miércoles, 27 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO VERANO MALO - Prólogo


Cartel promocional. Ampliar foto



Alicia Astas, la princesa.
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AQUÍ PUEDES LEER 'EL ÚLTIMO VERANO MALO'. El CUENTO COMPLETO ORDENADO EN 14 CAPÍTULOS (a la derecha).

SI TE GUSTA ESTA HISTORIA, ADEMÁS DE LEERLA, EN CADA CAPÍTULO (O EN ESTE APARTADO -QUE ES EL PRÓLOGO-) PUEDES AÑADIR LO QUE QUIERAS A TRAVÉS DE LOS COMENTARIOS. Por ejemplo: críticas, correcciones, impresiones... incluso hasta un desenlace diferente, o ampliar la trama...


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Todo esto sucedió hace siete años, y sucedió realmente. Sin trabajo y sin porvenir, aburrido y abandonado, Miguel Ángel se lamenta de su triste suerte y preso del desaliento, reflexiona...

Tendido en el suelo, el sueño se apodera del muchacho...

Pero normalmente uno no se duerme para siempre, así que Miguel Ángel parece que despierta:

¿Dónde estoy? Esto se parece mucho a un bosque: hay árboles, cascadas, riachuelos, pájaros, bellísimos sonidos, agradables olores... ¡Hay flores!
Lejos del mundo de la vigilia -en el que casi toda la gente tiene prisa, es egoista y materialiasta-, en esta nueva dimensión onírica todo discurre de un modo más sosegado. Todo parece idílico pero… aparece la Bruja del Cayado Helicoidal y Plateado, con una extraña pócima en la mano.

-


Caio Octavio.


Haranis, la bruja.
Esa gente estará ya en plena batalla con los romanos... Pero si no voy allí pasaré toda mi vida en la rugosa piel de un anuro... ¡menudo futuro!


Proserpina, la víbora.
ALGUNOS CONSEJOS BÁSICOS PARA ENTABLAR RELACIONES CON LOS BRUJOS MAGOS DEL SUBSUELO EN SU ENTORNO NATURAL, LA MARAÑA.

1. Nunca vaciles a un mago-brujo del subsuelo.
2. No hagas ruido mientras andas.
3. Domestica a una víbora y úsala como colgante.
4. No seas repelente. No intentes caerle bien o hacerle la pelota, si lo haces... explotas.



La cereza mágica.


Guello, brujo de La Maraña.
- Y ahora qué pasa, que te adentras en mi mundo como en tu casa.
- ¿Ahora? Nada bueno, ya verás...

"EL ÚLTIMO VERANO MALO". Sucedió hace 7 años. Sucedió realmente.

Título completo: “Historias sin pies ni cabeza del Último Verano Malo: la Villa Costumbrista, Alicia, Haranís, Vir-ilio, Yo, los Celtas y los Romanos —y de todos los ríos que caudalosos van en la estación estival–”.
Número de asiento registral: 04-2005-561- REGISTRO GENERAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL - (Sevilla).

viernes, 22 de mayo de 2009

EL SUEÑO DE ALICIA (Cap. 14.).





EL SUEÑO DE ALICIA (Cap. 14.).


A solas, Miguel Ángel medita, de nuevo, sobre el futuro... Sobre el futuro, la voluntad, la suerte y el mundo. Y se acuerda de todos sus amigos...

Ahora me vienen a la mente mis amigos de la infancia, temprana amistad que se debilitó y se perdió en la densa bruma del tiempo... Mis amigos del pasado reciente y del presente: Miguel Ángel y Marcelino. Mis compañeros de piso de los años de Universidad: David, Isidoro, Vega, Francisco Javier, Elí, Jorge Brioso, Sosa... Ahora ellos están en la vida real, con sus defectos y sus virtudes, sus problemas, sus ilusiones y sus proyectos, ellos están despiertos. Sin embargo, yo no, yo estoy muy lejos del mundo de la vigilia, donde casi toda la gente tiene prisa, es materialista y egoísta. Yo sigo soñando... y si la vista -o la apariencia de la materia— no me engaña, por allí, a lo lejos, se aproxima una muchacha; una muchacha que, por su alegre forma de caminar, no me cabe la menor duda de que es Alicia Astas.

- ¡Hola, Miguel Ángel!

- ¡Hola bonita!

La chica se sienta en sobre una piedra y cruza sus piernas. Al muchacho le viene a la cabeza toda la historia de la extraña cereza y toda su maleza, pero decide no contarle nada a la princesa... para que no se alarme, y confía en que todo está ya resuelto.

- ¿Y Vir-ilio? –le pregunta Alicia, con su cabeza ligeramente inclinada y una de sus cejas arqueada, mientras hace bonitas helicoides con uno de sus dedos en sus mágicos cabellos.

- No sé, hace mucho que no le veo. Andará por ahí con la bella ninfa de “Las Noticias Ficticias”.

- ¿Ninfa, qué es una ninfa?

- Una muchacha muy guapa que normalmente vive en los ríos, las fuentes, los lagos, los árboles... en los riscos...

- Ajá ¡Qué raro! Nunca he visto yo una ninfa de ésas. ¿Tú has visto alguna, Miguel Ángel?

- Sí, he visto unas cuantas.

- ¡Vamos a buscar nosotros una! Conozco un lugar mágico en el que debe de haber alguna –le propone la chica.

- ¡Vamos!


Alicia y Miguel Ángel, prestos, emprenden el camino esperanzados en poder llegar a ver una dríade. Y se dirigen a una laguna cristalina. Mientras andan, hablan.

- ¿Por qué eres tan alegre, Alicia?

- ¿Cómo?

- Digo que por qué eres tan alegre.

- No lo sé... soy así... ¿Es malo?

- ¡Qué va a ser malo..! ¿A ti... no te preocupa... el futuro, bonita?

- ¡Ay, siempre me preguntas eso! No...

- Por cierto, Alicia, ahora que me acuerdo: ¿Qué sucedió la noche en la que nos rodearon aquellas luces extrañas?

- No paso nada. Las luces se extinguieron al amanecer. Haranís se fue a su palacio, yo regresé a mi castro y tú desapareciste sin dejar rastro... Por la mañana se celebró mi cumpleaños, todo el día y toda la noche.

- Ajá.

De repente, mientras caminan, un artefacto se dibuja a lo lejos, en el éter azul del verano.

- ¡Ala, pedazo de pájaro! –exclama la joven al verlo.

- ¡Es verdad, qué barbaridad!, pero creo que no es un pájaro. Creo que es la ninfa Teleniva.

- ¿La ninfa Teleniva? ¿Las ninfas tienen alas?

- Ella sí...

Aquello se aproxima y pronto descubrimos que, a pesar de tener alas, efectivamente, no se trata de un ave, ni de ningún monstruo o hipogrifo.

- Por el movimiento que exhibe es como un artefacto –le dice el muchacho a su amiga.

- ¿Y parece mágico? –añade la muchacha.

- Más bien mecánico, y está pilotado por alguien... y no es Ícaro, ni Teleniva.


¡Qué bien!


Se oye decir al aeronauta, mientras se balancea en la atmósfera cómo si tal cosa, transgrediendo la “ley universal gravitatoria”. Miguel Ángel y Alicia miran, sonrientes.
Finalmente, un joven aterriza a unos veinte metros de donde ellos están.

- ¡Vayamos, Alicia!

Prestos, se acercan corriendo a verle. Y le alcanzan.

El aeronauta no dice nada, levanta el vuelo y se marcha. El blandir poderoso de sus alas mecánicas esparce, con suavidad, los cabellos de hidromiel fresquito de la hija del gálata. La princesa y Miguel Ángel le ven maniobrar y moverse en el éter como un pez en el agua. Y, ambos, se marchan en busca de la prodigiosa charca...

(...)

- Anoche tuve un sueño, Miguel Ángel –le dice la muchacha, y me mira con una sonrisa esplendorosa en su rostro.

- ¡No me digas!

- Sí, sí. Soñé con un oso.

- ¿De peluche?

- ¡No! Un oso de verdad.

- Y... ¿cómo fue?

- Yo sentada en el bosque y tenía una jarra llena me miel, entonces vino un oso y se la comió toda...

- Qué sueño más breve.

- Sí. Dice mi abuela que cuando una muchacha sueña con sapos o con osos es que necesita... ya me entiendes –le dice Alicia a Miguel Ángel, le guiña un ojo y le sonríe.

El muchacho se pone algo nervioso...

- ¡Ay! –suspira la princesa, en un tono algo libidinoso... ¿Tú no tienes sueños, Miguel Ángel?

- ¿Yo?

- Sí sí, tú, ¿Quién si no?

- Yo, básicamente, eso es lo que tengo: sueños.

- ¿...eróticos? jiji –le pregunta la princesa, con una mirada muy, muy sexy.

- Pues la verdad es que de esos no muchos... –le confiesa el muchacho.

- Ups


Finalmente, Alicia y Miguel Ángel llegan al apacible lugar del bosque en el que una cristalina charca les deslumbra; les deslumbra con su amplia y variada gama de formas de vida vegetal y animal: hay bellísimas plantas que desprenden suaves aromas y embriagantes fragancias; hay mariposas, peces, ranitas y salamandras. Pero Alicia le agarra por el brazo y le mira fíjamente... y se ríe otra vez.

- ¡Salamandras! –exclama Migual Ángel, al ver a uno de esos animalitos muy de cerca, en un intento desesperado de desviar la atención de la princesa hacia otra cosa— Qué bonitas son... ¡mira Alicia!, son negritas con manchitas amarillas...

- Pues a mí me dan un poquito de asco...

- A mí también me daban antes de quedarme dormido, pero ya no...

- ¿Todavía sigues pensando que estás dormido? ¿Qué estás soñando?

- Claro.

- ¡Ya te vale! –le dice la princesa, con cierto desdén.

- ¡Mira, observa! como nadan...

- Bueno, bueno... entonces a ti te gustan las salamandras. ¿Y por qué te parecen simpáticas esas lagartijas acuáticas? –le pregunta la muchacha.

