi antiguo estado, que algo es algo...

Mientras el muchacho se lamenta de lo dramático que es su estado, proliferan en el ambiente toda suerte de palabras feas e insultos entre los inminentes contendientes:

- ¡¡Gili..., romano de mierda, vete a Roma con tu “p... madre!! –se oye decir al jefe bárbaro desde el otro lado de la empalizada.

- ¡Marcha tú a La Galia, “desgraciao”! ¡En qué libro, en que tratado, se ha visto que hayan habido galos en estas tierras? –le dice Octavio.

- ¡¡Yo voy a dónde me sale de los “cojo...”, qué pasa!! ¡¡Además, tú tampoco ere el Julio Iglesias ese!!

- Por Júpiter, qué inculto es este tío. ¡Julio César! – le dice el patricio.


Todo es ciertamente surrealista, delirante... El muchacho piensa:

¡Uf!, cuántas palabras feas... ¡Galos! Ahora resulta que éstos son ¡galos!; pero... ¿los nombres de estas gentes no terminaban todos en –ix? Uff ...estos galos son muy raros.

De pronto, por efecto del hechizo de Haranís, el anuro adquiere una prodigiosa visión, es tan prodigiosa su vista que le hace ver lo que está lejos como si estuviera cerca; también es dotado de un oído ciertamente poderoso, lo oye todo. Y ve a la princesa:

¡Alicia!

La princesa y otra muchacha asoman sus cabezas por el borde de la empalizada. Y Miguel Ángel dice:

- ¿Quién será esa joven que la acompaña? ...Será su hermana.

Pero vuelver a surgir la misteriosa voz esa:

- No, es su amiga. Se llama Cervesia, que significa cerveza. Los galos pusieron al “zumo de cebada” ese nombre por el parecido que hay entre el color del líquido y el del ciervo.

- ¿Estás segura? –le pregunta el muchacho, el ya cree que es una planta.

- Sí. Grugggññññññ

Pero el arbusto, de pronto, hace un preocupante ruido, muy similar al que hacen los jabalíes pequeños.

- Bueno, ahora también está aquí Doñanito, ¡el que faltaba! –murmura el anuro.

- ¿Doñanito, quién es ése?

- Sí, disimula, disimula...

Miguel Ángel pasa del cerdito... pero el jabalí habla otra vez:

- ¡Eh! ¿Es verdad que tienes el virus de la fiebre aftosa? –le pregunta el jabato, preocupado y camuflado entre la floresta.

- No, no tengo eso. Por cierto, para ser un vegetal te preocupas mucho por las enfermedades de los cerdos. ¡Ja!

- Y tú para ser un sapo te interesas una barbaridad por la “Guerra de las Galias”, ¡juas! Vi como te convirtió la bruja esa. ¡Qué fuerte, tío! ¡Qué fuerte! ¡Qué mala suerte!

- Yo de ser uno de tu especie no andaría mucho por aquí. A estas gentes les encantan los jabalíes.

- Sí, pero a los pequeños no los cazan. ¡Mira, mira! ¡Alicia Astas!

La princesa y su amiga Cervesia están en lo alto del cerco, junto a unas terroríficas lanzas de puntas envenenadas. Y hablan:


- ¡Uff, qué bueno está el romano ése! –le dice la princesa a Cervesia.

- ¡Es verdad! ¡¡Quién te cogiera, macizo!! –va y le dice la tía al soldado, y le hace un gesto algo libidinoso.

El legionario les guiña un ojo y les manda un beso... ellas le envían otro. Miguel Ángel lo ve y lo oye todo.

- ¿Por cierto, Alicia, qué ha sido de ese poeta latino con el que te pilló tu padre?

- No sé, me recitó bonitas estrofas a la sombra de una higuera y después echamos un... Desde entonces no le he vuelto a ver.

Al oir aquello, Miguel Ángel protesta:

- Croag. ¡Tiene “coj...”! Aquí el que no corre vuela...

