viernes, 15 de mayo de 2009

CAPITULO 5.- ALICIA ASTAS





ALICIA ASTAS
(Cap. 5.).

Miguel Ángel camina por el inmenso bosque buscando al romano, es una mañana fresca con una espesa niebla, tan espesa que moja la hierba.

- ¡Vir-ilio ilio ilio...! ¿Dónde estás estás estás estás...?

El joven llama al patricio pero nadie responde y sólo es su voz la que retumba. De pronto, en un claro en medio del bosque, sobre una colina, a lo lejos, divisa una empalizada que se alza por encima de la húmeda y densa bruma. Se acerca y comprueba que tras aquella gran muralla se esconde un poblado. Sobre la puerta cerrada de la entrada, una horrible calavera –con cuernos de ciervo— y una ominosa leyenda invitan a marcharse a todo el que allí se acerca.


PANTAGRUL
El que tenga “co...”
que ponga un pie
aquí dentro



Perplejo, Miguel Ángel mira el tremebundo adorno, y piensa:
¡Pantagrul! ¿Dónde he oído yo esto antes? Pantagrul... Pantagrul... Esta palabra me recuerda al adjetivo pantagruélico... ¡Ya está! ¡Qué horror! ¡Esto es un poblado celta! Yo me largo de aquí ahora mismo.


Ya se va cuando:

- ¡Vir-ilio! Pero... ¿qué haces?

El romano duerme recostado sobre el tronco de un árbol. A las afueras de la aldea.

- No te eches aquí así, que este sitio debe de estar plagado de víboras y de escorpiones. ¡Vir-ilio! ¡Vir-ilio! ¡Despierta!

- ¿Dónde estoy? –pregunta el filósofo, confuso y algo resacoso.

El poeta se despereza... Y de repente, las puertas de aquel extrañísimo poblado se abren. Aunque no aparece nadie, el patricio sale corriendo.

- Pero... ¿a dónde vas con tanta prisa?

Miguel Ángel también se marcha, pero... alguien le llama:

- ¡Eh, tú, pintamonas!


El muchacho se vuelve y divisa al individuo que le habla. Se trata de un tío enorme que porta un hacha que te cagas –permítaseme la vulgar expresión-, usa una vestimenta algo belicosa y tiene una cara de malos amigos que para qué os voy a contar. Su bigote es cobrizo y también su barba, así como su larga cabellera—. Y le acompaña una muchacha.

- ¡Este tío es un celta y la chica que con él viene es idéntica a la modelo francesa esa! –murmura Miguel Ángel-. ¿Qué quería usted, señor? –le pregunta al gigante, cuando ambos personajes ya están muy cerca.

- ¿Has visto por aquí a un “gili...” algo afeminado con peinado de romano? –le pregunta el bárbaro.


Miguel Ángel se percata de que el bárbaro se refiere a Vir-ilio y le va a responder que sí, que se acaba de ir; pero la joven que viene con el grandullón le hace señas y con mucho disimulo le da entender de que diga que no sabe nada. Miguel Ángel le hace caso.

- No, señor, no le he visto.

- ¿Estás seguro? Parecía que ibas a decir que sí... Umm.. –le dice el guerrero, no muy crédulo, y mira a la chica.

Ella le sonríe... De nuevo, el gigante clava su vista en el muchacho.

- Sí, sí, estoy seguro. No he visto a nadie.


Miguel Ángel se reafirma y la muchacha, con mucha discreción, le guiña su bonito ojo derecho en muestra de agradecimiento. Pero el joven no puede evitar preguntar al guerrero del hacha:

- ¿Para qué quería usted ver a ése?

- Para decirle que no vuelva a acercarse a mi hija y después cortarle la cabeza con este hacha! ¡Ja ja ja! –dice el tío, con una risa macabra.

A Miguel Ángel se le hace un nudo en la garganta.

- Yo creo que con que le diga usted a ése que no se acerque más a su hija es suficiente, ése no se acerca más, se lo aseguro.

El gigante clava sus ojos en el muchacho, acerca su cabeza y arquea sus cobrizas cejas…

- ¡Qué pasa, le conoces o qué? –pregunta el bárbaro, en un tono beligerante.

- ¡No, no!

- Ahora que te miro de cerca... te pareces un poco. ¿Acaso eres su hermano?

- No, qué va...