- ¿Sabes una cosa, Alicia?

- No, no sé –le contesta la chica, parece algo enojada, algo frustrada...

- A estos animalitos si le cortas una pata le vuelva a nacer otra exactamente igual.

- ¡Anda! ¡Qué bien, qué alegría! –exclama la bella “francesa”, con ironía.

Y el poeta reaparece.


- ¡Hombre, por fin resurges! –le dice Miguel Ángel, al verle.

- ¡Hola, Vir-ilio! –la princesa le saluda.

- ¡Hola, Alicia! ¡Hola, Miguel Ángel! ¿Qué hace un muchacho tan plebeyo y una joven tan “fermosa” en medio de toda esta flora maravillosa?

- Hemos venido aquí a ver una ninfa... –le explica la “francesa”, y le guiña un ojo al romano.

Vir-ilio capta el mensaje, la entiende.

- Si lo que quieres es ver ninfas, náyades, oréades o dríades, mírate en las cristalinas aguas, Alicia. –le dice el patricio a la muchacha—. No obstante, perdonadme, pero veo que he de marcharme.

- ¿A dónde vas Vir-ilio, amigo mío, con tanta prisa?

- Al otro lado de esta laguna, no voy a ser yo el que con mi presencia desvirtúe este momento tan afable -dice el romano, y le guiña el ojo a la princesa.

Alica mira A Miguel Ángel sonriente.

Una barca arriba en la ribera de la amplia charca. El patricio sube a la embarcación y un navegante espectral orienta la nave hacia la orilla de alguna ínsula perdida. El filósofo, que se aleja, dice adiós a sus amigos desde la lejanía con su mano derecha.

Alicia y Migual Ángel se quedan solos en medio de la naturaleza, rodados por una infinita y subliminal belleza.

- Que bonito! –dice Miguel Ángel, al contemplar toda aquella hermosura ambiental.

- Esto es precioso –le asegura la princesa—. Aquí debe de haber alguna ninfa de ésas, pues este sitio está plagado de misterio y magia. Pero, mientras aparece, ¿te gustaría echar...

...conmigo...

...un...








cigarrito?




- ¡Vale!

(…)


La princesa extrae de su vestido un purito. Lo enciende con un mechero –y esto no es una incongruencia, pues el mundo de los sueños no es el de la vigilia, ¡cualquier cosa puede pasar!, por eso a mí (el narrador de esta histioria) también me gusta más— y le da un par de caladas:

- Ssssssh... Ssssssh...

Y con el humo que exhala origina sorprendentes figuras: forma círculos, triángulos, cuadrados, espirales y helicoides... y se lo pasa:

- Toma, Miguel Ángel.

- Ssssssh... Ssssssh... ¡Qué bueno! ¿De dónde lo has sacado?

- Se lo he quitado al druida, es como el que Vir-ilio y yo echamos a la sombra de aquel árbol –le dice a Miguel Ángel, y le guiña un ojo.

- Sí, y como los que Haranís y yo echamos en su palacio y en el bosque hará un par de noches...

- Ups
(...)

Alicia y Miguel Ángel, cansados, ahora reposan tendidos sobre hierba.

- ¿Qué, te ha gustado? –le pregunta la princesa celta al muchacho, cuando ya a pasado un rato.

- Me ha encantado –le dice él, alucinado.

- ¿Y el cigarrito?

- También.


Y una melodía de ese maravilloso grupo francés llamado AIR (Alpha Beta Gaga) suena en alguna parte.

FIN
(Continuará)


--



EL ÚLTIMO VERANO MALO

CAPITULO 13.- TE CONVIERTO EN VIENTO





TE CONVIERTO EN VIENTO (Cap. 13).


- Bueno, Proserpina, pues ya estamos aquí.

Aunque la noche lo envuelve todo, ésta es una noche luminosa, pues las estrellas y la luna brillan vigorosas...

- ¿Este es el árbol tan fantasmagórico del que me has hablado, Miguel Ángel? –la pregunta la sierpel.

- Sí, ésta es la puerta por la que se entra a La Maraña. Hay que tirarse de cabeza en el agujero ese que tiene su podrido y ancho tronco, plagado de hongos. ¿Lo ves?

- Sí, algo oscuro veo...

- Sin la el casco que me dio Haranís, sin la hoz... No sé como voy a ver moverme hay dentro... Confío en no abrirme la cabeza... Bueno, vamos allá. Proserpina cuando yo te diga ¡YA! pronuncias las palabras mágicas.

- ¿Palabras mágicas?

- Sí, tienes que decir:

"QUÉ ESTÁ PASANDO RANAS Y SALAMANDRAS BAILANDO"

- De acuerdo.



(...)


La sierpe y Miguel Ángel caen sobre el conglomerado de raíces que, a modo de cama elástica, amortigua la caída de los intrusos.

- ¿Estás bien, Proserpina?

- Sí, ¿y tú?

- Yo perfectamente.

Aunque el muchacho no tiene la cimera de Haranís ni su linterna, resulta que ve mejor de lo que esperaba, pues en esta ocasión unos puntos luminosos como luciérnagas revolotean por entre las enormes y pequeñas raíces...

- ¡Qué bonito espectáculo de luz! –exclama la sierpe.

- Parece que, al igual que la otra vez que entré, Guello no ha notado mi llegada. Lo cual me extraña, pero bueno, confiemos en que es así y andemos sin hacer mucho ruido.

- ¿Miguel Ángel?

- Dime bonita, habla más bajito.

- ¿Cómo vamos a encontrar ese libro en este universo fasciculado?

- Buena pregunta... Tendremos que pedírselo al viejo personalmente.

- ¡Estás loco!

- Es posible, podría ser... pero buscar agujas en un pajar es algo que nunca se me ha dado muy bien.

De nuevo suenan las mismas voces que Miguel Ángel oyó la primera vez...


¡Eh eh eh...! ¿Adónde vas, muchacho? ¿Te acuerdas cuando viniste a mi tienda? ¿Te acuerdas... te acuerdas... te acuerdas...? ¡¡Ay!! ¡Ay! Ay... Cómo no lo vas a recordar... si todas esas puntillas se clavaron en tus dedos... y desde entonces no has parado de sangrar...
¡¡Eh!! ¡Eh! Eh ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué no me miras? ¡Qué te pasa! Los seres humanos necesitamos que nos hablen y que nos quieran quieran quieran.

La víbora, que también percibe tan fantasmagóricas voces, se extraña.

- ¿Y esos fantasmas que hablan, Miguel Ángel, quiénes son?

- Son gentes a las que conocí

- Ya veo... son tus recuerdos, son tu conciencia -le asegura la astuta sierpe.


Tras un largo camino a través de un mundo plagado de raíces, los intrusos llegan a un sitio en el que alguien duerme... El lugar es como una inmensa madriguera.

- ¿Quién es ése, Miguel Ángel? –pregunta la víbora, en voz baja.

- Ni idea... el brujo no es.

- ¿Estás seguro?

- Sí, éste parece un gigante. El viejo es más pequeño. Debe de tratarse de un guardián, Proserpina. Vamos a acercarnos y pasemos con sumo cuidado... esperemos que no se despierte y, sobre todo, que no esté Guello ahí.

Todo sale según lo planeado y lo esperado, una vez dentro Miguel Ángel y Proserpina descubren que el profundo habitáculo está repleto de recipientes y calderos... También hay animales extraños en formol.

- ¡Mira, Miguel Ángel, allí al fondo hay una estantería con volúmenes!

- ¡No grites, Proserpina... que nos va a oír el gigante de la puerta... Ya la veo.

- Este grandullón duerme como una piedra, creo que no despertaría ni en medio de una algarabía –murmura la sierpe.

- No te confíes, amiga, no te confíes...

Cuando alcanzan los estantes donde están los libros, se llevan una grata sorpresa.

- “Co...”, parecen ordenados alfabéticamente... lo están; ahora espero que se encuentre aquí “Intellectum Tibi Dabo”, el libro que necesitamos...

Y, algo nerviosos, lo buscan...

- Pues no está... ¡Me cachis en la mar!

- Shhhh... Mira, Miguel Ángel, el tomo que hay abierto allí, encima de esa mesa de madera... ¿Será ése?

- Eso sería tener mucha suerte, bonita... pero vayamos a comprobarlo...

Se dirigen allí con cuidado y sin leer ni una letra de las páginas abiertas, lo cierran y miran la tapa....


ENSALADAS VARIADAS Y PLATOS FRÍOS


- ¡Juas! Es un libro de cocina.

- Jijiji –la poetisa también se ríe.

- ¡Qué palo! ¡Menudo fiasco!

Miguel Ángel vuelve a abrirlo y lo dejo allí, tal y como estaba, para que cuando regrese el brujo no note nada.

Pero de pronto, el muchacho y la sierpe oyen pasos.

- ¡Proserpina, alguien viene! ¡Qué hacemos... di algo! ¡Yo me he quedado en blanco!

- Metámonos debajo de esta mesa, es bajita y grande, no nos descubrirá.

- Buena idea... aunque ese hechicero es muy sagaz.

Cuando Guello entra, el gigante se despierta inmediatamente.

- Salud, señor –le dice el grandullón al brujo.

- Salud. ¿No ha venido nadie a traer una muchacha?

- Que yo sepa no, mi amo.

- ¡Qué raro! Tenía que haber venido ya... estará al llegar. Puedes irte.

- Hasta luego, señor

- Hasta luego, coge por la sombra... ¡Un momento! ¡Echa el freno, Madaleno! –dice de pronto el shamán—.¿Qué hace esa compilación abierta encima de la mesa?

- Ah sí, la cogí para echarle un vistazo... Me encantan las ensaladas, mi amo... pero ahí no hay ninguna receta, sólo habla de magia y cosas raras...

- Es el tratado de hechicería “Intellectum Tibi Dabo”. Le cambié la tapa.

- Ajá. Bueno, hasta otro día, mi señor.

- Adiós... ¡eh!

- Sí, amo.

