viernes, 22 de mayo de 2009

CAPITULO 13.- TE CONVIERTO EN VIENTO





TE CONVIERTO EN VIENTO (Cap. 13).


- Bueno, Proserpina, pues ya estamos aquí.

Aunque la noche lo envuelve todo, ésta es una noche luminosa, pues las estrellas y la luna brillan vigorosas...

- ¿Este es el árbol tan fantasmagórico del que me has hablado, Miguel Ángel? –la pregunta la sierpel.

- Sí, ésta es la puerta por la que se entra a La Maraña. Hay que tirarse de cabeza en el agujero ese que tiene su podrido y ancho tronco, plagado de hongos. ¿Lo ves?

- Sí, algo oscuro veo...

- Sin la el casco que me dio Haranís, sin la hoz... No sé como voy a ver moverme hay dentro... Confío en no abrirme la cabeza... Bueno, vamos allá. Proserpina cuando yo te diga ¡YA! pronuncias las palabras mágicas.

- ¿Palabras mágicas?

- Sí, tienes que decir:

"QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS BAILANDO"

- De acuerdo.



(...)


La sierpe y Miguel Ángel caen sobre el conglomerado de raíces que, a modo de cama elástica, amortigua la caída de los intrusos.

- ¿Estás bien, Proserpina?

- Sí, ¿y tú?

- Yo perfectamente.

Aunque el muchacho no tiene la cimera de Haranís ni su linterna, resulta que ve mejor de lo que esperaba, pues en esta ocasión unos puntos luminosos como luciérnagas revolotean por entre las enormes y pequeñas raíces...

- ¡Qué bonito espectáculo de luz! –exclama la sierpe.

- Parece que, al igual que la otra vez que entré, Guello no ha notado mi llegada. Lo cual me extraña, pero bueno, confiemos en que es así y andemos sin hacer mucho ruido.

- ¿Miguel Ángel?

- Dime bonita, habla más bajito.

- ¿Cómo vamos a encontrar ese libro en este universo fasciculado?

- Buena pregunta... Tendremos que pedírselo al viejo personalmente.

- ¡Estás loco!

- Es posible, podría ser... pero buscar agujas en un pajar es algo que nunca se me ha dado muy bien.

De nuevo suenan las mismas voces que Miguel Ángel oyó la primera vez...


¡Eh eh eh...! ¿Adónde vas, muchacho? ¿Te acuerdas cuando viniste a mi tienda? ¿Te acuerdas... te acuerdas... te acuerdas...? ¡¡Ay!! ¡Ay! Ay... Cómo no lo vas a recordar... si todas esas puntillas se clavaron en tus dedos... y desde entonces no has parado de sangrar...
¡¡Eh!! ¡Eh! Eh ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué no me miras? ¡Qué te pasa! Los seres humanos necesitamos que nos hablen y que nos quieran quieran quieran.

La víbora, que también percibe tan fantasmagóricas voces, se extraña.

- ¿Y esos fantasmas que hablan, Miguel Ángel, quiénes son?

- Son gentes a las que conocí

- Ya veo... son tus recuerdos, son tu conciencia -le asegura la astuta sierpe.


Tras un largo camino a través de un mundo plagado de raíces, los intrusos llegan a un sitio en el que alguien duerme... El lugar es como una inmensa madriguera.

- ¿Quién es ése, Miguel Ángel? –pregunta la víbora, en voz baja.

- Ni idea... el brujo no es.

- ¿Estás seguro?

- Sí, éste parece un gigante. El viejo es más pequeño. Debe de tratarse de un guardián, Proserpina. Vamos a acercarnos y pasemos con sumo cuidado... esperemos que no se despierte y, sobre todo, que no esté Guello ahí.

Todo sale según lo planeado y lo esperado, una vez dentro Miguel Ángel y Proserpina descubren que el profundo habitáculo está repleto de recipientes y calderos... También hay animales extraños en formol.

- ¡Mira, Miguel Ángel, allí al fondo hay una estantería con volúmenes!

- ¡No grites, Proserpina... que nos va a oír el gigante de la puerta... Ya la veo.

- Este grandullón duerme como una piedra, creo que no despertaría ni en medio de una algarabía –murmura la sierpe.

