miércoles, 20 de mayo de 2009

CAPITULO 10.- LA DRIADE DEL ORÉGANO



LA DRIADE DEL ORÉGANO (Cap. 10.).



¡¡TRUMMMMMMMMM, TROOOOMMMMMMM!!


De repente, un trueno ensordecedor sacude la cúpula celeste. Miguel Ángel, que descansa a la sombra de unas ramas, se levanta sobresaltado.

¡Tormenta!. Una tormenta eléctrica de verano ¡Qué extraño, no hay ninguna nube, el cielo está completamente despejado!

- ¡Eh!

Alguien le llama.

- Sí, ¿quién anda por ahí? –pregunta el muchacho—.

- Estoy aquí, detrás del esplendor de la montaña.

- ¿Esplendor de la montaña? No veo ninguna montaña.

- Detrás de la planta de orégano, criatura. Orégano significa eso.

- Ajá. Pues por el tono no parece que sea el jabato, más bien es una muchacha –se dice a sí mismo—. Y... ¿qué haces ahí? –le pregunta a la hipotética joven.

La mata es enorme.

- Nada, sólo que de vez en cuando se me enredan mis cabellos en los ramas y en los tallos... ¡Jo...!, no puedo soltarme.

- ¿Quieres que te eche un cable?

- Pues mira... no es esa una mala idea... Anda, ven aquí...

Miguel Ángel se acerca lentamente y... efectivamente, allí está la pobre chica, atrapada en la aromática planta.
Con sumo cuidado, el muchacho comienza a desenredar su cabellera bella...

- ¿Eres una ninfa? –le pregunta, mientras con sutileza extrema extrae todos y cada uno de los cabellos cobrizos del intenso verdor del orégano.

- Sí.

- Ya me lo supuse.

- Me llamo Dilialia.

- ¿Dilialia?

- Sí, ¿qué pasa?

- Nada, nada... cosas mías.

- ¿Y tú, quién eres, amigo? ...¡Ay!

- Perdona bonita, ha sido sin querer, pensé que estos cabellos ya estaban sueltos... Soy forastero... Me llamo Miguel Ángel.

- ¿Tú eras el que acompañaba a Alicia cuando la joven cogía setas alegremente, el otro día?

- Afirmativo, yo soy ése. ¿Y tú cómo sabes eso?

- Bueno, es que andaba por allí.

- ¡Ajá!

- ¿Sabes una cosa, muchacha?

- No.

- Yo no te ví.

- Te aseguro que yo a ti sí. Pero... debo decirte algo, Miguel Ángel... ¡Ay!

- Perdona guapa, ya casi está... ¿Qué es lo que debes decirme?

- Dilialia no es mi auténtico nombre.

- Entonces, ¿cúal es?

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Bueno, da igual, dejaló... tampoco es me obsesiona ni nada de eso.

- Te lo diré de todas formas. Mi nombre es... ¡LILIPÓRPURI GUELLOGÜIN!

¡¡TRUMMMMMMMMM, TROOOOMMMMMMM!!

Otro trueno sacude la tierra y el cielo.

- ¡No! –exclama Miguel Ángel.

- ¡Sí!

La chica, que le da la espalda, se da la vuelta y le hace una llave de “taijitsu” al muchacho que lo tiende sobre la hierba, y se coloca encima de él...

- ¡Caray, pues si que has cambiado, Guello! –le dice Miguel Ángel.

Y es cierto. Lo que ve nada tiene que ver con la idea que del brujo el joven se ha hecho. No es un viejo feo, sino una joven guapísima de unos veinte y pocos años.
Pero, atónito, el joven es testigo de la más increíble de las metamorfosis... Lo que parecía una oréade se transforma, por arte de magia, en el poderoso Brujo de la Maraña Subterránea.

- Y ahora, ¿qué pasa? ¡Qué te adentraste en mi mundo como en tu casa! –le queja el mago—.

- Pues qué va a pasar... Nada bueno, ya verás... Por cierto, ¡anda que no eres feo! -le dice Miguel Ángel.

El hechicero comienza a echar pequeñas culebritas de colores por su boca, mariposas por sus orejas y líbelulas por sus ojos... El granuja le tiene cogido de tal forma a Miguel Ángel que el pobre no puede escaparse.

- ¿Dónde está la hija del galo?