- Como vuelvas a tocar algo te convierto en viento.

Proserpina y Miguel Ángel no pueden dar crédito a todo lo que han oído..
Hemos tenido el remedio en nuestra manos y lo hemos dejado escapar... Y a ver cómo salimos ahora de este lugar –piensa el muchacho, mientas ve al brujo andar de un lado para otro.

Guellogüín toma el libro y lo coloca en la estantería... Guellogüín se aproxima y la sierpe hace una tontería.

¡Ummm!

- ¡Proserpina, qué has hecho, criatura! ¡Tierra trágame! –se lamenta Miguel Ángel, para sí.

Como una flecha, la poetisa se desenroscado del cuello de su amigo y se ha lanzado a la pierna del mago... le ha mordido, le ha inyectado el peor y más mortífero de sus profundos venenos.

- ¡Una víbora! Qué sorpresa, ven aquí.

El Rey de los ladrones y de los hurtadores inmediatamente nota la mordedura, pero al tío no le pasa absolutamente nada... es más, experimenta un inmenso placer. Se agacha para coger a la pobre sierpe y... ¡Uf! No ha visto a Miguel Ángel de milagro.

- ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo te atreves a hincarme el diente, inocente? Hacía tiempo que no me mordía ninguna de tu especie, tu veneno es muy agradable, muuuuuy reconofortante.

- ¡Anda que no eres feo!¡Suéltame, viejo asqueroso!

- JAJAJAJAJAJA... La sustancia que me has inyectado hubiera matado a un gigante de piedra. Eres una sierpe muy venenosa y peligrosa. Vamos a meterte en un botecito muy bonito. Vamos a meterte en un botecito con formol.

- ¡Nooooo!


¡Proserpina en formol y todo por mi culpa! ¡Antes prefiero estar muerto! –piensa Miguel Ángel—.

El muchacho, con mucho cuidado, sale de debajo de la mesa, se pone de pie... Ve que el mago le da la espalada, así que aprovecha la situación y agarra una enorme tranca que tiene a la mano... se acerca al hechicero, silencioso como un lago y le arrea un estacazo...

¡Plof!

Lilipurpuri cae al suelo.

- ¡Vaya! Creo que me lo he cargado...

- ¿Cargado? ¡Ja! A éste no hay quien se lo cargue, sólo está inconsciente debido al “trancazo” que le has dado. Le he inyectado el peor y más mortifero de mis venenos y en vez de padecer un infarto creo que lo que ha tenido es un orgasmo –le asegura la serpiente a Miguel Ángel, cuando ya se arrastra por el suelo lejos de la mano del “shamán”—. Agarra el librito y salgamos de aquí volando –añade la víbora.

- Sí, es lo mejor... ¿Estás bien, bonita?

- De momento sí, pero no sé que va a ser de mí y de tí cuando se despierte este tío...

- Mejor no pensar en eso ahora...

Miguel Ángel agarra a la sierpe y se la coloca en el cuello de nuevo, extrae el volumen de magia de la estantería y salen los dos de allí a toda prisa.

(...)

En el bosque Miguel Ángel se despide de su mortífera, y poetisa, amiga sierpe.

- Infinitas gracias, Proserpina, por haberme ayudado.

- Gracias a ti, Miguel Ángel, ya que si no es por ti, ahora yacería tiesa en un recipiente con formol.

- Pues nada, hasta pronto, bonita.

- Hasta pronto, cuando necesites alguna cosilla no dudes en venir a buscarme.

- Eso está hecho.

La víbora naranja se va, en su sinuoso deambular deja un sinfín de curvitas...


(...)


En lo alto de la cumbre, Miguel Ángel se reúne de nuevo con Teleniva para entregarle el libro "Intellectum tibi dabo"

- Fantástico, los has hecho... –le dice la ninfa mientras ojea el volumen—. Aquí está la solución.

- ¡Qué bien!

- Ven aquí.

- Pero...

Al muchacho le da miedo de cruzar el cerco, le da miedo de todas esas manos cortadas y descarnadas...

- ¿Quieres deshacer el hechizo o no? –le pregunta ella.

- Claro –le responde él.

- Entonces ya estás tardando...

Finalmente Miguel Ángel se aproxima a la muchacha. Desde la distancia Teleniva aparenta ser grande, pero desde cerca Teleniva es gigante. El rostro de la joven le recuerda a alguien...
La ninfa pronuncia unas palabras con su voz espeluznante, electrónica y extraña, unas palabras que lee en el tratado rescatado y que deben de ser mágicas... El joven empieza a padecer unas terribles nauseas, está tan mal que cree que va a reventar. Después de varios intentos fallidos, al fin logra vomitar... la bolita roja que Miguel Ángel tenía en el estómago sale por su boca y cae al suelo. Perplejo, el muchacho observa la perniciosa “cereza”. Teleniva se agacha y la coge entre sus dedos. Teleniva hace un agujero y la entierra. Estupefacto, Miguel Ángel observa como la cosita esa se transforma en una planta -que brota de la tierra- parecida a una vid.

- ¿Tienes algo, ahí, de la muchacha a la que tenías que raptar y llevar a Guellogüín?

- Sí, el triscelo que adornaba sus cabellos, lo tengo aquí... olvidé devolvérselo.

- Pues dámelo, por favor.

El muchacho extrae el adorno de uno de los bolsillos de sus pantalones y se lo entrega a la joven.

- Presta atención, observa –le dice Teleniva.

La ninfa se levanta y deja caer el símbolo céltico sobre la planta. El arbusto extiende una de sus ramas y lo agarra; lo agarra, con fuerza, antes de que el pasador alcance a tocar el suelo.

- ¿Qué, cómo te has quedado?

A él no me sale ni una palabra.

- Bueno, ya estás libre del hechizo –le dice la ninfa, y le quita el triscelo al vegetal.

- Toma, el adorno de tu amiga. Ahora alejaté.

MiguelÁngel se retira...

¡Zasshhhhhhhhhhhhhhhh!

Y un rayo pulveriza la planta.

(...)

Miguel Ángel ya se va, cuando la ninfa le habla de nuevo.

- Pero...

El muchacho se detiene y se vuelve.

- Hay otro problema... –le dice la Teleniva.

- ¿Qué pasa ahora?

- Tendrás que darme un beso.

- ¿Sólo eso?

- Sólo eso.

- Ahora mismo. Eso está hecho.



El muchacho se dirije hacia ella y le da un besito en sus mejillas... Teleniva está fría como la escarcha.

- Muchas gracias, ya puedes irte...

- Gracias a ti, guapa.

(...)

Miguel Ángel abandona la riscosa región y se adentra de nuevo en la selva... Busca a Haranís... y, ahora, sí la encuentra. La bruja descansa sentada sobre unas piedras junto a una fuente de agua cristalina y tibia. Haranís ya se muestra ante el muchacho tal y como es. Miguel Ángel se alegra pues, efectivamente, el mal que le poseía -el que le hacía ver a todas las chicas con caras de cerdo y pezuñas- ha desaparecido.

- ¿Qué, como fue? –le pregunta Haranís la verle de nuevo por allí.

- Hola guapa, todo fue de maravilla...

El muchacho le relata con detalle todo lo sucedido. Le habla del libro de magia, de Proserpina y del estacazo que le di a Guello...

- ¿Tú crees que se habrá muerto, Haranís? El brujo es un granuja, pero a mí no me gusta matar a nadie, y menos de un "trancazo" y por la espalda. Aunque no tenía otra opción, estaba a punto de introducir a Proserpina en un frasquito con formol.

- Es inmortal. Sólo perdió el conocimiento, nada más. Es como el árbol espectral, si lo arrancas o lo matas vuelve a aparecer al amanecer.

- Ajá –dice Miguel Ángel, más tranquilo— Por cierto, ¿por qué te fuiste cuando hablaba con Teleniva?

- Estaba viendo el pleito mal parado... Pero me alegro de que todo se haya resuelto.

- ¿Por eso te fuiste, Haranís?

- Sí, por eso me largué.

- Lo tuyo es amistad y lo demás son tonterías, hija –le dice Miguel Ángel a la pitonisa, con ironía.

- ¡Amistad, desde cuándo somos amigos?

- Je, je... ¿Todavía estás dolida por lo aquello? Si ya me convertiste en un sapo. Vamos, tonta, vamos a echar un...

- ¡No te pases ni un pelo, chaval, que te convierto en otra cosa!

- Vale, vale... ya está, no te enfades. Es que como ya echamos uno en tu palacio... pensé que igual te apatecía echar ahora otro.

- Te has vuelto tú muy sociable últimamente, más de la cuenta. ¿Qué te han dado?

- Nada, solo sigo los sabios consejos de Afrodita y Proserpina.

- ¡Vaya, vaya! Te estás codeando aquí con gente interesante.

- No son gente, la primera es una rana y la segunda una víbora. Proserpina es la sierpe de la que te he hablado... la que me ha acompañado a La Maraña.

- Se, se, se... Estás muy gracioso tú últimamente. ¿Sabes una cosa, Miguel Ángel?

- ¿Qué, Haranís?

- Vamos a echarlo. ¡Pero no te acostumbres, eh!

- Je, je... ésta es mi brujita. ¿Dónde lo echamos, aquí?

- Aquí mismo.

- ¿Y si nos ve alguien?

- No nos verá nadie, y sin nos ven que nos vean.

Haranís extrae de uno de sus bolsillos un... y me lo entrega.

- Toma. Siempre llevo conmigo dos o tres...

- Por si se rompe alguno, ¿no?

- Claro.

- Eso está bien.

Desecho el sortilegio y echado el... la pitonisa se aleja de mí para ocuparse de otros asuntillos...

- Bueno, muchas gracias por ayudarme, chica.

- No hay de qué, hombre. Y ahora, ¿qué vas a hacer?

- Pues no sé, Haranís, ya veré...

- Adiós, Miguel Ángel.

- Adiós.

jueves, 21 de mayo de 2009

CAPITULO 12.- ESTADO FEBRIL




ESTADO FEBRIL (Cap. 12.).


El muchacho transita por el bosque, un gran valor y un extraño sentido de la orientación le guían hacía la encina podrida. Sin la ayuda de Haranís, Miguel Ángel no sabe cómo, pero piensa adentrarse en La Maraña y apoderarse del valioso manual de magia.

Cuando todo parece que está decidido... un intenso malestar se apodera de él. Su vista se nubla, todo le da vueltas y ve a miles de ranas cantando y a cientos de salamandras volando... Pierde el equilibrio y se cae sobre la hierba. Nuevamente es tal su estado febril que el muchacho cree que va a morir... Comienza a tener visiones de Alicia: la muchacha corre por el bosque como una loca y una voz de ultratumba dice todo el tiempo:

¡Rapta a la princesa celta y tráemela ya, chaval!

En medio de tan inmenso aturdimiento Miguel Ángel se levanta. Igual que un espectro, echa a caminar... oye como los árboles hablan, incluso algunos andan... puede oír risas y lamentos. Como un noctámbulo, se dirije a Pantagrul, el poblado en cuya entrada se muestra una calavera con cuernos de ciervo.

De repente, mientras el desdichado joven camina bajo el efecto de tan potente sortilegio, alguien le llama...

- ¡Miguel Ángel!

Pero es tal su estado de obnubilación y confusión... que no oye nada y no se detiene.

- ¡Miguel Ángel ¿Qué te pasa, amigo? ¿Qué te han hecho?

El muchacho nota una mordedura en el tobillo y cae al suelo...

(…)


Poco a poco se recupera...

- ¿Dónde estoy?

- Aquí en el bosque, soy Proserpina, tu amiga.

Finalmente, Miguel Ángel se reestablece.

- Proserpina... ¿qué me ha pasado?

- No sé, Miguel Ángel, caminabas como un autómata, con los ojos completamente abiertos, parecías un ser siniestro, no me hacías el más mínimo caso. Te he tenido que morder.

- ¡Ahora me voy a morir, bonita! ¡Qué has hecho! –le dice el muchacho, todavía algo mareado.

- Jijiji —la sierpe se ríe.

- ¿Por qué te ríes, Prosperpina?

- Porque siempre dices lo mismo. No te morirás, hombre. No te he inyectado mi mortífero veneno, si lo hubiera hecho ya estarías tieso.

- ¿Estás segura de que tu veneno no está en mi cuerpo? ¡Tú no puedes controlar eso!

- ¡Ja!, anda que no, menuda sierpe soy yo...

- Bueno, a lo mejor tienes razón, porque ahora recuerdo que ya me clavaste el diente en otra ocasión y no fallecí, sólo me enamoré.

- Así es, ahora tampoco te pasara nada, confía en mí, Miguel Ángel, confía en mí.

Y el muchacho se recupera totalmente y atrás queda todo su estado febril y todo su extraño aturdimiento. Comienza a recordar y a comprender lo que le sucede...

- Ya sé que me pasaba, Proserpina.

- ¿Qué te pasaba? Tenías un aspecto muy demacrado.

- Iba a Pantagrul a por Alicia Astas. Iba a raptarla, bajo el efecto del potente sortilegio del Viejo.

- ¿El potente sortilegio del Viejo? –le pregunta la poetisa, confusa.

- Sí, presta atención, bonita, que te lo cuento...

- Soy toda oídos.

Miguel Ángel le narra todo a su amiga: lo de la encina, el descenso a La Maraña, la aparición de Guello y la maldita cereza, la ninfa Teleniva...

(...)

- Uff... si que te han pasado cosas –le dice la sierpe, cuando ya se ha enterado de toda la historia-. Y dices que, más tarde o más temprano, irás a por la muchacha para entregársela, y no podrás remediar eso, ¿no es así?

- Así es.

- Claro, es lo que te pasaba hace un momento, menos mal que te hallé y con mi mordedura detuve tu avance. No hay tiempo que perder. ¿Qué podemos hacer? Debemos actuar rápido antes de que te entre otra vez esa fiebre hurtadora.

- Pues lo que me dijo la ninfa Teliniva. Tengo que recuperar su libro de magia, el cual hurtó el mismísimo Guello...


Miguel Ángel relato a su amiga lo que le explicó a él la joven de las alas, incluido los consejos básicos para entablar relaciones con magos brujos en su medio natural, La Maraña.

ALGUNOS CONSEJOS BÁSICOS PARA ENTABLAR RELACIONES CON LOS BRUJOS MAGOS DEL SUBSUELO EN SU ENTORNO NATURAL, LA MARAÑA.

5. Nunca vaciles a un mago-brujo del subsuelo.
6. No hagas ruido mientras andas.
7. Domestica a una víbora y úsala como colgante.
8. No seas repelente. No intentes caerle bien o hacerle la pelota, si lo haces explotas.


- Esta bien, pues con tu permiso, me voy a colgar de tu garganta.

- Sin problema.

El muchacho agarra a la sierpe con cuidado y se la coloca en el hombro derecho. La poetisa venenosa se enreda en su cuello como si fuera una bonita gargantilla naranja.

- A ver quien es el guapo, o la guapa, que se mete contigo ahora, Miguel Ángel. –le dice la víbora, y le guilla un ojo.

- ¡Juas! Proserpina, cómo eres...

Ambos, la víbora y el muchacho, inician el arduo camino hacia la encina siniestra; la encina siniestra por la que se entra al submundo vegetal.

- Ahora que lo pienso, hay un gran inconveniente –dice de repente Miguel Ángel.
- ¿Qué sucede?
- La primera vez que fui a La Maraña, Haranís me dijo como hacerlo y me ayudó a entrar y a salir. Ahora Haranís no está.
- ¿Haranís?
- Sí, una bruja.
- Ajá.

Proserpina piensa... Finalmente Miguel Ángel dice:

- Ya sé como lo haremos...


(…)



- Por lo que cuentas, Miguel Ángel, ese viejo es un granuja, pero el tío tiene unos poderes que te "ca...".

- ¡Uf!, sí, ya lo creo que sí, Proserpina. Dímelo a mí.

(...)


- ¡Eh! ¡¡Tú, tonto sin novia!!! ¡Para ahí que te voy a dar unos cuantos cuchillazos!

El padre de Doñanito, el cerdito del principio, le tiende una emboscada y sale al encuentro de Miguel Ángel. El cerdito ha debido decirle que el muchacho no tiene la fiebre aftosa y el monstruo ha regresado dispueso a ajustar unas cuentas pendientes. A tan sólo dos metros, el joven siente en su rostro y en su cuerpo el viento que el abominable berraco exhala por su ominoso hocico.

- ¡Y ahora... qué pasa!

- Eso digo yo, a ver ahora como salimos de ésta. El más mínimo movimiento y estamos tieso.

- ¡Ah sí! ¡Qué miedo! ¡Juas! ¿Por qué dices eso? ¡Me vas a pegar! ¡Uff... qué miedo me das!

- ¿Te has fijado en el colgante tan bonito que llevo puesto?

- ¿Colgante? Yo no me fijo en esas cosas.

- Pues fíjate, fíjate.

El cerdo salvaje lo mira con detenimiento, el cerdo salvaje conoce muy bien la flora y la fauna, así como los peligros que ambas entrañan.

- ¡Jo...! ¡Tierra trágame! ¡Eso que llevas ahí en tu garganta es una víbora cornuda! ¡Y me he colocado a su alcance! –exclama el jabalí, en voz baja y sin su habitual chulería.

- ¡Premio!

- Te has puesto debajo de ese árbol y se te ha caído encima, estaría en una ramita colgada, tomando el sol –presupone el cerdo silvestre, erróneamente.

Miguel Ángel le sigue la corriente.

- Así es.

- Quítatela con cuidado, no te pasará nada –le asegura el granuja.

- No pienso moverme –le dice el muchacho, hipócritamente.

- Pues yo tampoco. Tendremos que esperar a que algún animal se acerque a nosotros. Debe de tener hambre. Caza por termolocalización, posee unas fosetas cercanas a las fosas nasales que le sirven para detectar variaciones de temperatura de hasta 0.2 grados a medio metro de distancia. En último extremo, esperaremos a que se vaya. Si nos quedamos así, sin movernos, no nos morderá.

De repente, Miguel Ángel observa que Proserpina está algo tensa. Es como si, a veces, su instinto se superpusiese a su intelecto. Y Miguel Ángel piensa:

Siempre he oído que no se puede domesticar a los reptiles, y creo que es verdad. Pienso que si el berraco este se mueve lo manda al otro barrio de un “saetazo”. Pero lo peor es que, ahora, yo tampoco me atrevo a mover un dedo.

- ¿Se puede saber por qué demonios estáis los dos quietecitos como estatuas? –la sierpe rompe el silencio—. Anda, jabalí, lárgate y no te acerques más a mi amigo.

El cerdo silvestre abre sus ojos como platos al oír a la sierpe hablar, se ve que no se lo esperaba.

- ¡Eso está hecho! A éste más no me acerco –dice el robusto animal, y se va corriendo.


(...)

Proserpina y Miguel Ángel se pierden bajo la luz del atardecer.

CAPITULO 11.- EL ARTEFACTO VOLADOR




EL ARTEFACTO VOLADOR (Cap. 11.).

La pitonisa y Miguel Ángel emprenden el viaje... Y mientras caminan, hablan:

- Teleniva es la única que puede deshacer un conjuro del Viejo de la Maraña Subterránea. Lo malo es que, casi con toda seguridad, te pedirá que hagas algo a cambio por ella... o que le entregues alguna cosilla...

- Ajá.

- Ella vive en la cima de una montaña rocosa, bastante alta.

- ¿Una montaña?

- Así es. Así que tendrás que subir allí en un artefacto volador.

- Ufff...

- ¿Qué pasa?

- No sé si voy a saber pilotar semejante cosa –dice Miguel Ángel, algo preocupado.

- Es fácil, ¿sabes montar en bicicleta?

- Sí... ¿Dónde está ese artefacto?

- No te preocupes, de eso me encargo yo –le asegura Haranís.


Después de un largo trayecto, la bruja y el joven llegan a un lugar pedregoso, una zona de riscos y barrancos, similar al Cerro del Hierro. Haranís le indica a Miguel Ángel cúal es la cima de Teleniva y todo lo que debe hacer y decir una vez que esté ante la ninfa, en la altitud.

Después, muestra a al muchacho hasta una especie de cueva, más bien es un socavón. Allí, se encuentra el artefacto volador sobre un pedestal o altar.


- ¡Qué pasada! Parece un invento de Leonardo Da Vinci –dice Miguel Ángel, impresionado.

- Es bonito, Teleniva lo tiene aquí para que suban hasta la cima las gentes que vienen a pedirle o a preguntarle algo.

- Qué simpática.

- No te creas, es bastante excéntrica, igual te puede ayudar que te puede matar.

A Miguel Ángel se le hace un nudo en la garganta al oír semejante cosa.

Con la ayuda del muchacho, Haranís arrastra el artefacto hasta una planicie próxima. La máquina es liviana y no muy grande, más o menos como un ala delta moderna. La estructura es de madera y tela, resistente e impermeable. Es como una bici con alas en vez de ruedas... Miguel Ángel se coloca unas gafas y un casco de piloto, se monta, pedalea y se eleva...

Al principio todo es muy bonito, como una divertida atracción de feria; pero conforme el aeronauta gana altitud la cosa se va poniendo fea: unos pájaros revolotean y gritan de forma intensa y perturbadora. Asustado, el muchacho descubre que no son aves sino extrañas criaturas aladas, son como hipogrifos.
(...)

Miguel Ángel logra alcanzar la alta cumbre y se posa casi en el filo, se baja de tan prodigiosa máquina y con sus manos pone las lentes sobre su frente. Con sus ojos puede ver un aro perfecto constituido por una multitud de piedras amontaondas. Allí, en el centro del círculo, una muchacha con unas alas maravillosas se muestra apacible. La muchacha puede tener unos... veinte y pocos años...
Tan bellísima joven voladora parece escapar al conjuro del poderoso brujo, ya que el muchacho la contempla, en silencio, tal como es... Y es ella la que primero habla.

- ¿Qué se te ha perdido allá abajo, que vienes a buscarlo aquí arriba? ¿Qué mal te hicieron, o hiciste, que vienes aquí?

Cuando Teleniva habla se hiela el alma porque su voz es electrónica y extraña. A su alrededor se amontonan un sinfín de manos cortadas descarnadas, así como unos extraños colgantes cuyas cuentas tienen un preocupante parecido con lo que nosotros solemos denominar ojos... finalmente Miguel Ángel le expone su problema.

- Guellogüín me introdujo una especie de cereza en el estómago, y ahora soy su siervo hurtador... Además, excepto a ti, Teleniva, veo a todas las chicas convertidas en cerdos verdes.

- ¿Entraste en su mundo, verdad?

- Sí, tuve que ir a rescatar a una amiga... no podía dejarla allí. Al poco tiempo el malvado embaucador apareció en el bosque e introdujo una especie de cereza en mi interior... me hechizo, para que sea yo mismo quien de nuevo le lleve a la muchacha. Aunque ahora puedo evitarlo, llegará un día en el que no podré hacerlo. Para ese momento, mi voluntad se anulará y como un espectro iré a por Alicia...

- Y has venido hasta aquí para librarte del hechizo...

- Así es, Teleniva, así es...

- Acércate


Miguel Ángel se sitúa frente a la muchacha. La ninfa voladora extrae tres piedras de su traje oscuro y las arroja en el suelo.

- Elige una piedra –le dice.

- ¿Para qué? –le pregunta él, con miedo.

- ¿Has venido aquí a resolver tu problema o a hacer preguntas?

- A resolver mi problema.

- Bien, pues entonces empieza por hacer lo que yo te diga...

- Está bien...

El joven coje una de las piedras, la que ha quedado en medio de la línea que las tres han formado al caer. Descubre que, en realidad, se trata de huevos... huevos similares a esos que traen una sorpresita dentro, pero éstos no son de chocolate sino pétreos...

- Ábrelo –le indica Teleniva.

- “En el país de los ciegos, el tuerto es el Rey” –lee el muchacho, pues este refrán popular, escrito en un trocito de tela, es lo que esconde el cascarón.

- ¿Qué significa esto, Teleniva?

- Léelo otra vez.

- “Gallo que no canta algo tiene en la garganta”. ¡Caracoles, se ha cambiado!... “Los huéspedes, como la pesca, al tercer día apestan”

Y otra vez se borra uno y aparece otro...

- Teleniva, yo he venido a esta cumbre a resolver -o más bien deshacer- un hechizo, no a leer refranes...

- Bueno, ha eso has venido sí, pero has tenido mala suerte.

- ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

- Mira los otros huevos...

Abre uno:

- Volver al mundo de la vigilia –lee.

Abre el otro:

- Deshacer hechizos y sortilegios...

El muchacho se queda un rato en silencio, meditando...

- Este último es el huevo que tenía que haber escogido, ya entiendo... Pero por el que yo me decanté no dice nada en concreto, sólo aparecen refranes... Refranes y más refranes... ¿Estaré ahora toda la eternidad leyendo refranes?

- Sí –le dice la muchacha alada..

- ¡Noooooo!

Grita el muchacho en la altitud; su lamento se oye en toda la región riscosa, en toda la región pedregosa. Y todas la aves responden... se produce un eco espeluznante que hiela el viento y la sangre.


- Tranquilo, hombre, sólo era una prueba –le asegura la misteriosa criatura....

Y Miguel Ángel la mira aturdido, confundido.

- Entonces... ¿ya estoy libre del hechizo, ya puedo marcharme? –le pregunta.

- No. El mundo no es tan fácil.

- ¿Qué tengo que hacer a cambio? ¿Qué tengo que darte?

- Debes adentrarte en "La Maraña".

- Para qué tengo que ir de nuevo a ese lugar vegetal y lúgubre.

- Hace tiempo me quitaron un libro, era un libro de magia. Si me lo traes te librarás del hechizo porque, entre otras cosas, ahí está la fórmula para que las ninfas aladas, como yo, puedan deshacer los sortilegios de los magos brujos que moran en el mundo subterráneo.

- ¡Pues menuda faena!

- Ya te digo...

- Pero... ¿y si ese libro no está allí?

- Sí, está allí. Me lo quito el mismísimo Guellogüín. Apareció una mañana, aparentaba ser un joven atento y apuesto. Me embaucó con tan seductor aspecto. Se apoderó del libro, adoptó la forma de un inmenso cuervo y se lo llevo entré sus garras...

- Un inmenso cuervo... –dice Miguel Ángel en voz baja.

Pero la chica le oye...

- Sí, un inmenso córvido. ¿Por qué te extrañas?

- Por nada, Teleniva, por nada...

Y le viene a la cabeza la bruja del cayado helicoidal y su mascota... Pero no se lo digo.


- ¿Y cómo se llama ese libro, Teleniva?

- “Intellectum tibi dabo”

- Bien pues... iré a buscarlo.

- ¡Toma!

La joven extrae una especie de naipe de su bello y oscuro traje -parece un diseño de Jean Paul Gaultier- y se lo entrega.

- ¿Qué es esto?

- Míralo...

Y el joven lee:

ALGUNOS CONSEJOS BÁSICOS PARA ENTABLAR RELACIONES CON LOS BRUJOS MAGOS DEL SUBSUELO EN SU ENTORNO NATURAL, LA MARAÑA.

1. Nunca vaciles a un mago-brujo del subsuelo.
2. No hagas ruido mientras andas.
3. Domestica a una víbora y úsala como colgante.
4. No seas repelente. No intentes caerle bien o hacerle la pelota, si lo haces explotas.


- Ya he estado una vez allí, en La Maraña, y no sabía nada de esto. Haranís no me dijo nada al respecto... Bien, pues tendré muy en cuenta todo lo que aquí se dice. Muchas gracias, guapa.

- De nada, gracias a ti por aceptar el reto.

- Tampoco tengo otro remedio...

(...)


Miguel Ángel desciende en el artefacto volador. Perplejo descubre que Haranís se ha esfumando, la llama pero no contesta... y piensa:

Bueno, pues tendré que ir solito a reunirme con Guello.

Miguel Ángel abandona la riscosa región y se adentra de nuevo en la selva...

miércoles, 20 de mayo de 2009

CAPITULO 10.- LA DRIADE DEL ORÉGANO



LA DRIADE DEL ORÉGANO (Cap. 10.).



¡¡TRUMMMMMMMMM, TROOOOMMMMMMM!!


De repente, un trueno ensordecedor sacude la cúpula celeste. Miguel Ángel, que descansa a la sombra de unas ramas, se levanta sobresaltado.

¡Tormenta!. Una tormenta eléctrica de verano ¡Qué extraño, no hay ninguna nube, el cielo está completamente despejado!

- ¡Eh!

Alguien le llama.

- Sí, ¿quién anda por ahí? –pregunta el muchacho—.

- Estoy aquí, detrás del esplendor de la montaña.

- ¿Esplendor de la montaña? No veo ninguna montaña.

- Detrás de la planta de orégano, criatura. Orégano significa eso.

- Ajá. Pues por el tono no parece que sea el jabato, más bien es una muchacha –se dice a sí mismo—. Y... ¿qué haces ahí? –le pregunta a la hipotética joven.

La mata es enorme.

- Nada, sólo que de vez en cuando se me enredan mis cabellos en los ramas y en los tallos... ¡Jo...!, no puedo soltarme.

- ¿Quieres que te eche un cable?

- Pues mira... no es esa una mala idea... Anda, ven aquí...

Miguel Ángel se acerca lentamente y... efectivamente, allí está la pobre chica, atrapada en la aromática planta.
Con sumo cuidado, el muchacho comienza a desenredar su cabellera bella...

- ¿Eres una ninfa? –le pregunta, mientras con sutileza extrema extrae todos y cada uno de los cabellos cobrizos del intenso verdor del orégano.

- Sí.

- Ya me lo supuse.

- Me llamo Dilialia.

- ¿Dilialia?

- Sí, ¿qué pasa?

- Nada, nada... cosas mías.

- ¿Y tú, quién eres, amigo? ...¡Ay!

- Perdona bonita, ha sido sin querer, pensé que estos cabellos ya estaban sueltos... Soy forastero... Me llamo Miguel Ángel.

- ¿Tú eras el que acompañaba a Alicia cuando la joven cogía setas alegremente, el otro día?

- Afirmativo, yo soy ése. ¿Y tú cómo sabes eso?

- Bueno, es que andaba por allí.

- ¡Ajá!

- ¿Sabes una cosa, muchacha?

- No.

- Yo no te ví.

- Te aseguro que yo a ti sí. Pero... debo decirte algo, Miguel Ángel... ¡Ay!

- Perdona guapa, ya casi está... ¿Qué es lo que debes decirme?

- Dilialia no es mi auténtico nombre.

- Entonces, ¿cúal es?

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Bueno, da igual, dejaló... tampoco es me obsesiona ni nada de eso.

- Te lo diré de todas formas. Mi nombre es... ¡LILIPÓRPURI GUELLOGÜIN!

¡¡TRUMMMMMMMMM, TROOOOMMMMMMM!!

Otro trueno sacude la tierra y el cielo.

- ¡No! –exclama Miguel Ángel.

- ¡Sí!

La chica, que le da la espalda, se da la vuelta y le hace una llave de “taijitsu” al muchacho que lo tiende sobre la hierba, y se coloca encima de él...

- ¡Caray, pues si que has cambiado, Guello! –le dice Miguel Ángel.

Y es cierto. Lo que ve nada tiene que ver con la idea que del brujo el joven se ha hecho. No es un viejo feo, sino una joven guapísima de unos veinte y pocos años.
Pero, atónito, el joven es testigo de la más increíble de las metamorfosis... Lo que parecía una oréade se transforma, por arte de magia, en el poderoso Brujo de la Maraña Subterránea.

- Y ahora, ¿qué pasa? ¡Qué te adentraste en mi mundo como en tu casa! –le queja el mago—.

- Pues qué va a pasar... Nada bueno, ya verás... Por cierto, ¡anda que no eres feo! -le dice Miguel Ángel.

El hechicero comienza a echar pequeñas culebritas de colores por su boca, mariposas por sus orejas y líbelulas por sus ojos... El granuja le tiene cogido de tal forma a Miguel Ángel que el pobre no puede escaparse.

- ¿Dónde está la hija del galo?

- Ni idea.

- No me vaciles –le advierte Guellogüín, y su cara se retuerce y se transtorna.

- No te vacilo, no sé dónde está... ¿No te habrás enamorado de ella?

- ¡Sí!, ¿pasa algo?

- ¡Ya te vale! Lo que faltaba... Pues yo me enamoré primero.

Al decir eso, su horrible rostro se vuelve todavía más espeluznante... El mago extrae una especie de cereza o guinda de la nada, y se la muestra.

- ¡Toma! Cómete esto!

- Muy amable, se lo agradezco, pero la verdad es que no tengo mucha hambre, lo siento...

- Ajá, no tienes hambre...

El shamán le coloca la “cereza” en el estómago con sus propias manos, pues sus dedos se introducen en el vientre del muchacho como si todo su cuerpo solo fuera una tierna y moldeable escultura de barro.

- ¿Para qué es esta cosa, Guello?

Pero el astuto hechicero del subsuelo no da explicaciones de sus actos y sortilegios... El viejo se levanta, mira a un lado y a otro; parece muy tenso, parece como si alguien le estuviera siguiendo... Se transforma en una especie de rata y se va corriendo.
Miguel Ángel queda libre. Inmediatamente intenta expulsar la guinda esa, vomitarla... no hay forma. Prueba hacerlo con sus dedos, pero claro, él no es el poderoso hechicero Guello y su mano no puede traspasar su propia piel. Resentido y preocupado, el muchacho dice:

Qué me pasará con esta cosita roja dentro de mi cuerpo... Pero eso es lo de menos, lo malo es que ese personaje abyecto, dueño y señor de espectaculares poderes mágicos, pretende a mi amiga Alicia... ¡Ay, ay! Ya sabía yo que nada bueno podía suceder al descender a ese submundo tremebundo... pero ya el daño está hecho, de nada sirve lamentarse... Y eso que según Haranís, el viejete no podía salir a la superficie... ¡Ya le vale a la bruja, ya le vale!

Una suave melodía de guaitas, muy bonita, empieza a sonar en el ambiente...

- ¿A qué vendrá ahora esta música?, ni que fuese esto Brave Heart... desde luego... Bueno, voy a buscar a Alicia con carácter de urgencias, antes de que ese malvado le ponga las manos encima –dice Miguel Ángel, en voz alta.

- Parace que la cosa se pone de nuevo interesante –murmura una voz, en alguna parte.

Con presteza, el muchacho sale corriendo, veloz como una flecha, hacia el poblado celta.

(...)


Miguel Ángel corre por medio de la vegetación. Y se topa con el patricio. Se detiene y toma un poco da aire.

- Pero, ¿a dónde vas con tanta prisa, Miguel Ángel? –le dice el romano, que está hablando con una pastora al sombra de una encima, como siempre...

- ¿Vir-ilio, has visto a Alicia?

- No, hace tiempo que no... ¿pasa algo malo?

- No sé, supersticiones bárbaras, amigo; supersticiones bárbaras... Me voy...

Ya se marcha pero... Vir-ilio nota que su vulgar y plebeyo amigo se ha quedado de repente como paralizado. Y mira fijamente a la muchacha con la que él conversa.

- ¿Vir-ilio, qué le pasa a esta muchacha?

- No le pasa nada, sólo que es portadora de una subliminal belleza –le asegura el poeta.

Miguel Ángel no ve eso

- ¿Qué le pasa a su cabeza, Vir-ilio?

- ¿Y este desgraciado de dónde ha salido? A mi cabeza no le pasa nada —dice la joven, muy molesta.

- ¿Pero se puede saber qué te sucede? –le pregunta el poeta muy preocupado al muchacho, ya que sus ojos están abiertos como los de un furioso, y si rostro poseído por un pánico demencial...

- ¡Esta chica es verde! ¡Su cara es como la de un jabalí, y sus manos son pezuñas! –dice Miguel Ángel.

Al sostener semejante cosa, la chica cierra sus parpados y se desmaya en los brazos del poeta.

- ¡Mira lo que has hecho! –le dice Vir-ilio, enfadado.

- Bueno, me voy... me voy que tengo prisa...


(...)



Infatigable, Miguel Ángel continua marcha infatigable hacia Pantagrul, el poblado elevado y cercado, la aldea de la calavera con las astas de ciervo.
De pronto, se detiene para beber en un estanque y coger algo de aire. El agua tibia le reconforta; el agua fría alivia mi sed, así como su extraño aturdimiento... siente como el fluido fresco baja la temperatura de su frente y la de todo su cuerpo.

- ¡Eh! ¡Miguel Ángel!

Mientras se refresca alguien le llama, aunque no la ve por el tono de la voz el joven deduce que se trata de Haranís. Termina de beber y se incorpora... Mira a un lado, a otro...

- ¿Haranís, dónde estás?

- ¡Aquí, recolectando unas plantas... ya voy!.

- Qué bien que te encuentre, Haranís, ha pasado algo muy fuerte; cuando te lo cuente vas a alucinar, Haranís... ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!

Miguel Ángel grita al ver a la vidente.

- ¿Qué te pasa, por qué gritas de esa forma?

La bruja aparece con un canasto lleno de hierbas variadas, hay hierbas de todos los colores y de todas las clases... pero eso no es lo malo, no. Lo malo es que a ella también muestra una horrible una cara de jabalí.

- ¡Haranís, qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho!

- ¿No sé, me he maquillado mucho? –le pregunta, preocupada—. ¡Vaya!, debe de ser eso, a veces me paso...

- Haranís, ven aquí y mírate en el agua cristalina, es mejor que lo sepas cuanto antes...

La bruja va al lago y se ve reflejada...

- ¡Pues estoy divina!

- ¿Divina? ¡Tienes una cara de cerda que no te aclaras!

- ¡Cómo!! ¡Pero cómo e atreves a decirme cerda!! ¡Tú nunca aprendes! ¡Qué te pasa, chaval, eres borde por naturaleza?

Enfadada, la pitonisa le pega con el canasto en la cabeza. De pronto, el muchacho se acuerda de...

- ¡LA CEREZA!

- ¿Qué cerveza?

- Cerveza no, mujer... ¡Cereza! Una cereza que me obligó a engullir Guello.

- ¡No fastidies! ¡No me digas que has vuelto a ver al Viejo de la Maraña Subterránea!!

- Sí, Haranís, sí...

La pitonisa se desmaya...
Al instante, la bruja vuelve en sí. Miguel Ángel aprovecha y le cuenta todo: el encuentro de la ninfa, la metamorfosis, la cereza...

- Guello sí puede salir de La Maraña Subterránea y andar por la tierra bajo la luz del sol... Así que tenemos que ir a buscar a Alicia, Haranís... ¡Guello se ha enamorado de ella, la raptará si no la ha raptado ya!

- Tranquilízate...Déjame pensar...

- ¡Haranís, no podemos perder más tiempo!

- ¿Me sigues viendo así, de esa forma tan rara?

- Claro, pero ya me he acostumbrado, eso es lo de menos, la malo es que a Alicia le pase algo.

- Eso no es lo de menos... El brujo te ha hechizado. A ver, ¿Para que vas realmente a Pantagrul? –le pregunta Haranís al muchacho, muy preocupada.

- Pues para que va a ser, para raptar a Alicia y entregársela al vie... ¡Caracoles! ¡Pero que estoy diciendo!