- ¡Juas! –y el cerdito se ríe, camuflado en la floresta.

- ¡Ay, qué ganas tengo de besar un sapito! –¡dice, de repente, la hija del galo!

El muchacho no puede creer lo que oye:

- “¡Ay, qué ganas tengo de besar un sapito!” ¿Ha dicho eso, Alicia ha dicho eso?

- Sí que lo ha dicho, sí –le asegura la hocicuda “planta”.

Pues tengo que llegar hasta allí como sea, aunque me cueste la vida! ¡Prefiero que me aplasten los romanos a estar toda la vida dando saltos! ¡Croagh, croagh, croagh..!

El muchacho se aventura a cruzar el trecho —desierto de vegetación— que separa a los árboles de la muralla elevada, en lo alto de la colina. Pero los romanos divisan al intrépido anuro:

- ¡Excipión! –dice, de pronto, Octavio.

- ¿Qué pasa?

- ¡¡Un sapo!! –exclama el patricio, “acojo...”.

- ¡¡Decurión Marco Labeón!! –dice el centurión Excipión a un soldado.

- ¡¡Sí, señor!!

- ¡¡Qué aplasten a la rana ésa con las catapultas!!


- ¡¡Un momento!! ¿Estás loco, Excipión? “Sapo o rana que alegre camina, derrota segura si lo hace colina arriba” –se apresura a decir el hijo adoptivo de Julio—.

- ¡Aplastémosle! –insiste el romano, con denuedo, desatendiendo las supersticiones de su jefe superior.

- ¡Eso sería aún peor! –exclama el futuro emperador.

- ¡Entonces, qué “co...” hacemos? –pregunta el militar, con cierto enojo, a su jefe—.

- ¡¡Es el peor de los augurios!! ¡¡Nos vamos de aquí ahora mismo!! –dictamina finalmente Octavio.

Atónito, Miguel Ángel, percibe que los romanos se esfuman, cuando ya son pocos metros los que le separan de la la muralla.

- Pero... ¿a dónde van éstos ahora? –dice Alicia, perpleja—.

- ¡Huy! Los romanos se retiran pero... ¡ahí viene un sapo! –le indica su amiga.

Y la “francesa” ve a Miguel Ángel:

- ¡Ostras, es verdad!

Extenuado, el muchacho trepa por la muralla de madera hasta alcanzar la cabeza de la princesa celta. La muchacha, al verme, le dice:

- ¡Hola, sapito bonito!, ¿me dejas que te de un besito?

- ¡Croagh!

Alicia le da un beso a Miguel Ángel, y al instante el muchacho recupera su antiguo estado, que algo es algo.

- ¡Huy, mira quién es! –exclama la joven al verle, sorprendida—.

- ¡Infinitas gracias, Alicia, ya estaba algo cansado de dar saltitos!

Le asegura el joven a la princesa, y le guilla el ojo la "francesa". Miguel Ángel también ve que Cervesia le mira, sonriente:


- ¿Y tú de qué te ríes, bonita?

Los galos ya celebran la retirada de las legiones. Pero el Rey divisa al Miguel Ángel desde el otro extremo del poblado, y grita:

- ¡¡Ahí hay un romano!!

- ¡No papa, que no es un romano, es un sapo! lo que pasa es que... –intenta explicarle su hija, gritando desde lo alto de la empalizada.

Pero todos los galos van a por él completamente ebrios, cantando y lanzando al aire poderosísimos gritos, armados con lanzas de puntas venenosas, espadas, mazos y hachas de guerra.

- ¡Bueno, chicas, gracias por el besito, ya nos veremos otro día! ¡Adiós!

De allí sale el muchacho corriendo como un galgo y no se detiene hasta que pierde de vista a los bárbaros. Por lo visto a los galos les ha gustado la funesta y macabra idea de Haranís, que no es otra que la de adornar una entrada trasera con su pobre calavera.

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