- Ni idea.

- No me vaciles –le advierte Guellogüín, y su cara se retuerce y se transtorna.

- No te vacilo, no sé dónde está... ¿No te habrás enamorado de ella?

- ¡Sí!, ¿pasa algo?

- ¡Ya te vale! Lo que faltaba... Pues yo me enamoré primero.

Al decir eso, su horrible rostro se vuelve todavía más espeluznante... El mago extrae una especie de cereza o guinda de la nada, y se la muestra.

- ¡Toma! Cómete esto!

- Muy amable, se lo agradezco, pero la verdad es que no tengo mucha hambre, lo siento...

- Ajá, no tienes hambre...

El shamán le coloca la “cereza” en el estómago con sus propias manos, pues sus dedos se introducen en el vientre del muchacho como si todo su cuerpo solo fuera una tierna y moldeable escultura de barro.

- ¿Para qué es esta cosa, Guello?

Pero el astuto hechicero del subsuelo no da explicaciones de sus actos y sortilegios... El viejo se levanta, mira a un lado y a otro; parece muy tenso, parece como si alguien le estuviera siguiendo... Se transforma en una especie de rata y se va corriendo.
Miguel Ángel queda libre. Inmediatamente intenta expulsar la guinda esa, vomitarla... no hay forma. Prueba hacerlo con sus dedos, pero claro, él no es el poderoso hechicero Guello y su mano no puede traspasar su propia piel. Resentido y preocupado, el muchacho dice:

Qué me pasará con esta cosita roja dentro de mi cuerpo... Pero eso es lo de menos, lo malo es que ese personaje abyecto, dueño y señor de espectaculares poderes mágicos, pretende a mi amiga Alicia... ¡Ay, ay! Ya sabía yo que nada bueno podía suceder al descender a ese submundo tremebundo... pero ya el daño está hecho, de nada sirve lamentarse... Y eso que según Haranís, el viejete no podía salir a la superficie... ¡Ya le vale a la bruja, ya le vale!

Una suave melodía de guaitas, muy bonita, empieza a sonar en el ambiente...

- ¿A qué vendrá ahora esta música?, ni que fuese esto Brave Heart... desde luego... Bueno, voy a buscar a Alicia con carácter de urgencias, antes de que ese malvado le ponga las manos encima –dice Miguel Ángel, en voz alta.

- Parace que la cosa se pone de nuevo interesante –murmura una voz, en alguna parte.

Con presteza, el muchacho sale corriendo, veloz como una flecha, hacia el poblado celta.

(...)


Miguel Ángel corre por medio de la vegetación. Y se topa con el patricio. Se detiene y toma un poco da aire.

- Pero, ¿a dónde vas con tanta prisa, Miguel Ángel? –le dice el romano, que está hablando con una pastora al sombra de una encima, como siempre...

- ¿Vir-ilio, has visto a Alicia?

- No, hace tiempo que no... ¿pasa algo malo?

- No sé, supersticiones bárbaras, amigo; supersticiones bárbaras... Me voy...

Ya se marcha pero... Vir-ilio nota que su vulgar y plebeyo amigo se ha quedado de repente como paralizado. Y mira fijamente a la muchacha con la que él conversa.

- ¿Vir-ilio, qué le pasa a esta muchacha?

- No le pasa nada, sólo que es portadora de una subliminal belleza –le asegura el poeta.

Miguel Ángel no ve eso

- ¿Qué le pasa a su cabeza, Vir-ilio?

- ¿Y este desgraciado de dónde ha salido? A mi cabeza no le pasa nada —dice la joven, muy molesta.

- ¿Pero se puede saber qué te sucede? –le pregunta el poeta muy preocupado al muchacho, ya que sus ojos están abiertos como los de un furioso, y si rostro poseído por un pánico demencial...

- ¡Esta chica es verde! ¡Su cara es como la de un jabalí, y sus manos son pezuñas! –dice Miguel Ángel.

Al sostener semejante cosa, la chica cierra sus parpados y se desmaya en los brazos del poeta.

- ¡Mira lo que has hecho! –le dice Vir-ilio, enfadado.

- Bueno, me voy... me voy que tengo prisa...


(...)