- Exacto, para eso vas a Pantagrul... estás bajo el efecto de un potente hechizo. Al introducirte esa bolita roja en tu cuerpo el poderoso mago te ha convertido en su siervo hurtador, ¡nada más y nada menos!

- ¡Ah sí!, pues sabes lo que te digo, Haranís, que no pienso raptar a Alicia. Ya está, problema resuelto.

- ¡Ja! Eso no te lo crees ni tú... Llegará un momento en el que tu voluntad será anulada e irás a por ella como un espectro –le asegura la pitonisa.

- ¡Jo...! ¿Y ahora qué pasa?

- Déjame pesar... qué podemos hacer... Una cosa está muy clarita en todo esto, debemos romper el sortilegio que en estos momentos actúa sobre ti. Guello, además de convertirte en su mayor siervo hurtador, ha hecho que veas a todas las mujeres con cara de cerdo verde.

- Y en vez manos veo pezuñas...

- Para acabar con este mal que te posee, tendremos que ir a ver a la ninfa Teleniva.

- Pues vayamos, Haranís, vayamos...

CAPITULO 9.- LAPSUS

LAPSUS (Cap. 9.).

Miércoles, 22 de agosto. Sentado en un piedra, Miguel Ángel reflexiona:

Me parece a mí que va a tener razón la bruja aquella del cayado helicoidal y plateado, ya ha pasado mucho tiempo desde el día en el que entré en este largo letargo... Es muy posible que al beberme aquel misterioso y amarillento brebaje transformase en una realidad lo que sólo era un ligero y apacible sueño estival. Pasa el tiempo y no despierto. ¿Dónde estará Haranís?, ¿y Alicia? Desde la noche de las extrañas luces no las veo. Supongo que se encontrarán bien. El veneno de la sierpe se ha ido disipando en mi sangre, aunque Alicia es muy linda y muy buena persona de ella no me siento ya tan enamorado. En lo que respecta al brujo Guello, creo que Haranís estaba en lo cierto, ese granuja sólo se mueve por los mundos más profundos. De Vir-ilio tampoco se nada... Ahora me encuentro en este bosque hermoso: el sonido bello de los ríos... el croar lejano de los anuros; hay flores, agradables olores...


- ¡Eh! ¿Te acuerdas de mí?

Reaparece Proserpina.

- ¡Proserpina! Claro que me acuerdo de ti ¿Cómo estás, bonita?

Miguel Ángel se alegra al ver a la poetisa y mortífera sierpe, pues parecía que todo el mundo había desaparecido.

- Bien.

- No te noto muy animada.

- Estoy bien, Miguel Ángel, créeme. Bueno, algo aburrida. ¿Por qué no me cuentas un cuento? Shhhhhhh...

- ¿Un cuento? –le pregunta el muchacho, sorprendido.

- Sí. ¿No te sabes ninguno?

- Bueno sí, me acuerdo ahora de uno, pero te aviso que es muy raro...

- Es igual, así es más original.

- Está bien, esta historia se llama Waikiki Beach y la verdad es que no es un cuento, sino que sucedió realmente.

- Soy toda oidos...

Miguel Ángel comienza la narración:

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WAIKIKI BEACH

Cuando entré en aquella habitación oscura y vacía, fue el inmenso dibujo que había pintado en la pared negruzca lo primero que me llamó la atención. Todos teníamos la sensación de que aquel paisaje tropical sobraba allí; pero aunque todos lo pensamos en aquel instante, nadie dijo nada. La noche se esparcía en el exterior como una mancha de aceite negro lo hubiera hecho sobre una resbaladiza y limpia losa marmórea, ligeramente inclinada y blanca. El sonido del viento en la arboleda era muy parecido al aullido de los lobos, tan similar era que más de uno de mis amigos estuvo convencido de que el retorno de esos cánidos legendarios había tenido lugar en la nocturnidad; el sonido del viento en la arboleda también fue el preludio de la tormenta... Había whisky y cigarros allí para todo un año.
No tardamos en abandonar aquel habitáculo, pues a pesar del cálido paisaje, no era muy agradable la atmósfera que allí se condensaba, se respiraba un fuerte olor a humedad. Lejos de aquel lugar y, una vez que Pedro nos hubo mostrado algunas de las partes de su fantasmagórica y gigantesca casa rural, nos concentramos alrededor de una mesa en el amplio salón de la vieja construcción.
Empezamos a tomar unas copas y a charlar. Como el ambiente en el exterior era lóbrego –y tempestuoso— y en el interior lúgubre –ya que sólo nos alumbraba una vela roja—, comenzamos a hablar de terror.

Todos nos mostrábamos “acoj..." con el cuento de Edgar Allan Poe que tan bien nos estaba relatando Marecelino, todos excepto Bartolo. A Bartolo no le gustaban las historias de miedo y parecía incómodo. De repente, enfurecido y aturdido, se levantó y le cortó la cabeza –con una afilada hacha— al entusiasta narrador.


- ¡Nooo! –exclama Proserpina al oír esto.
- Tranquila, sólo es una broma –le aclara Miguel Ángel.


Bartolo sólo se levantó de la mesa para ir al baño. Como nada más contábamos con una vela y aquel caserón carecía de instalación eléctrica nuestro amiguete cortó –como si de una mortadela se tratase— un trozo del enorme cirio colorado que el bueno de Marcelino había traído para alumbrarnos; y Manolo le dijo: “¡Dale un bocao, bicho!”

¡TROOOMMMMMM... TRUMMMM..!

La lluvia y el viento arreciaban, así como los truenos y los relámpagos, conforme la noche avanzaba. De pronto, David se acordó de Bartolo:

- ¿Dónde “co...” está Bartolo?
- ¡Es verdad! –exclamé yo.

Hacía más de una hora que el chaval había ido al baño y... ¡no había regresado! Todos le llamamos desde el salón:


“¡BARTOLO! ¡BARTOLO!”

Pero el intenso ruido de la borrasca hacía que no se oyese nada. Al principio considerámos la posibilidad de que el muchacho estuviese pretendiendo asustarnos o algo parecido; pero, inmediatamente, llegamos a la conclusión de que eso no podía ser, porque a Bartolo la oscuridad y los fantasmas le daban mucho miedo. Pedro y Manolo decidieron ir a buscarle; aquel caserío era tan grande que, a lo mejor, se había caído en un pozo o, simplemente, se había extraviado. Los muchachos cortaron otro trozo de vela y fueron a ver si podían dar con él en alguna parte.

Pasaba el tiempo y ninguno de los tres regresaba. Así que David y Marcelino salieron a buscarles... Marcelino y David tampoco volvieron...
Lo que hubo quedado de la vela aún ardía, y yo, allí solito, estaba más nervioso y tenía más miedo que la abeja Maya en una planta de insecticidas. No sabía si salir corriendo de aquel lugar siniestro y espectral –a “trochamontes”, en medio de la que estaba cayendo— y avisar a la policía, a los bomberos o a alguien, o si envalentonarme e ir yo también a reunirme con mis amiguetes... en el abismo.

Finalmente me decanté por lo último: me levanté de la mesa, cogí el cirio, agarré la botella de “Ballantines” y me cargué un trago a palo seco. Bajo el efecto del alcohol y del miedo a lo desconocido, inicié mi periplo por aquellos angostos pasillos. Parecía que transitaba por las ruinas de un castillo legendario plagado de ánimas. Y éstas, las ánimas, no tardaron en manifestarse. Yo estaba horrorizado y me sentía más incómodo allí que Peter Pan en “La Matanza de Texas”
.Podía oír las cadenas de las almas en pena, así como sus desesperados llantos de ultratumba.
“¿A DÓNDE VAS? ¡AAHHHGG!”


¿Habrán sido fagocitados mis amigos por alguno de estos siniestros espectros? –me preguntaba, mientras caminaba torpemente. Sin saber por qué, mis tambaleantes pasos me conducían a la habitación misteriosa aquella en la que un inmenso dibujo tropical se mostraba. Una vez hube alcanzado la puerta, no dudé en entrar. Con fuerza, cerré la entrada y me aislé del estruendo de los fantasmas. Con la luz de mi cirio, contemplaba las hermosa palmeras de la cálida pintura. A duras penas, intentaba imaginar que me encontraba en Waikiki Beach, rodeado por un sin fin de hermosas y exuberantes aborígenes... Ya casi lo había conseguido cuando un ser tiró la puerta debajo de un hachazo.
- ¡Jo..., Marcelino, con lo buena persona que tú eras! –exclamé, horrorizado—. ¿Qué te ha pasado que te has vuelto tan malvado, qué te ha pasado que estás tan demacrado? ¡Esto parece “El resplandor”!
- ¡Voy a matarte!
- ¿Por qué?
- ¡Porque no viniste conmigo al cine!
- No sabía yo que eras tan sensible.

De allí salí corriendo como una liebre, tras lograr esquivar la afilada hoja unas cuantas veces. Creía yo hallarme a salvo cuando aparecióseme David con un cuchillo... Intente hablar con él, pero el muchacho tenía los ojos desencajados y no parecía mostrar muchas ganas de dialogar. Aunque yo no soy criminólogo, juzgue, por su aspecto, que aquel chico estaba dispuesto a cometer un asesinato. Gracias a la poca luz que había, pude escaparme “in extremis”.
- ¡Jo..., menudo panorama! –exclamé, mientras corría a ciegas por los estrechos y lóbregos pasillos.

Mi afán desesperado era encontrar la maldita puerta que daba al exterior en aquella casa encantada tan poco iluminada. Por fin la hallé... ya me iba cuando Manolo y Pedro reaparecieron en la oscuridad. Parecían dos muertos vivientes sedientos de sangre fresca, dos ánimas despiadadas procedentes del mundo de las tinieblas que bloquearon con sus cuerpos esqueléticos todas mis esperanzas.
- ¿A dónde vas? –me preguntó Manolo, con una voz gutural abominable.
- ¿Quién yo?
- ¡No, mi tía Juana! –dijo Pedro, en un tono siniestro.
- ¿Por qué no nos llevamos bien, como antes, y nos tomamos unos “güísquicitos”? –les propuse.
- ¡¡Nooooo!! –me respondieron los dos al unísono.