- No te confíes, amiga, no te confíes...

Cuando alcanzan los estantes donde están los libros, se llevan una grata sorpresa.

- “Co...”, parecen ordenados alfabéticamente... lo están; ahora espero que se encuentre aquí “Intellectum Tibi Dabo”, el libro que necesitamos...

Y, algo nerviosos, lo buscan...

- Pues no está... ¡Me cachis en la mar!

- Shhhh... Mira, Miguel Ángel, el tomo que hay abierto allí, encima de esa mesa de madera... ¿Será ése?

- Eso sería tener mucha suerte, bonita... pero vayamos a comprobarlo...

Se dirigen allí con cuidado y sin leer ni una letra de las páginas abiertas, lo cierran y miran la tapa....


ENSALADAS VARIADAS Y PLATOS FRÍOS


- ¡Juas! Es un libro de cocina.

- Jijiji –la poetisa también se ríe.

- ¡Qué palo! ¡Menudo fiasco!

Miguel Ángel vuelve a abrirlo y lo dejo allí, tal y como estaba, para que cuando regrese el brujo no note nada.

Pero de pronto, el muchacho y la sierpe oyen pasos.

- ¡Proserpina, alguien viene! ¡Qué hacemos... di algo! ¡Yo me he quedado en blanco!

- Metámonos debajo de esta mesa, es bajita y grande, no nos descubrirá.

- Buena idea... aunque ese hechicero es muy sagaz.

Cuando Guello entra, el gigante se despierta inmediatamente.

- Salud, señor –le dice el grandullón al brujo.

- Salud. ¿No ha venido nadie a traer una muchacha?

- Que yo sepa no, mi amo.

- ¡Qué raro! Tenía que haber venido ya... estará al llegar. Puedes irte.

- Hasta luego, señor

- Hasta luego, coge por la sombra... ¡Un momento! ¡Echa el freno, Madaleno! –dice de pronto el shamán—.¿Qué hace esa compilación abierta encima de la mesa?

- Ah sí, la cogí para echarle un vistazo... Me encantan las ensaladas, mi amo... pero ahí no hay ninguna receta, sólo habla de magia y cosas raras...

- Es el tratado de hechicería “Intellectum Tibi Dabo”. Le cambié la tapa.

- Ajá. Bueno, hasta otro día, mi señor.

- Adiós... ¡eh!

- Sí, amo.

- Como vuelvas a tocar algo te convierto en viento.

Proserpina y Miguel Ángel no pueden dar crédito a todo lo que han oído..
Hemos tenido el remedio en nuestra manos y lo hemos dejado escapar... Y a ver cómo salimos ahora de este lugar –piensa el muchacho, mientas ve al brujo andar de un lado para otro.

Guellogüín toma el libro y lo coloca en la estantería... Guellogüín se aproxima y la sierpe hace una tontería.

¡Ummm!

- ¡Proserpina, qué has hecho, criatura! ¡Tierra trágame! –se lamenta Miguel Ángel, para sí.

Como una flecha, la poetisa se desenroscado del cuello de su amigo y se ha lanzado a la pierna del mago... le ha mordido, le ha inyectado el peor y más mortífero de sus profundos venenos.

- ¡Una víbora! Qué sorpresa, ven aquí.

El Rey de los ladrones y de los hurtadores inmediatamente nota la mordedura, pero al tío no le pasa absolutamente nada... es más, experimenta un inmenso placer. Se agacha para coger a la pobre sierpe y... ¡Uf! No ha visto a Miguel Ángel de milagro.

- ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo te atreves a hincarme el diente, inocente? Hacía tiempo que no me mordía ninguna de tu especie, tu veneno es muy agradable, muuuuuy reconofortante.

- ¡Anda que no eres feo!¡Suéltame, viejo asqueroso!

- JAJAJAJAJAJA... La sustancia que me has inyectado hubiera matado a un gigante de piedra. Eres una sierpe muy venenosa y peligrosa. Vamos a meterte en un botecito muy bonito. Vamos a meterte en un botecito con formol.

- ¡Nooooo!