- No sé, no sé. No me hueles bien, tienes una pinta muy rara. Creo que sería mejor cortarte la cabeza.

Cuando el guerrero le dice eso, Miguel Ángel casi se caga -permítaseme la vulgar expresión-. Bueno, y ya sabéis, cuando algo está mal es susceptible de empeorar todavía más.

- A lo mejor es un espía, papá –va y le dice la chica, que se podía haber estado calladita.

- ¡Por Belenus, hija, ahora que lo dices... tú no serás un espía, verdad?

- ¿Un espía, un espía de quién? –le pregunta el muchacho, confuso y “acoj...”.

- Un espía de los romanos, ¡de quién “co...” va a ser!

- ¡Un espía de los romanos! –exclama, aturdido.

Y el miedo le posee de tal forma que no se le ocurre decir otra cosa más que lo que sigue:

- ¡No, no señor! Lo que... lo que... lo que pasa es que estaba aburrido en mi casa, me tendí en el suelo, me quedé dormido y empecé a soñar. Algo parecido ya le paso a un pariente cercano mío. Por eso estoy aquí, porque estoy soñando; todo esto, incluido ustedes, sólo es un producto de mi mente.

El gigante y su atractiva hija le miran, muy preocupados. Un silencio lo invade todo, se puede oír el croar de las ramas, así como el canto de los pajaritos...

- Claro, claro... ¡Y yo soy Encarnita Polo!se burla el guerrero—. ¡Juassssssssss! ¡Está soñando dice! ¡Juassssssss!

- ¡Menudo rollo! –exclama la chica—. ¡Jajajajajajaja!

Ambos, padre e hija, se "descoj...". Pero Miguel Ángel está muy preocupado, porque le parece todo tan real que ya no sabe si está soñando o si está despierto.

- Papá.

- Dime, hija.

- Si es verdad que somos un producto de su mente, no tiene que estar muy bien el pobre de la cabeza.

- ¿Por qué dices eso, hija?

- ¡Qué mal tiene que andar para... imaginarte a tí!!! ¡Jajajaaja!

- ¡Juasjuasjuasjuas!!! Muy bueno, hija, ¡muy bueno! Desde luego, ya el pobre no puede estar peor, tienes razón.

- Papá.

- Dime.

- Se puede estar peor aún, hasta el extremo de...

- ¿De qué, hija, de qué?

- ¡De imaginarse a los romanos!!! ¡jajajajajajaja..!

- ¡Juasjuasjuasjuasjuasjuasjuuaaaaaaaassssssss!!!

Una vez, padre e hija, hacen y ríen sus gracias, el guerrero del hacha de doble hoja habla:
- Anda, Alicia, hija, ve a llamar a la hechicera. Vamos a ver qué es lo que le pasa a este tío, que no me fío.

Cuando el guerrero del hacha pronuncia el nombre de su hija, Miguel Ángel se queda de piedra, y piensa sobre la muchacha, sobre el tremebundo adorno de la puerta y sobre el propio celta:

¡Alicia! Esta muchacha tan lisonjera no sólo es una réplica exacta de la cotizada modelo francesa esa, sino que, además, ¡se llama igual y todo! Por cierto, ¿qué está hablando éste de hechicera? Para mí que estas gentes lo que tenían eran druidas, sólo faltaría ahora que se presentase aquí Haranís, ¡ja!
¿A quién le habrá tocado adornar esa entrada con su cabeza? Ése, o ésa, seguro que era otro, u otra, que se aburría. El aburrimiento no conduce a nada bueno.
Este grandullón debe de ser el Rey del poblado y Alicia, si es su hija, una... una... –¿cómo era la palabra ésa?, la tengo en la punta de la lengua... no me acuerdo—...¡una princesa! Eso, eso, una princesa.

Mientras Miguel Ángel medita y reflexiona sobre todo esto, la chica –muy alegre— se dirige, colina arriba, a la puerta de la empalizada... Y el gigante vuelve a hablar:

- ¡Qué raro! ¿Dónde estarán lo jabalíes? Desde hace unos días no veo ninguno por aquí. Parece como si alguien los hubiera espantado... ¿Tú no tendrás nada que ver, verdad?

- ¡No, no! Yo no tengo nada que ver con esos bichos.

- Seguro que esos “cabro...” romanos los han matado a todos, no me haría ninguna gracia tener que hacerme vegetariano a estas alturas...