A trancas y barrancas, logré salir de allí. Una vez en el exterior, comprobé que Bartolo me esperaba con la motosierra de su tío en marcha, bajo el rugido de los truenos y bajo la luz de los relámpagos. Sus ojos estaban abiertos y rojos como los de un furioso.

- ¡Hombre, Bartolo, qué alegría me da verte! –le dije a mi amigo, en un intento absurdo de caerle bien.

Iba Bartolo a rebanarme el pescuezo cuando se le gripó la maquinita. Gracias a ello pude huir.

Ahora, cuando mis amigos vienen a buscarme para salir y les explico que no tengo ganas, los tíos van y se enfadan.
FIN
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- Una buena historia, lo que pasa es que...

- ¿Qué?

- Nada, nada.

- No te ha gustado mucho, ¿verdad Proserpina?

- La verdad es que no... Demasiadas palabras feas.

- Ya, es que mis amigos hablan así...Bueno, te voy a contar otra, a ver si ésta te gusta más...

- Estupendo.


Miguel Ángel empieza con el nuevo cuento:

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PEPITO JIMÉNEZ ¡Qué titi!

Queridas amigas y queridos amigos de todas las clases y estamentos, os contaré la increíble historia de Pepito Jiménez. Antes de nada, me gustaría dejar claro una cosa: por favor, que nadie se de por aludido si tiene este mismo nombre, es que da alguna forma se tenía que llamar la “criatura”.
Había una vez en mi pueblo un muchachito que suscitaba en nosotros una gran admiración. Era tal su gracia, su salero, su glamour sevillano y “semanasantero” que –cuando pasaba por la calle— todos exclamábamos embelesados:

¡OLE, OLE Y OLE!

Bueno, como este chico era tan simpático, todo el mundo le quería y adulaba. Los primeros en manifestar un amor vehemente hacia tan prodigiosa manifestación de la naturaleza eran sus papás; tanto le adoraban que, un buen día, le compraron un hermoso y candoroso corcel. En este equino tan chulo fue Pepito al Rocío. ¡Jo..., deberíais haber podido verle aquel miércoles: con su traje de flamenco y sus sajones, con su sombrero ligeramente inclinado hacia el lado derecho, con sus patillas..! ¡Qué titi! Toda la gente sencilla le observaba ofuscada, obnubilada. Recuerdo que un nutrido grupo de japoneses le hicieron miles de fotos con sus sofisticadas, prodigiosas y minúsculas cámaras digitales de altísima precisión; también recuerdo que una ciudadana británica –que trabajaba en una prestigiosa organización de la Commonwealth dedicada a la elaboración de estudios geográficos y antropológicos, y que había venido a visitar Andalucía influenciada por la literatura de Washington Irving— al ver a Pepito, me dijo a mí:

- Ese "chicow" tene una special natural grace.
- Ya lo creo que sí, no sabes tú muy bien lo gracioso que es –le aseguré yo a la guiri.

Bien, pues Pepito también formaba parte de un fantástico grupo de sevillanas, un grupo de sevillanas que se llamaba: “Qué salga al alba”. Aunque todas sus canciones versaban sobre lo mismo, a nosotros nos gustaban y las cantábamos y las bailábamos en los cumpleaños, en las bodas, en la feria, en la aldea y en el Coto Doñana. Como Pepito era tan sumamente guay, y subliminal, todo el mundo le quería y adoraba –como ya os he apuntado—, especialmente las chicas.
Aunque no se caracterizaba por ser muy buen estudiante –pues su vida se sustanciaba básicamente con la romería y con el amor exacerbado que procesaba a la Virgen—, ello no fue obstáculo, afortunadamente, para que el "titi" consiguiese un buen trabajo en la Administración. Ésta no dudó en contratar a un muchacho tan “maravilloso” –a pesar de actuar en vía de hecho, de forma arbitraria, inobservando las más elementales normas de la Constitución y de la Ley 30/92, así como otras disposiciones que regulan el acceso de los ciudadanos a trabajar en las Administraciones Públicas—.

Bueno pues, resulta que a partir de ese instante, Pepito Jiménez comenzó a pasearse por las calles de mi pueblo en un flamante y portentoso vehículo todo-terreno turbo intercooler –verde botella—; y no os podéis hacer ni una idea de los felices que éramos todos, y todas, al ver a un chico tan extremadamente “valioso” dar vueltas –y vueltas— en un coche oficial quemando combustible sin parar.

Como podéis apreciar, amigas y amigos, todo era idílico en mi pueblo, pues nos sentíamos pletóricos y orgullosos de la existencia de un ser tan sumamente “gracioso”. Pero la desdicha nos aguardaba a la vuelta de la esquina, pues aconteció un día una tragedia; sí, sí, una tragedia. Se dirigía Pepito a la aldea con su Hermandad; el muchacho se había quedado solo a lomos de su fabuloso caballito, pues su novia había bajado un momento a rezar un poquito; Pepito cantaba una hermosa y conmovedora sevillana –en medio de todo el cariño colectivo que en nosotros suscitaba— cuando:
“ZASSSSSH, PSSSSIIIIIIHHH”

Una pérfida víbora, mosqueada por la abundante afluencia de peregrinos en su camino, le clavó el diente en la pezuña a su candoroso corcel.

- ¡Jijijiji!, una pérfida víbora –Proserpina se ríe.

El equino, atolondrado, rompió a relinchar y a dar brincos. Nuestro ídolo comenzó a elevarse por el éter azul y templado del mes de mayo –como un trasbordador espacial— y nosotros observábamos desesperados sus paseos estelares.

“¡CIELO SANTO, SE VA A MATAR!”
Exclamaba la fervorosa, enardecida y pseudocatólica multitud.

Un nutrido grupo de japoneses grabaron el suceso con sus sofisticadas cámaras digitales de 300.000 megapíxeles y un ciudadano norteamericano, que dominaba el castellano, me comentó a mí:

- ¡Como siga así, ese chaval va a llegar a Matalascanas!
- ¡Se dice Matalascañas, no Matalascanas!
- Matalascanas... ¡si lo pronuncio bien!
- Bueno vale, lo que tú digas.

En una de esas elevaciones, una poderosa águila culebrera, cuya envergadura de alas superaba con creces a la de un Airbus 340, atrapó a Pepito con sus enormes garras de acero. Afortunadamente, no hubo que lamentar ningún otro incidente.
La muy cruel ave se lo llevó a su nido –el cual se hallaba en lo alto de un majestuoso pino piñonero, en las últimas ramas verdes de su frondosa copa elevada, en el Coto Doñana—, y sus intenciones eran inequívocas, sus intenciones eran "alimentarias". La muy cruel ave se lo llevó a su nido y nos dejó a nosotros sin la dicha de su compañía, sin su “natural grace”... ¡Qué amarga la existencia puede llegar a ser!, queridos amigos y amigas.

En las uñas falciformes de la enorme rapaz, la vida no era tan bonita... Al fin, tras un vertiginoso vuelo hasta los confines del Acebuche, el pajarraco depositó a su presa en el conglomerado de raíces, ramas, plumas, lodo y excrementos que estos seres alados suelen tener por morada; allí, unos hambrientos polluelos, concretamente tres, esperaban ansiosos a su progenitora.
- ¡Por fin apareces, mamá! –dijo el menor de ellos, que tenía menos plumas que los pollos de la feria.
- ¿Y este tío quién es? –preguntó el mayor, que no podía ser más feo el pobre.
- ¡No importa quién sea, nos lo vamos a zampar ahora mismo! –añadió el del medio, que tenía más hambre que el Lazarillo de Tormes.

Iban los animalitos a darse un festín con el desdichado muchacho cuando, desesperado por la inminencia de una muerte desgarradora y cruel, el peregrino comenzó a cantar una triste y conmovedora sevillana de ésas tan bonitas que él cantaba:

“To los días
Yo me levanto
To lleno de tristeza”
...

Las aves quedaron maravilladas al oírle. Tanto les gustó que le perdonaron la vida.
Esto así, que pudiera parecer un final feliz, sin embargo no lo fue. No lo fue porque las rapaces le maniataron y amarraron al nido, con sus picos recios y curvados, y le obligaron a interpretar una copla tras otra. Los ominosos pajarracos le daban cientos de picotazos cuando se callaba, y le alimentaban con toda suerte de culebras; la criatura estaba más incómoda allí que “Mary Poppins” en “La Matanza de Texas”. Menos mal que un día –y cuando ya habían pasado unos cuantos años desde su rapto— a un biólogo, de la Universidad de Utah, le dio por hacer un reportaje para “National Geographic” sobre los hábitos de las águilas en Doñana, que si no todavía está Pepito Jiménez cantando sevillanas y comiendo carne de serpiente en lo alto del pino ese.
Fin
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- ¡Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja aj aja ja aja ja ja aja ja ja ja ja..!

- Este sí te ha parecido bueno, ¿eh, Proserpina?

- Sí, este me ha gustado una barbaridad... Será que es tan esperpético... jaja, shhhhhhhhh...


(...)



La venenosa, mortal y poetisa sierpe se aleja, en su retirada deja un sinfín de curvitas, se mete entre lo arbustos y... se pierde.

Nuevamente sólo, el muchacho piensa:

El futuro... es difícil saber lo que va a pasar a ciencia cierta; pero todo el mundo, o casi todo el mundo, hace planes y diseña el porvenir. Cuánta gente perdida, de pronto, halla una salida; a cuánta gente afortunada sorprende, de repente, la desdicha. Sin embargo, sí observo que, a pesar de todo, parece haber seres a los que suele sonreír la suerte más frecuentemente; así como otras criaturas a las que la adversidad persigue siempre. Sea lo que sea y lo cojas por donde lo cojas, una cosa está clarita: No se puede prever todo lo que va a suceder... yo ni siquiera sé cómo va a terminar todo esto...