¡Proserpina en formol y todo por mi culpa! ¡Antes prefiero estar muerto! –piensa Miguel Ángel—.

El muchacho, con mucho cuidado, sale de debajo de la mesa, se pone de pie... Ve que el mago le da la espalada, así que aprovecha la situación y agarra una enorme tranca que tiene a la mano... se acerca al hechicero, silencioso como un lago y le arrea un estacazo...

¡Plof!

Lilipurpuri cae al suelo.

- ¡Vaya! Creo que me lo he cargado...

- ¿Cargado? ¡Ja! A éste no hay quien se lo cargue, sólo está inconsciente debido al “trancazo” que le has dado. Le he inyectado el peor y más mortifero de mis venenos y en vez de padecer un infarto creo que lo que ha tenido es un orgasmo –le asegura la serpiente a Miguel Ángel, cuando ya se arrastra por el suelo lejos de la mano del “shamán”—. Agarra el librito y salgamos de aquí volando –añade la víbora.

- Sí, es lo mejor... ¿Estás bien, bonita?

- De momento sí, pero no sé que va a ser de mí y de tí cuando se despierte este tío...

- Mejor no pensar en eso ahora...

Miguel Ángel agarra a la sierpe y se la coloca en el cuello de nuevo, extrae el volumen de magia de la estantería y salen los dos de allí a toda prisa.

(...)

En el bosque Miguel Ángel se despide de su mortífera, y poetisa, amiga sierpe.

- Infinitas gracias, Proserpina, por haberme ayudado.

- Gracias a ti, Miguel Ángel, ya que si no es por ti, ahora yacería tiesa en un recipiente con formol.

- Pues nada, hasta pronto, bonita.

- Hasta pronto, cuando necesites alguna cosilla no dudes en venir a buscarme.

- Eso está hecho.

La víbora naranja se va, en su sinuoso deambular deja un sinfín de curvitas...


(...)


En lo alto de la cumbre, Miguel Ángel se reúne de nuevo con Teleniva para entregarle el libro "Intellectum tibi dabo"

- Fantástico, los has hecho... –le dice la ninfa mientras ojea el volumen—. Aquí está la solución.

- ¡Qué bien!

- Ven aquí.

- Pero...

Al muchacho le da miedo de cruzar el cerco, le da miedo de todas esas manos cortadas y descarnadas...

- ¿Quieres deshacer el hechizo o no? –le pregunta ella.

- Claro –le responde él.

- Entonces ya estás tardando...

Finalmente Miguel Ángel se aproxima a la muchacha. Desde la distancia Teleniva aparenta ser grande, pero desde cerca Teleniva es gigante. El rostro de la joven le recuerda a alguien...
La ninfa pronuncia unas palabras con su voz espeluznante, electrónica y extraña, unas palabras que lee en el tratado rescatado y que deben de ser mágicas... El joven empieza a padecer unas terribles nauseas, está tan mal que cree que va a reventar. Después de varios intentos fallidos, al fin logra vomitar... la bolita roja que Miguel Ángel tenía en el estómago sale por su boca y cae al suelo. Perplejo, el muchacho observa la perniciosa “cereza”. Teleniva se agacha y la coge entre sus dedos. Teleniva hace un agujero y la entierra. Estupefacto, Miguel Ángel observa como la cosita esa se transforma en una planta -que brota de la tierra- parecida a una vid.

- ¿Tienes algo, ahí, de la muchacha a la que tenías que raptar y llevar a Guellogüín?

- Sí, el triscelo que adornaba sus cabellos, lo tengo aquí... olvidé devolvérselo.

- Pues dámelo, por favor.

El muchacho extrae el adorno de uno de los bolsillos de sus pantalones y se lo entrega a la joven.

- Presta atención, observa –le dice Teleniva.

La ninfa se levanta y deja caer el símbolo céltico sobre la planta. El arbusto extiende una de sus ramas y lo agarra; lo agarra, con fuerza, antes de que el pasador alcance a tocar el suelo.

- ¿Qué, cómo te has quedado?

A él no me sale ni una palabra.

- Bueno, ya estás libre del hechizo –le dice la ninfa, y le quita el triscelo al vegetal.

- Toma, el adorno de tu amiga. Ahora alejaté.