Infatigable, Miguel Ángel continua marcha infatigable hacia Pantagrul, el poblado elevado y cercado, la aldea de la calavera con las astas de ciervo.
De pronto, se detiene para beber en un estanque y coger algo de aire. El agua tibia le reconforta; el agua fría alivia mi sed, así como su extraño aturdimiento... siente como el fluido fresco baja la temperatura de su frente y la de todo su cuerpo.

- ¡Eh! ¡Miguel Ángel!

Mientras se refresca alguien le llama, aunque no la ve por el tono de la voz el joven deduce que se trata de Haranís. Termina de beber y se incorpora... Mira a un lado, a otro...

- ¿Haranís, dónde estás?

- ¡Aquí, recolectando unas plantas... ya voy!.

- Qué bien que te encuentre, Haranís, ha pasado algo muy fuerte; cuando te lo cuente vas a alucinar, Haranís... ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!

Miguel Ángel grita al ver a la vidente.

- ¿Qué te pasa, por qué gritas de esa forma?

La bruja aparece con un canasto lleno de hierbas variadas, hay hierbas de todos los colores y de todas las clases... pero eso no es lo malo, no. Lo malo es que a ella también muestra una horrible una cara de jabalí.

- ¡Haranís, qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho!

- ¿No sé, me he maquillado mucho? –le pregunta, preocupada—. ¡Vaya!, debe de ser eso, a veces me paso...

- Haranís, ven aquí y mírate en el agua cristalina, es mejor que lo sepas cuanto antes...

La bruja va al lago y se ve reflejada...

- ¡Pues estoy divina!

- ¿Divina? ¡Tienes una cara de cerda que no te aclaras!

- ¡Cómo!! ¡Pero cómo e atreves a decirme cerda!! ¡Tú nunca aprendes! ¡Qué te pasa, chaval, eres borde por naturaleza?

Enfadada, la pitonisa le pega con el canasto en la cabeza. De pronto, el muchacho se acuerda de...

- ¡LA CEREZA!

- ¿Qué cerveza?

- Cerveza no, mujer... ¡Cereza! Una cereza que me obligó a engullir Guello.

- ¡No fastidies! ¡No me digas que has vuelto a ver al Viejo de la Maraña Subterránea!!

- Sí, Haranís, sí...

La pitonisa se desmaya...
Al instante, la bruja vuelve en sí. Miguel Ángel aprovecha y le cuenta todo: el encuentro de la ninfa, la metamorfosis, la cereza...

- Guello sí puede salir de La Maraña Subterránea y andar por la tierra bajo la luz del sol... Así que tenemos que ir a buscar a Alicia, Haranís... ¡Guello se ha enamorado de ella, la raptará si no la ha raptado ya!

- Tranquilízate...Déjame pensar...

- ¡Haranís, no podemos perder más tiempo!

- ¿Me sigues viendo así, de esa forma tan rara?

- Claro, pero ya me he acostumbrado, eso es lo de menos, la malo es que a Alicia le pase algo.

- Eso no es lo de menos... El brujo te ha hechizado. A ver, ¿Para que vas realmente a Pantagrul? –le pregunta Haranís al muchacho, muy preocupada.

- Pues para que va a ser, para raptar a Alicia y entregársela al vie... ¡Caracoles! ¡Pero que estoy diciendo!

- Exacto, para eso vas a Pantagrul... estás bajo el efecto de un potente hechizo. Al introducirte esa bolita roja en tu cuerpo el poderoso mago te ha convertido en su siervo hurtador, ¡nada más y nada menos!

- ¡Ah sí!, pues sabes lo que te digo, Haranís, que no pienso raptar a Alicia. Ya está, problema resuelto.

- ¡Ja! Eso no te lo crees ni tú... Llegará un momento en el que tu voluntad será anulada e irás a por ella como un espectro –le asegura la pitonisa.

- ¡Jo...! ¿Y ahora qué pasa?

- Déjame pesar... qué podemos hacer... Una cosa está muy clarita en todo esto, debemos romper el sortilegio que en estos momentos actúa sobre ti. Guello, además de convertirte en su mayor siervo hurtador, ha hecho que veas a todas las mujeres con cara de cerdo verde.

- Y en vez manos veo pezuñas...

- Para acabar con este mal que te posee, tendremos que ir a ver a la ninfa Teleniva.

- Pues vayamos, Haranís, vayamos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario