jueves, 21 de mayo de 2009

CAPITULO 12.- ESTADO FEBRIL




ESTADO FEBRIL (Cap. 12.).


El muchacho transita por el bosque, un gran valor y un extraño sentido de la orientación le guían hacía la encina podrida. Sin la ayuda de Haranís, Miguel Ángel no sabe cómo, pero piensa adentrarse en La Maraña y apoderarse del valioso manual de magia.

Cuando todo parece que está decidido... un intenso malestar se apodera de él. Su vista se nubla, todo le da vueltas y ve a miles de ranas cantando y a cientos de salamandras volando... Pierde el equilibrio y se cae sobre la hierba. Nuevamente es tal su estado febril que el muchacho cree que va a morir... Comienza a tener visiones de Alicia: la muchacha corre por el bosque como una loca y una voz de ultratumba dice todo el tiempo:

¡Rapta a la princesa celta y tráemela ya, chaval!

En medio de tan inmenso aturdimiento Miguel Ángel se levanta. Igual que un espectro, echa a caminar... oye como los árboles hablan, incluso algunos andan... puede oír risas y lamentos. Como un noctámbulo, se dirije a Pantagrul, el poblado en cuya entrada se muestra una calavera con cuernos de ciervo.

De repente, mientras el desdichado joven camina bajo el efecto de tan potente sortilegio, alguien le llama...

- ¡Miguel Ángel!

Pero es tal su estado de obnubilación y confusión... que no oye nada y no se detiene.

- ¡Miguel Ángel ¿Qué te pasa, amigo? ¿Qué te han hecho?

El muchacho nota una mordedura en el tobillo y cae al suelo...

(…)


Poco a poco se recupera...

- ¿Dónde estoy?

- Aquí en el bosque, soy Proserpina, tu amiga.

Finalmente, Miguel Ángel se reestablece.

- Proserpina... ¿qué me ha pasado?

- No sé, Miguel Ángel, caminabas como un autómata, con los ojos completamente abiertos, parecías un ser siniestro, no me hacías el más mínimo caso. Te he tenido que morder.

- ¡Ahora me voy a morir, bonita! ¡Qué has hecho! –le dice el muchacho, todavía algo mareado.

- Jijiji —la sierpe se ríe.

- ¿Por qué te ríes, Prosperpina?

- Porque siempre dices lo mismo. No te morirás, hombre. No te he inyectado mi mortífero veneno, si lo hubiera hecho ya estarías tieso.

- ¿Estás segura de que tu veneno no está en mi cuerpo? ¡Tú no puedes controlar eso!

- ¡Ja!, anda que no, menuda sierpe soy yo...

- Bueno, a lo mejor tienes razón, porque ahora recuerdo que ya me clavaste el diente en otra ocasión y no fallecí, sólo me enamoré.

- Así es, ahora tampoco te pasara nada, confía en mí, Miguel Ángel, confía en mí.

Y el muchacho se recupera totalmente y atrás queda todo su estado febril y todo su extraño aturdimiento. Comienza a recordar y a comprender lo que le sucede...

- Ya sé que me pasaba, Proserpina.

- ¿Qué te pasaba? Tenías un aspecto muy demacrado.

- Iba a Pantagrul a por Alicia Astas. Iba a raptarla, bajo el efecto del potente sortilegio del Viejo.

- ¿El potente sortilegio del Viejo? –le pregunta la poetisa, confusa.

- Sí, presta atención, bonita, que te lo cuento...

- Soy toda oídos.

Miguel Ángel le narra todo a su amiga: lo de la encina, el descenso a La Maraña, la aparición de Guello y la maldita cereza, la ninfa Teleniva...

(...)

- Uff... si que te han pasado cosas –le dice la sierpe, cuando ya se ha enterado de toda la historia-. Y dices que, más tarde o más temprano, irás a por la muchacha para entregársela, y no podrás remediar eso, ¿no es así?

- Así es.

- Claro, es lo que te pasaba hace un momento, menos mal que te hallé y con mi mordedura detuve tu avance. No hay tiempo que perder. ¿Qué podemos hacer? Debemos actuar rápido antes de que te entre otra vez esa fiebre hurtadora.

- Pues lo que me dijo la ninfa Teliniva. Tengo que recuperar su libro de magia, el cual hurtó el mismísimo Guello...


Miguel Ángel relato a su amiga lo que le explicó a él la joven de las alas, incluido los consejos básicos para entablar relaciones con magos brujos en su medio natural, La Maraña.

ALGUNOS CONSEJOS BÁSICOS PARA ENTABLAR RELACIONES CON LOS BRUJOS MAGOS DEL SUBSUELO EN SU ENTORNO NATURAL, LA MARAÑA.

5. Nunca vaciles a un mago-brujo del subsuelo.
6. No hagas ruido mientras andas.
7. Domestica a una víbora y úsala como colgante.
8. No seas repelente. No intentes caerle bien o hacerle la pelota, si lo haces explotas.


- Esta bien, pues con tu permiso, me voy a colgar de tu garganta.

- Sin problema.

El muchacho agarra a la sierpe con cuidado y se la coloca en el hombro derecho. La poetisa venenosa se enreda en su cuello como si fuera una bonita gargantilla naranja.

- A ver quien es el guapo, o la guapa, que se mete contigo ahora, Miguel Ángel. –le dice la víbora, y le guilla un ojo.

- ¡Juas! Proserpina, cómo eres...

Ambos, la víbora y el muchacho, inician el arduo camino hacia la encina siniestra; la encina siniestra por la que se entra al submundo vegetal.

- Ahora que lo pienso, hay un gran inconveniente –dice de repente Miguel Ángel.
- ¿Qué sucede?
- La primera vez que fui a La Maraña, Haranís me dijo como hacerlo y me ayudó a entrar y a salir. Ahora Haranís no está.
- ¿Haranís?
- Sí, una bruja.
- Ajá.

Proserpina piensa... Finalmente Miguel Ángel dice:

- Ya sé como lo haremos...


(…)



- Por lo que cuentas, Miguel Ángel, ese viejo es un granuja, pero el tío tiene unos poderes que te "ca...".

- ¡Uf!, sí, ya lo creo que sí, Proserpina. Dímelo a mí.

(...)


- ¡Eh! ¡¡Tú, tonto sin novia!!! ¡Para ahí que te voy a dar unos cuantos cuchillazos!

El padre de Doñanito, el cerdito del principio, le tiende una emboscada y sale al encuentro de Miguel Ángel. El cerdito ha debido decirle que el muchacho no tiene la fiebre aftosa y el monstruo ha regresado dispueso a ajustar unas cuentas pendientes. A tan sólo dos metros, el joven siente en su rostro y en su cuerpo el viento que el abominable berraco exhala por su ominoso hocico.

- ¡Y ahora... qué pasa!

- Eso digo yo, a ver ahora como salimos de ésta. El más mínimo movimiento y estamos tieso.

- ¡Ah sí! ¡Qué miedo! ¡Juas! ¿Por qué dices eso? ¡Me vas a pegar! ¡Uff... qué miedo me das!

- ¿Te has fijado en el colgante tan bonito que llevo puesto?

- ¿Colgante? Yo no me fijo en esas cosas.

- Pues fíjate, fíjate.

El cerdo salvaje lo mira con detenimiento, el cerdo salvaje conoce muy bien la flora y la fauna, así como los peligros que ambas entrañan.

- ¡Jo...! ¡Tierra trágame! ¡Eso que llevas ahí en tu garganta es una víbora cornuda! ¡Y me he colocado a su alcance! –exclama el jabalí, en voz baja y sin su habitual chulería.

- ¡Premio!

- Te has puesto debajo de ese árbol y se te ha caído encima, estaría en una ramita colgada, tomando el sol –presupone el cerdo silvestre, erróneamente.

Miguel Ángel le sigue la corriente.

- Así es.

- Quítatela con cuidado, no te pasará nada –le asegura el granuja.

- No pienso moverme –le dice el muchacho, hipócritamente.

- Pues yo tampoco. Tendremos que esperar a que algún animal se acerque a nosotros. Debe de tener hambre. Caza por termolocalización, posee unas fosetas cercanas a las fosas nasales que le sirven para detectar variaciones de temperatura de hasta 0.2 grados a medio metro de distancia. En último extremo, esperaremos a que se vaya. Si nos quedamos así, sin movernos, no nos morderá.

De repente, Miguel Ángel observa que Proserpina está algo tensa. Es como si, a veces, su instinto se superpusiese a su intelecto. Y Miguel Ángel piensa:

Siempre he oído que no se puede domesticar a los reptiles, y creo que es verdad. Pienso que si el berraco este se mueve lo manda al otro barrio de un “saetazo”. Pero lo peor es que, ahora, yo tampoco me atrevo a mover un dedo.

- ¿Se puede saber por qué demonios estáis los dos quietecitos como estatuas? –la sierpe rompe el silencio—. Anda, jabalí, lárgate y no te acerques más a mi amigo.

El cerdo silvestre abre sus ojos como platos al oír a la sierpe hablar, se ve que no se lo esperaba.

- ¡Eso está hecho! A éste más no me acerco –dice el robusto animal, y se va corriendo.


(...)

Proserpina y Miguel Ángel se pierden bajo la luz del atardecer.

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