MiguelÁngel se retira...

¡Zasshhhhhhhhhhhhhhhh!

Y un rayo pulveriza la planta.

(...)

Miguel Ángel ya se va, cuando la ninfa le habla de nuevo.

- Pero...

El muchacho se detiene y se vuelve.

- Hay otro problema... –le dice la Teleniva.

- ¿Qué pasa ahora?

- Tendrás que darme un beso.

- ¿Sólo eso?

- Sólo eso.

- Ahora mismo. Eso está hecho.



El muchacho se dirije hacia ella y le da un besito en sus mejillas... Teleniva está fría como la escarcha.

- Muchas gracias, ya puedes irte...

- Gracias a ti, guapa.

(...)

Miguel Ángel abandona la riscosa región y se adentra de nuevo en la selva... Busca a Haranís... y, ahora, sí la encuentra. La bruja descansa sentada sobre unas piedras junto a una fuente de agua cristalina y tibia. Haranís ya se muestra ante el muchacho tal y como es. Miguel Ángel se alegra pues, efectivamente, el mal que le poseía -el que le hacía ver a todas las chicas con caras de cerdo y pezuñas- ha desaparecido.

- ¿Qué, como fue? –le pregunta Haranís la verle de nuevo por allí.

- Hola guapa, todo fue de maravilla...

El muchacho le relata con detalle todo lo sucedido. Le habla del libro de magia, de Proserpina y del estacazo que le di a Guello...

- ¿Tú crees que se habrá muerto, Haranís? El brujo es un granuja, pero a mí no me gusta matar a nadie, y menos de un "trancazo" y por la espalda. Aunque no tenía otra opción, estaba a punto de introducir a Proserpina en un frasquito con formol.

- Es inmortal. Sólo perdió el conocimiento, nada más. Es como el árbol espectral, si lo arrancas o lo matas vuelve a aparecer al amanecer.

- Ajá –dice Miguel Ángel, más tranquilo— Por cierto, ¿por qué te fuiste cuando hablaba con Teleniva?

- Estaba viendo el pleito mal parado... Pero me alegro de que todo se haya resuelto.

- ¿Por eso te fuiste, Haranís?

- Sí, por eso me largué.

- Lo tuyo es amistad y lo demás son tonterías, hija –le dice Miguel Ángel a la pitonisa, con ironía.

- ¡Amistad, desde cuándo somos amigos?

- Je, je... ¿Todavía estás dolida por lo aquello? Si ya me convertiste en un sapo. Vamos, tonta, vamos a echar un...

- ¡No te pases ni un pelo, chaval, que te convierto en otra cosa!

- Vale, vale... ya está, no te enfades. Es que como ya echamos uno en tu palacio... pensé que igual te apatecía echar ahora otro.

- Te has vuelto tú muy sociable últimamente, más de la cuenta. ¿Qué te han dado?

- Nada, solo sigo los sabios consejos de Afrodita y Proserpina.

- ¡Vaya, vaya! Te estás codeando aquí con gente interesante.

- No son gente, la primera es una rana y la segunda una víbora. Proserpina es la sierpe de la que te he hablado... la que me ha acompañado a La Maraña.

- Se, se, se... Estás muy gracioso tú últimamente. ¿Sabes una cosa, Miguel Ángel?

- ¿Qué, Haranís?

- Vamos a echarlo. ¡Pero no te acostumbres, eh!

- Je, je... ésta es mi brujita. ¿Dónde lo echamos, aquí?

- Aquí mismo.

- ¿Y si nos ve alguien?

- No nos verá nadie, y sin nos ven que nos vean.

Haranís extrae de uno de sus bolsillos un... y me lo entrega.

- Toma. Siempre llevo conmigo dos o tres...

- Por si se rompe alguno, ¿no?

- Claro.

- Eso está bien.

Desecho el sortilegio y echado el... la pitonisa se aleja de mí para ocuparse de otros asuntillos...

- Bueno, muchas gracias por ayudarme, chica.

- No hay de qué, hombre. Y ahora, ¿qué vas a hacer?

- Pues no sé, Haranís, ya veré...

- Adiós, Miguel Ángel.

- Adiós.

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