Alicia por fin alcanza la calavera con cuernos y llama a la puerta:

¡Tock, tock, tock!


- ¿Qué quieres, princesa? –le preguntan desde el otro lado de la empalizada.

- ¡Qué salga Haranís!

- ¡Ja! Lo sabía… -murmura Miguel Ángel, al oir a Alicia.

- ¿Qué sabias? –le pregunta el guerrero.

- Nada, nada, tranquilo… cosas mías.

Y Haranís llega, acompañada por Alicia, al apacible lugar en el que el celta y el muchacho están. Tiene una melena pelirroja que le llega a los pies, viste una túnica blanca como la nieve y usa unas lentillas celestes como el cielo en un despejado día estival.

- ¿Qué sucede? –pregunta la embaucadora bruja.

- ¡Qué este “gili...” dice que está soñando…! –le explica el bárbaro, a “grosso modo”.

- ¡Este tío lo que está es “colgao”! –dictamina ella.

- ¡Y tú eres una estafadora, no puedes hacer magia! –se le escapa a Miguel Ángel.

- ¡Eh, tú, mucho cuidado! ¿Cómo te atreves a hablarle así a nuestra druidesa!dice el Rey, y aprieta con sus manos el astil del hacha.

- ¡Ja ja ja ja! –Alicia se ríe.

- ¿De qué te ríes, Alicia? ¿A ti no te preocupa el futuro, bonita? –le dice el muchacho a la “francesa”.

- A mí no –responde ella, tan contenta.

- ¡Pues qué bien! –añade Miguel Ángel, algo mosqueado.

- ¿A ti, sí? –le pregunta ella.

- Un poco.

Y Miguel Ángel se olvida de la princesa y se dirije a la druidesa:

- ¡Lo siento Haranís, se me ha escapado eso de que eres una estafadora!

El se disculpa, pero la hechicera le mira con desprecio, hastío y prepotencia. El joven piensa:

¿Cómo le digo yo a esta gente que Haranís es una farsante? Mejor será no decirles nada y confiar en que se den pronto cuenta, porque si no es así la pitonisa va a hacer su agosto.

La tía le mira como si le hubiera leído el pensamiento, y dice:

- ¡Éste está aburrido y ha venido a fastidiarnos! ¡Anda, córtale la cabeza, Tórax!, que necesitamos una calavera para adornar la nueva entrada trasera.

- No, Haranís; conviértele en un sapo lindo...–propone Alicia.

Mientras, Miguel Ángel piensa:
Qué pasará si te decapitan en un sueño, te morirás... pero y si ya no estoy soñando, uff... menudo panorama.

Cuando todo parecía estar perdido:

- ¿Qué pasa aquí?

Caio Octavio, que era el nombre que tenía Octavio Cesar Augusto antes de ser emperador, emerge, de repente y por sorpresa, de la densa floresta; y con él, las legiones romanas.

- ¡Buaff, el que faltaba! –dice Tórax, el guerrero del hacha.

- ¡Este tío quiere cortarme la cabeza! –le dice Miguel Ángel al romano.
- Y a mí que me cuentas, yo sólo he venido a dar una vuelta...

El militar pasa del muchacho, el militar se fija en la bruja:

- ¡Haranís! ¿Qué haces tú aquí?

- ¡Eh! ¿De qué conoces tú a éste? –le pregunta el bárbaro a la hechicera, algo dolido y celoso.

Alicia y Miguel Ángel se quedan estupefactos, y se miran. De pronto, Haranís dice a todos:

- ¡Oh! Dirigid vuestra vista al cielo, amigos: ¡un hada alada!

Todos: Miguel Ángel, el Rey, Alicia, Caio Octavio y las legiones romanas miran al éter con caras de idiotas, pues no todos los días se ve una muchacha alada de esas... Pero ¡qué demonios iba a ver un hada con alas en el cielo! ¡Ni una mosca!

Lo que sucede es que la astuta bruja logra distraer la atención y engaña a todos para esfumarse. Y Miguel Ángel, al igual que ella, consigue escabullirse por otro lado. Ahora, lejos de allí, sano y salvo, el muchacho piensa:

¿Se habrán liado ya a mamporrazos los celtas y los romanos? ¡Juas! No voy a ser yo el que vaya allí a averiguarlo.

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